La otra cultura
Antonio Vélez
En las revistas culturales, siempre se encuentran artículos sobre literatura, arte, música, política, cine y teatro. Los temas científicos brillan por su ausencia, como si la ciencia perteneciera a un mundo aparte de la cultura. Con las actividades culturales ocurre algo parecido: festivales de teatro, poesía, literatura y cine, exposiciones de arte y ciclos de conferencias que usualmente giran alrededor de estos mismos temas.
Las personas sienten vergüenza al admitir que no han leído El Quijote, pero no al reconocer que no saben nada de matemáticas. Tal vez la explicación del desprecio por la ciencia se deba a su dificultad intrínseca. Para muchos, las matemáticas son odiosas, y del odio se cae en la ignorancia, pues exigen mucho trabajo personal, los conceptos son difíciles y el dominio de la parte operativa exige un alto número de horas practicando. Además, los problemas son encrucijadas mentales cuya solución exige cierta creatividad y dominio del tema. Después de leer un ensayo científico, es posible escuchar este lamento: no lo entendí. Rara vez ocurre con la ficción. Todos estos factores unidos hacen que más de uno abandone el campo de las matemáticas y se dedique a otras actividades intelectuales más descansadas, más especulativas, más muelles.
Es bueno saber que sin matemáticas no hay física, ni astronomía ni química; en otras palabras, es imposible entender el mundo. La verdad es que resulta más sencillo leer una novela, un poema o un libro de historia que enfrentarse a un texto de ciencias exactas o naturales. Se divierte el sujeto y sin exigirle mucho esfuerzo a sus neuronas. Lo mismo sucede cuando escuchamos una sinfonía, o disfrutamos de una buena película: hay diversión, se aprende y no tiene mayores exigencias intelectuales. Es como salir a vacaciones.
La ciencia es árida, y para la mayoría es poco el placer estético que deja su estudio. La ciencia posee una clase especial de estética, si no la conocen es porque no han desarrollado el “paladar” apropiado. Curiosamente, Ezra Pound, una oveja negra entre los poetas, lo destacó diciendo: “Sólo las mentes limitadas por el sentimentalismo y el romanticismo no ven poesía en la ciencia. Los grandes sabios del pasado se complacían en ella y la hallaban mágica”. Y, ¿cómo puede hablarse de belleza en algo tan árido como las matemáticas? Paul Erdös contesta: “Es como preguntar por qué la novena sinfonía de Beethoven es bella. Si usted no ve por qué, nadie se lo puede decir. Yo sé que los números son bellos. Si no lo son, nada lo es”. Y el físico Freeman Dyson escribía: “La prueba del teorema de Gödel es una imponente pieza de arquitectura, tan única y hermosa como la catedral de Chartres (...). Indudablemente, es una obra de arte. Y la solución de la ecuación de Einstein para los agujeros negros es otra obra de arte”.
La ciencia no es para todos, pero es imperdonable la arrogancia de los “intelectuales” y la amnesia de los que escriben la historia de la cultura. A los científicos les debemos la verdadera transformación del mundo; les debemos los antibióticos, los analgésicos, las anestesias, las vacunas y las cirugías. También les debemos los medios modernos de diagnóstico: los rayos X, las tomografías, las máquinas, los instrumentos, así como la energía eléctrica y el electromagnetismo, y todos los dispositivos de estado sólido, base de la moderna electrónica y sus múltiples derivados: radio, televisión, radar, telefonía, computadores, internet y tantas cosas más que solo enumerarlas se hace imposible.
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