Jury Duty o cómo reírse de la justicia
José Wilmar Patiño Ballesteros
En 1957 se estrenó la película 12 Angry Men, un clásico del cine que podríamos clasificar como jurídico, en la que los miembros de un jurado en EE UU deciden el futuro de un acusado de asesinar a su padre. Se trata de una gran referencia audiovisual sobre el peso de juzgar, con la tensión natural para un filme de esa época.
Y es que en EE UU existe una figura extraña para nuestro sistema jurídico, el jurado popular, un grupo de ciudadanos que escucha a la fiscalía y a la defensa y determina la culpabilidad o no del acusado. Una instancia tan humana tiene muchos elementos para el drama… o la comedia. (Lea:La salud es un negocio)
Es precisamente esta premisa la que aprovecha la serie Jury Duty (Prime Video), un falso documental sobre un juicio civil en el que todos son actores, excepto uno de los 12 jurados, un ciudadano real que llega sin saberlo a este “experimento” con situaciones incómodas y que debe presidir las deliberaciones.
Se siente fresco cuando en el denso contexto de administrar justicia una serie hace un enfoque cómico sobre el Derecho. Podría haber resultado una de tantas comedias de situación, pero felizmente es algo más, logra mostrar con el prisma del humor varios aspectos del servicio de justicia, sus formas, a veces ridículas, y sus protagonistas, la demandante exitosa, el demandado fracasado, el juez, los miembros del jurado, los abogados exitosos y los novatos. (Lea: WeCrashed y el emprendimiento salvaje)
Pero lo que más aprovechan los creadores es la experiencia humana de tener el poder y a la vez la responsabilidad de definir si un ciudadano es o no culpable de lo que se le acusa. (Lea: Pirámide estrato seis)
A propósito, los 12 jurados en la película del 57 eran hombres blancos que no se ponían de acuerdo, en Jury Duty, fiel a nuestros tiempos, la diversidad de personajes es absoluta y hacen aún más complejo resolver el caso. (Lea: Perry Mason para una época oscura)
Pero ¿qué se juzga?, ¿podemos deshacernos de nuestros prejuicios al evaluar la responsabilidad de otros?, ¿acaso el aspecto del acusado es indicio de su responsabilidad?, ¿un abogado torpe merece ser castigado con un fallo adverso?, ¿los jurados pueden ignorar lo que el juez les ordena durante las audiencias? Es de esa entidad la mirada que tiene la serie, más allá de la hilaridad que produce. (Lea: El Núremberg argentino)
En cada situación se ve la dificultad de abandonar los sesgos de la experiencia personal, lo duro que es de lograr decisiones unánimes o el absurdo de los peritos lanzando teorías que parecen chistes. (Lea: Tetris, diversión, riqueza y muerte)
Pero recordemos que la serie no busca la gravedad, su tono es ligero y mientras se van agotando los capítulos vemos cómo un ciudadano normal se convierte en quien puede sacar adelante el juicio y lograr la mejor decisión, y por esa vía asistimos a una reconciliación con el denostado servicio público y nos conmovemos al recordar que una de las características de ser humanos es comportarnos justamente.
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