Federalismo y centralismo
Óscar Alarcón Núñez
Existe la creencia de que el tema del federalismo ha sido bandera de los antioqueños. La verdad es que, desde los inicios de la República, ese fue un tema que diferenciaba a los dos partidos históricos: los liberales, por el federalismo, y los conservadores, por el centralismo. Pero, además, quienes más propendían por lo primero fueron los panameños, quienes, en su deseo de construir su canal interoceánico, se anexaron a lo que en un principio se conoció como La Gran Colombia. Ese istmo, es bueno aclararlo, no era nuestro, sino que ellos, voluntariamente, se sumaron a nosotros. Estaban tan lejos de la capital (Bogotá), que propendían por un Estado que les diera autonomía en muchos aspectos.
El movimiento de independencia de Panamá de España se inició abiertamente en la Villa de los Santos, el 10 de noviembre de 1821, y en la Ciudad de Panamá, el 28 del mismo mes, mucho después del 20 de julio de 1810, cuando la proclamamos nosotros. Esa independencia de los vecinos, lograda sin guerra y sin sangre, les llegó por su propia virtud y allí España falleció de muerte natural. Hubo un momento en el que el istmo no tuvo más camino que buscar un tutor que lo defendiera y administrara sus negocios. Ese fue Colombia. Por eso quería que el Estado fuera federal.
Expedida la Constitución de 1853 –llamada centrofederal–, los departamentos desaparecieron, las provincias quedaron “con el poder municipal en toda su amplitud”. Cada provincia tramitó su propia Constitución. El mismo Congreso se encargó de fomentar la tendencia federalista al autorizar a las legislaturas provinciales para emitir concepto sobre el sistema federal y la conveniencia de adoptarlo en la Nueva Granada. De las 23 provincias, 14 pidieron la federación, 5 guardaron silencio y 4 se declararon opuestas a ellas.
Ya para entonces Panamá se había separado varias veces de la Nueva Granada y volvía a anexarse. Por eso, José de Obaldía, como presidente encargado del Gobierno, sancionó el acto adicional del 27 de febrero de 1855, que permitió crear el Estado soberano de Panamá y daba la posibilidad de que se hiciese lo mismo “en cualquier porción del territorio de la Nueva Granada”.
El presidente del Senado de la época, Pedro Fernández Madrid, al sancionar la norma, pronunció estas palabras premonitorias: “Voy a dar mi voto al proyecto de ley que crea el Estado de Panamá, porque conozco la necesidad que tiene el istmo de constituirse sobre las bases del self-government, pero no se me oculta que éste no es sino el primer paso que da hacia la independencia de aquella sección de la República. Tarde o temprano, el istmo de Panamá será perdido para la Nueva Granada”.
Y se perdió.
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