23 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Cine y Derecho

Se presume inocente: cuando la serie es mejor que la película

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José Wilmar Patiño Ballesteros
Comunicador social y magíster en Ciencia Política

En 1990, Alan J. Pakula dirigió a Harrison Ford en la película Se presume inocente, la cual se convirtió en una de las más vistas de ese año y quedó en la memoria de los espectadores por el retorcido caso de un abogado acusado de asesinar a su amante.

Ahora, la nueva versión de esta historia se estrenó en Apple TV en formato serie y ha logrado convertirse en una de las mejores del año. (Lea: Anatomía de un juicio)

El protagonista, Rusty Sabich (Jake Gyllenhaal), es un fiscal que al inicio de la serie dice a los miembros del jurado en un caso a su cargo que su trabajo es probar la responsabilidad más allá de toda duda razonable. (Lea: Jury Duty o cómo reírse de la justicia)

Lo que no se espera es que otro jurado enfrentará el mismo dilema, pero esta vez él será el acusado de matar a su compañera fiscal, Carolyn Polhemus. (Lea: Pirámide estrato seis)

Todas las circunstancias indican que Rusty la mató porque ella terminó la relación extramatrimonial que sostenían, y ahora sus propios compañeros de trabajo lo llevarán a juicio, en un ambiente enrarecido por el proceso de elección del nuevo fiscal de Chicago, lo que pone en evidencia la capa política de la elección de dignatarios de la justicia por voto popular en EE UU, en donde los casos se convierten en moneda para ganar o perder una contienda electoral. (Lea: Anatomía de un juicio)

Gracias al tiempo que se toma la producción es posible conocer a todos los involucrados, quienes hacen lo posible por defender sus intereses, inclusive sacrificando la verdad. No solo Rusty oculta su infidelidad, la fiscalía no presenta todas las pruebas y hasta las víctimas no dicen todo lo que saben.  (Lea: Derecho sucesoral)

Ya sabemos que no se trata de encontrar la verdad, sino de implantar la duda razonable en el jurado para que el acusado logre la libertad. (Lea: Perry Mason para una época oscura)

En un momento de la serie, uno de los abogados involucrados dice una verdad muy cercana a la realidad, los juicios son historias y la mejor versión gana. Entonces el espectador se da cuenta que también hace parte del jurado y cada capítulo termina con nuevas pistas que van cambiando la idea que se tiene del crimen y su presunto autor. (Lea: Literatura, cine y Derecho para fin de año)

Los ocho capítulos son un deleite formal por la puesta en escena, el tratamiento de color de la imagen y las actuaciones, principalmente de Gyllenhaal, que pone en aprietos a quienes intentan descifrar si su personaje es un asesino o víctima. (Lea: WeCrashed y el emprendimiento salvaje)

Pero sobre todo es un gusto ver tan bien logradas las etapas que involucran un caso penal, desde la investigación hasta la etapa de juicio, y la gama de reflexiones que puede generar: ¿cómo se gana un caso en el que los hechos son meramente circunstanciales? ¿Qué pasa si el fiscal se casa con la hipótesis inicial? (Lea: Juicio a la posverdad)

También son interesantes las escenas donde se intenta negociar la condena, la forma como se afronta un interrogatorio a un menor, las evidentes prerrogativas que tienen los fiscales en la investigación y la delgada línea entre ser abogado en causa propia y testigo de un crimen. En resumen, muy recomendada. (Lea: Justicia a golpe de espada)

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