28 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 2 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Rubén Blades, el abogado

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Nicolás Parra Herrera

Abogado y filósofo Universidad de los Andes

@nicolasparrah

 

En septiembre del año pasado, se lanzó el documental Yo no me llamo Rubén Blades, dirigido por Abner Benaim. La justificación del documental, plagado de merecidos autoelogios e innecesarias apologías, es que Blades considera que tiene más pasado que futuro. El documental es una especie de testamento para decir las cosas que hay que decir porque, según Blades, si no las dice ahora, otros van a tener la última palabra sobre su vida. Sin embargo, hay algo que no aclara el cantante panameño en su documental: ¿por qué quiso ser abogado? Y, sobre todo, ¿por qué decidió hacer una Maestría en Derecho en la Universidad de Harvard cuando ya era un músico consagrado?

 

Decidí buscar la respuesta en la biblioteca de Derecho de esa universidad, en donde se encuentran los trabajos de grado -o papers, como los llaman- de los estudiantes de todas las promociones. Pedí el trabajo de grado de Rubén Blades, titulado Some Thoughts on Law and Justice (Algunas reflexiones sobre el derecho y la justicia). Inmediatamente recibí el documento empastado y leí el título, pensé: ¡Rubén Blades era un filósofo del Derecho! Comencé a leer el documento y me topé con una breve historia del Derecho: los sofistas, Sócrates, los pensamientos de Aristóteles sobre la ley y la justicia, el estoicismo romano, el cristianismo, Hobbes, Spinoza, Montesquieu, y un chorrero de nombres de filósofos y teóricos políticos.

 

Algunas de sus lecturas de los filósofos clásicos me sorprendieron por lo innovadoras y lo atrevidas. Para Rubén Blades, por ejemplo, Trasímaco es el precursor de la tesis marxista del Derecho, pues este sofista y Marx coinciden en que las leyes son creadas por grupos de personas que detentan el poder con la intención de avanzar sus intereses individuales. Protágoras, en cambio, es para Blades el precursor de Hans Kelsen. Según su lectura del sofista griego, “las leyes de los hombres son obligatorias y válidas, independientemente del contenido moral. Su pensamiento es totalmente coherente con las ideas del positivismo moderno”[1]. Otro ejemplo que ilustra su acierto al identificar el origen de ciertas ideas es su teoría de que el conflicto, como se evidencia en la Antígona de Sófocles, “surge por las múltiples percepciones que existen del derecho y la justicia, especialmente entre la percepción de los individuos y de los gobernantes”[2]. Así, el conflicto es el resultado de percepciones encontradas de gobernantes y gobernados sobre el significado de la justicia.

 

Su diagnóstico sobre la causa de los problemas sociales concluye que el origen del mal social es el egoísmo y sus múltiples encarnaciones, como el poder y la vanidad, entre otros. Termina un acápite como profiriendo un proverbio: “el poder es el fin del ser humano, el egoísmo su obsesión”. Rubén Blades prefiere hablar de equilibrio en lugar de hablar de justicia. El equilibrio es la clave para mantener el orden entre los rasgos egoístas y la organización social; la justicia, en cambio, es el sentimiento que produce satisfacer un interés humano. La conclusión de Blades sobre la justicia es desoladora y poética: “la justicia se convierte en una palabra para expresar la esperanza de satisfacer un deseo”[3].

 

¿Y los abogados qué rol cumplen para resolver los problemas sociales? La visión de Rubén Blades sobre los abogados no es alentadora. Siguiendo a Edgar Bodenheimer, considera que los abogados se han vuelto mecánicos sociales entrenados para construir procedimientos para regular la conducta humana, crear interpretaciones (incluso contradictorias), justificar su existencia, asegurar sus trabajos y seguir obteniendo réditos en su oficio[4]. No sé si esta percepción fue la que lo sacó del mundo del Derecho o la intuición de que la música es un ejercicio superior al Derecho, pues al final de su tesis cita a Hegel para apoyar la idea de que la filosofía, el arte y la religión son la realización de la idea que empareja la lógica y la naturaleza, el pensamiento y la realidad. Blades termina despidiéndose del Derecho sin pena ni gloria: “parece lógico para mí volver a mis actividades artísticas después de recibir mi título de Harvard (…) es lo deseable. Esta tesis se la dejo a ustedes”.

 

Al final, la pregunta por la maestría no la encontré en su tesis, sino en una entrevista que le hizo Jesús Ruiz Mantilla para el diario El País en marzo del 2014. Cuando Ruiz Mantilla le preguntó por qué quiso ir a Harvard, Blades respondió: “Porque mi mamá no me vio graduarme en Derecho allá en Panamá”. “¿Sólo por eso?”, replicó el periodista. “Por eso y porque yo siempre siento la necesidad de reinventarme. Cuando me veo cómodo en algo me voy para otra parte”, respondió Blades[5]

 

No sé si se sintió cómodo siendo filósofo del Derecho. No sé si nos dejó su tesis para mostrarnos que era hora de reinventarse. Su trabajo de grado de Harvard es un estudio genealógico del Derecho que busca desandar la historia de las ideas sobre el Derecho y la justicia para identificar diferencias, si las hay, entre estos dos conceptos. Se trata de una reinterpretación -a vuelo de pájaro, hay que decirlo- de la historia del Derecho para diagnosticar las causas de los problemas sociales, su desarrollo y su entrelazamiento con la filosofía y la política, el rol de los abogados en la sociedad y la mejor forma de organizar un gobierno. En definitiva, es una narración que de vez en cuando lo sorprende a uno con lecturas originales, pero que en otras ocasiones abarca tanto que le pasa como a todo lo demás en la vida: a mayor amplitud menor profundidad.

 

Cuando terminé de leer la tesis, volví a escuchar sus canciones. Recordé que la primera vez que se presentó en el Madison Square Garden con la orquesta de Ray Barreto olvidó la letra y aprendió a equivocarse. Recordé también que al introducir El Cantante en el Jazz at Lincoln Center como homenaje a Héctor Lavoe, dijo: “la muerte comienza cuando uno olvida”. Yo me quedo con el Rubén Blades salsero, que aprendió a equivocarse, que vive reinventándose, que vive recordando y que anda con una camiseta con el lema “el mundo solo será del que camina sin miedo”. No con el abogado, ni el filósofo del Derecho, ni con el analista político que concluyó su escrito con una tesis difícil de digerir: “solo aquellos que toman parte moldeando, organizando, ejecutando y participando en el soporte de los programas sociales pueden beneficiarse de ellos”[6].

 

Para mí, la filosofía de Rubén Blades está en otra parte.

 

[1] Blades, Rubén. Some Thoughts on Law and Justice (1985). Cambridge: Harvard Law School.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Cf. Ibíd.

[5] El País. Entrevista de Jesús Ruiz Mantilla a Rubén Blades: “Estoy pensando un programa presidencial para Panamá”, mar. 31/14.

[6] Blades, Rubén. Some Thoughts on Law and Justice (1985). Cambridge: Harvard Law School.

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