¿Extremismo de derecha o delincuencia política?
John Zuluaga
Doctor en Derecho y LL. M. de la Georg-August-Universität Göttingen (Alemania)
Profesor asociado de la Universidad Sergio Arboleda
Los supremacismos continúan reproduciéndose de la mano de la xenofobia, el odio a los extranjeros, el racismo, el antisemitismo, etc. Ahora, con más intensidad, los desenlaces de acciones ultranacionalistas y autoritarias no solo dejan huellas de violencia xenófoba, crímenes de odio y crímenes por prejuicios, sino que se materializan en graves acciones, como la destrucción de instalaciones parlamentarias o de gobierno, a la manera de algunos bolsonaristas, en Brasil, o el trumpismo, en EE UU.
Este tipo de extremismo acoge una diversidad de elementos definitorios que los perfilan como fenómenos complejos. La comprensión de tales manifestaciones violentas no es dependiente solamente del sistema que lo define y sanciona como desviación, sino, además, requiere valorarse como consecuencia de un proceso acumulativo de diversos problemas individuales y colectivos.
Para la explicación del extremismo de derecha, se pueden diferenciar, por lo menos, cuatro enfoques teóricos. En primer lugar, para algunos, este extremismo resulta explicable por la deficitaria tramitación cognitiva y emocional de relaciones sociales y, especialmente, de experiencias familiares (Hopf, 1995, pág. 129). Esquemas de formación autoritarios, por ejemplo, pueden provocar la disposición a los prejuicios (Ahlheim/Heger, 2002). En segundo lugar, se encuentra aquel enfoque según el cual la sustitución de los espacios cotidianos en medio de procesos de modernización y la pérdida de significado de aquellos entornos tradicionales (la familia, el barrio, el grupo de trabajo, etc.) es visto como un aspecto central de la desintegración social (Heitmeyer, 1995). La incertidumbre resultante en la formación de identidad y la planeación de la vida fomentan la predisposición a la búsqueda de factores identitarios (las raíces, la nación, entre otros; Willems, 2002, pág. 154).
En tercer lugar, se encuentran los señalamientos a los conflictos generados por la inmigración como explicativos de la violencia extremista basada en las suposiciones de pérdida de bienestar o de empleo, que se les atribuyen a los inmigrantes (Eckert, 1999). En cuarto lugar, se destaca la tesis de la reacción autoritaria a la anomia, que ve en los intentos por definiciones identitarias una manera de estabilizar la incertidumbre que generan las fracturas del sistema social (Willems, 2002, pág. 154).
Estos enfoques explicativos muestran cómo la violencia ligada al extremismo de derecha es un desenlace de la formación de percepciones de incertidumbre o inestabilidad (laboral, económica, social, etc.) que incentivan los prejuicios y las estigmatizaciones frente a lo diferente o extraño. Esta aproximación permite delimitar las profundas diferencias con la delincuencia política. Se trata de una diferenciación muy relevante, pues en la sanción penal de algunas conductas derivadas de cursos de acción extremista se pueden encontrar crímenes políticamente motivados, lo que no equivale a decir que se trata de delitos políticos.
Para entender las diferencias entre la criminalidad del extremismo de derecha y los delitos políticos, se puede acudir a los tradicionales enfoques objetivos (según el sujeto pasivo del delito y el bien jurídico protegido), subjetivos (según la finalidad del autor) y eclécticos (objetivos y subjetivos). Sin embargo, más allá de los clásicos criterios diferenciadores, lo cierto es que al extremismo de derecha se asocia una forma de reacción contra los cuestionamientos a los imaginarios de identidad, integración social, bienestar, es decir, no se trata de ninguna forma de altruismo político. Dicho de otra manera, la cuestión del extremismo de derecha no es la insatisfacción democrática o la desconfianza en las instituciones, sino que son concepciones ideológicas nacionalistas, marcadamente autoritarias y con un sesgo frente a lo extraño, es decir, antidemocráticos.
El aspecto motivacional –que no es el único criterio distintivo y no debe llevar a comprender la delincuencia política con énfasis solo en sus aspectos subjetivos– muestra que la violencia del extremismo de derecha tiene un hondo calado sicosocial y hasta puede tener una motivación política. Sin embargo, no se adecúa a la estructura típica (por ausencia de tipicidad objetiva o subjetiva) de los delitos políticos, entiéndase delitos contra el régimen constitucional y legal, como la sedición, la asonada y la rebelión, entre otros. En esa medida, si de lo que se trata con el extremismo de derecha es de una tendencia al prejuicio y el rechazo de lo extraño, entonces la reacción –en clave político-criminal– no debería ser solo punitiva, sino que exige dirigir la atención especialmente a los déficits en los procesos de socialización y otras falencias socioestructurales que alimentan tal neofascismo.
Opina, Comenta