22 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 10 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Verbo y Gracia

Lenguaje inclusivo

50714

Fernando Ávila

Fundación Redacción

feravila@cable.net.co

 

Me parece válido el clamor de algunas personas por incluir a la mujer en el lenguaje, que por tradición es inevitablemente machista, o, para decirlo de una forma menos violenta, es inevitablemente masculino. No es que las instituciones se empeñen hoy en mantener a la mujer en un segundo plano, sino que la cultura tradicional del mundo es masculina. El hombre que salía a cazar, mientras la mujer se quedaba en la casa, se repite en el hombre que va a la guerra, mientras la mujer se queda en la casa, y en el hombre que va al trabajo, mientras la mujer se queda en la casa. Hoy el mundo está cambiando y es necesario que el lenguaje vaya reflejando ese cambio.

 

No crean ustedes que no se ha logrado. Hay sustantivos que tienen ahora nuevas formas femeninas, como árbitro y piloto que ahora cuentan con sus variables árbitra y pilota, en el Diccionario de la lengua española, de la RAE. Palabras de género común (iguales para hombre y para mujer), como presidente, vicepresidente, gerente, jefe, juez, tienen ahora opción para el femenino, presidenta, vicepresidenta, gerenta, jefa, jueza. La Fundéu RAE recomienda que se usen con preferencia estas opciones. Por lo demás, y sonará a broma, pero es una realidad en la misma línea de cambio lingüístico, palabras de género epiceno (iguales para macho y hembra), como hipopótamo y rinoceronte, tienen ahora forma distinta para el femenino, hipopótama y rinoceronta, gracias a lo cual ya no hay que decir “hipopótamo hembra” ni “rinoceronte hembra”.

 

Está haciendo carrera en algunos ámbitos el uso de la “e” como terminación unisex, “¡Buenos días a todes!”. Yo no usaría ese “todes”, pero sí las numerosas palabras de género común terminadas en “e” que existen en el idioma, adolescente, cantante, dirigente, que corresponden al participio activo de los verbos adolescer (‘crecer’), cantar, dirigir, y no requieren el antipático desdoblamiento (“adolescentes y adolescentas”), al que se refiere la Corte Constitucional en su comentado fallo de agosto del 2020 sobre el lenguaje inclusivo.

 

El idioma es un organismo sólido y bien desarrollado, en el que no hay solo palabras de género masculino aplicables a las mujeres, como titán, genio, ídolo, “María es un titán”, “Gloria es un genio”, “Patricia es mi ídolo”, sino también palabras femeninas aplicables a hombres, como persona, víctima, eminencia, “Juan es una persona”, “Pedro fue una víctima”, “Alberto era una eminencia”. El idioma es tan caprichoso en ciertos momentos que tiene palabras femeninas terminadas en “o”, como la mano, la moto, la foto y la libido, y palabras terminadas en “a” que se pueden aplicar a hombres, “es un caradura”, “fue un poeta”, “era un sinvergüenza”, sin contar las numerosas voces referidas a oficios terminadas en -ista, periodista, economista, ciclista, futbolista, violinista…, cuyo desdoblamiento exigiría inventar periodisto, economisto, ciclisto, futbolisto, violinisto, recurso innecesario y hasta hoy no pedido por ningún machisto.

 

Todo lo dicho conduce a tomarse en serio también la posición de la Academia y de la Corte en el sentido de no hacer desdoblamientos incómodos, “trabajadores y trabajadoras”, cuando el contexto, la tradición y el buen entendimiento de los lectores deja claro que la locución “los trabajadores” abarca sin excepción a todas las personas que trabajan. También, por la economía de palabras, tan necesaria hoy.

 

Ahora bien, todo lo dicho no disminuye la importancia que tiene la inclusión de la mujer, bajo el principio de que lo que no se nombra no existe. Soy nominalista por convicción. Creo en ello. Hay que darle presencia a la mujer, pero hay que hacerlo con recursos sensatos, que no atropellen la morfología léxica, como pasa cuando se opta por “tod@s” o, peor aún, por “todxs”.

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