El nieto 133, ‘La historia oficial’ y la pregunta sobre la familia
Jorge González Jácome
Profesor asociado de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes
Hace pocos días, los medios reportaron que las Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina, recuperaron al nieto número 133. Décadas de búsqueda de los bebés secuestrados por la última dictadura. Los bebés, quizás los únicos testigos vivos del dolor de unas madres obligadas a parir en cautiverio, muchas veces justo antes de ser asesinadas. Bebés robados y entregados a otras familias y que hoy tienen entre 43 y 47 años. Las abuelas han recuperado 133 bebés y siguen adelante declarando que cada bebé encontrado es una derrota para la dictadura.
Al leer esta noticia no pude evitar pensar en una de las grandes películas del cine argentino de la posdictadura: La historia oficial de Luis Puenzo, que ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1986. Acá vienen los spoilers, así es que, si no la han visto, vayan a Netflix y dedíquenle un par de horas. La película se ubica en los últimos días de la dictadura militar y cuenta la historia de Alicia, una mujer de clase alta y profesora de historia de un colegio, quien descubre que su hija adoptiva, llevada a la casa por su esposo Roberto, es quizás una de las bebés robadas a mujeres secuestradas, torturadas y desaparecidas. Las sospechas se vuelven más intensas cuando conoce a la posible abuela de Gaby, su hija adoptiva. Esto lleva a revaluar su vida marital con Roberto y los deseos de maternidad que la llevaron a aceptar y celebrar la llegada de la niña a su casa.
La película es compleja, llena de sutilezas que quizás algún día deberíamos analizar con Nicolás Parra en nuestro pódcast, El derecho por fuera del derecho. Pero lo que quisiera resaltar de la película es que, si la pensamos en 1983 y 1984, presagiaba una fuerza enorme de las mujeres argentinas que reconstruyeron los significados de su vida durante y después de la dictadura y a su vez dieron un nuevo sentido a los afectos que se construyen en la familia y a su relación con lo público.
Al inicio de La historia oficial, Alicia parece estar cómoda con su maternidad y aparentemente el sentido de su vida, construido en intercambios sociales de clase alta y en conversaciones con su marido, que giran, precisamente, alrededor de la posibilidad de ser madre. El matrimonio heterosexual en la película se justifica por su posibilidad de procrear y, en caso de que ello no sea posible, de que llegue una hija a la casa por otros medios. Lo revelador de la película es que Alicia se transforma a lo largo de la historia y no solo se desencanta de tener una hija secuestrada y de que su marido sea cómplice del rapto, sino que también parece desencantarse de los lazos que la unen con Roberto y del tipo de vida en pareja que la pudo haber conducido a que deseara la maternidad. Así, el valor de la película pareciera ser que en 1983 pensaba que parte del problema de la violencia de la dictadura en el rapto de bebés tenía que ver con la centralidad de la convención cultural de que el matrimonio se justifica por la procreación.
En ese contexto, la ironía podría estar en que “madres” y “abuelas” son precisamente unas formas de autodenominarse a partir del rol que ellas tenían en una estructura familiar tradicional. Pero lo revolucionario de estas mujeres también giraba alrededor del rechazo a una concepción de familia que las destinaba a estar confinadas al espacio de lo privado. Fueron ellas las que alzaron unas fotos en las manifestaciones preguntando por sus hijos y a quienes otras madres, como las Madres de la Candelaria en Colombia, emularon. Así como Alicia al final de La Historia Oficial no puede hacer otra cosa que salir de la casa, dejar sus llaves e ir a la calle, la lucha de las madres y las abuelas que encontraron al nieto número 133 fue una revuelta contra roles familiares tradicionales que las confinaba al espacio de lo doméstico.
Los autoritarismos y las violencias que ellos encarnan no pueden pensarse exclusivamente desde las instituciones políticas y dejar por fuera el ámbito que asociamos con lo privado. Esta crítica a la división entre público y privado, en la que las feministas han insistido desde hace un tiempo, se materializa en la lucha de madres y abuelas, y en lo que La Historia Oficial anunciaba, quizás sin quererlo, en un momento en donde el futuro aún no era claro. A veces para entender la violencia no solo hay que mirar hacia afuera, sino hacia adentro de nuestras casas, de nosotros mismos y de los deseos que construimos.
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