28 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 6 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Corte y Recorte

Joaquín F. Vélez

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OSCAR ALARCÓN NUÑEZ

 

Siempre se ha dicho que el llamado Registro de Padilla fue el primer “chocorazo” que hubo en Colombia. Pues la historia cuenta que, gracias a ese fraude, protagonizado por el guajiro Juanito Iguarán, resultó electo el general Rafael Reyes, quien se enfrentó a Joaquín F. Vélez.

 

Y ¿quién era ese señor? Pues nada más ni nada menos que un gran amigo del presidente Rafael Núñez, cartagenero, conservador de tuerca y tornillo. Había sido su hombre de confianza para ir al Vaticano, como embajador, a tratar de resolver su problema matrimonial con doña Soledad Román. Le dio una minuta de instrucciones para negociar con la Santa Sede el Concordato que finalmente se suscribió, luego de la nueva Constitución de 1886.

 

“En materia de matrimonio –decía la minuta– debe tomarse por modelo el arreglo reciente hecho con España. El gobierno reconocerá mediante registro, todo matrimonio celebrado conforme a los cánones; pero en cuanto a los demás, se reserva el ejercicio de su soberanía”. Cartagena, 29 de abril de 1887.

 

En esos términos se suscribió el convenio que fue ratificado mediante la Ley 35 de 1988 y que permitiría el Concordato.

 

Luego de su regreso al país, el general Vélez aspiró a la Presidencia y como su partido, el conservador, estaba dividido, le tocó enfrentarse al general Rafael Reyes. Vino el fraude de Padilla y el gran amigo de Núñez, quien era un hombre de recio carácter, jamás aceptó su derrota. Antes de su posesión, Reyes fue en su búsqueda con la esperanza de lograr un acuerdo del que son tan amigos las gentes de Boyacá, de donde era oriundo. El cartagenero lo recibió en su casa de Bogotá, hoscamente, y con la franqueza que era habitual en él le manifestó al presidente electo que no lo consideraría como primer magistrado, sino como un usurpador.

Al instalarse el Congreso el 20 de julio, el general Vélez, que contaba con las mayorías, se hizo elegir presidente del Senado, pero advirtió que no le daría posesión al general Reyes y que, si el Congreso decidía hacerlo, él no asistiría a la ceremonia. Le correspondió hacerlo al presidente de la Cámara, José Vicente Concha.

 

Hasta el fin de sus días, en 1906, el general Vélez no se inclinó ante el hecho cumplido y murió en su ley, en su actitud firme y erguida.

 

Está bien que la Santa ceda, pero él no.

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