21 de Agosto de 2024 /
Actualizado hace 5 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Repensar las elecciones

201001

Juan Manuel Camargo G.

Lo que ha pasado –lo que está pasando– en Venezuela obliga a reflexionar con mucha seriedad sobre los riesgos que amenazan la confiabilidad de las elecciones y los modos de protegerla.

Es algo que se ha sabido desde hace mucho tiempo: todas las elecciones pueden ser contrarrestadas por el fraude. Aunque muchos países –incluido Colombia– han avanzado en mecanismos de transparencia y seguridad, los casos extremos nos enseñan que las elecciones siguen teniendo varios puntos débiles.

Las autoridades electorales son un primer aspecto frágil. En la medida en que sean elegidas o dependan del gobierno (aunque sea solo una dependencia presupuestal), su autonomía está comprometida. La elección popular o la elección por el Congreso no son una garantía inexpugnable en el caso de gobiernos autocráticos, que es el que hay que prevenir.

Otra debilidad crucial es que el régimen puede manipular la elección restringiendo los candidatos elegibles. Basten los ejemplos de Venezuela, Cuba, Nicaragua o Rusia. Los motivos son variados: a veces, los detienen por delitos (generalmente, corrupción), como fue el caso de Nicaragua. Otras, solo los inhabilitan para ejercer cargos públicos, como sucedió en Venezuela. En Rusia, una candidata fue vetada por no llenar correctamente el papeleo. La única manera de prevenir cualquier manipulación en este extremo es prescribir que cualquiera puede ser candidato y restringir al máximo los requisitos, formales o sustanciales. Guste o no, el ejemplo lo tenemos en EE UU, en donde Donald Trump es candidato presidencial a pesar de haber sido condenado por un cargo criminal. Los electores decidirán si eso es relevante.

Determinar la lista de votantes también es otro punto débil del sistema democrático. El gobierno controla las listas de los ciudadanos con derecho a voto. Mas aún, el gobierno decide y controla requisitos adicionales, como la inscripción en lugares de votación. En las recientes elecciones de Venezuela, aunque ese país tiene millones de expatriados, en la práctica solo permitió el voto del 1 % (El País), con lo que se excluyó del censo electoral una gran masa de votantes que probablemente sería contraria al régimen. El voto tampoco se debería limitar por motivos aparentemente plausibles; por ejemplo, por condenas penales, ya que esa sería una forma indirecta de “depurar” el electorado. En EE UU, los mapas electorales han sido usados y manipulados para influir en el resultado de las elecciones, alejando las mesas de votación de las comunidades en las que predomina una corriente política. 

Y, finalmente, por supuesto, está el problema del conteo. En Venezuela, el viejo chiste se ha cumplido a rajatabla: gana las elecciones quien cuenta los votos. Que la oposición tenga copia de la mayoría de las actas es un gran logro, y, por lo que he visto, no es posible que el régimen las falsifique, ya que las actas cuentan con un código QR y un número hash que las distingue. Sin embargo, el gobierno puede mostrar otras actas y decir que son las verdaderas, con lo que las actas de la oposición serán tildadas de falsas. Esa afirmación no resistirá un examen técnico forense, pero a quién le importa.

Para solucionar los riesgos que acabo de mencionar, hay que implementar tecnologías que ya existen. Estonia fue el primer país del mundo en implementar el voto electrónico en las elecciones nacionales, desde el 2005. Lo único que se requiere es un computador conectado a internet y un documento de identificación electrónica, con certificados y códigos PIN válidos. Para garantizar la legitimidad de los resultados, se puede usar un sistema basado en cadena de bloques. En el 2022, Corea del Sur anunció que estudia su implementación. Los desafíos técnicos son grandes, pero una cosa que distingue a la cadena de bloques es que todos los bloques son almacenados y validados en una red de nodos (computadores), en lugar de un solo servidor central. La autenticidad de los datos se logra por consenso, lo que significa que solo se admitirán como válidos los resultados que coincidan en la mayoría de nodos que albergan la cadena. Eso garantiza que los resultados sean conocidos de inmediato y estén a la vista de cualquiera, sin necesidad de proclamaciones oficiales.

Lamentablemente, los países se deslizan por inercia hacia la autocracia. Para evitarla, hay que intervenir activamente, y el momento es ahora. Si un país cae en manos totalitarias, ya no habrá ni tiempo ni voluntad para defender la democracia. 

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