Curiosidades y…
Estupidez humana
Antonio Vélez
¿En qué se diferencian la genialidad y la estupidez? En que la genialidad tiene límites, contestaba un bromista. Albert Einstein creía lo mismo: la estupidez humana no tiene límites. Así lo decía con tono burlón: “Solo hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, pero… de la primera no estoy seguro”. Y no solo es infinita la estupidez, sino que cubre con seguridad toda la historia humana. Comienza con el primer hombre, y no ha terminado aún. Nos cobija a todos por igual, sin discriminar razas, sexos y credos. Es tan extensa, que en el reducido espacio de esta sección cabe apenas una muestra infinitesimal.
Cuando Nestlé lanzó los clásicos chocolates Kit Katsu en Japón, los locales reconocieron inmediatamente el parecido entre las palabras “Kit Kat” y “KittoKatsu”, expresión esta última que traduce aproximadamente “ganar sin falta”. Con el tiempo, los estudiantes comenzaron a creer que si comían un Kit Kat antes de los exámenes podrían obtener mejores notas, y esta fue la razón primordial del éxito de Kit Kat en un mercado saturado como el de Japón. Nestlé llevó las cosas más allá al lanzar los Kit Kat en un empaque azul -para evocar el cielo de la divinidad- e imprimir la frase “Oraciones para Dios”. Al parecer, los Kit Kat han triunfado en Asia no solo por considerárselos de buena suerte, sino porque en el sitio virtual de Nestlé los visitantes pueden ingresar una oración que, según creen, le llevará a un poder superior.
En relación con los abusos de la mecánica cuántica en asuntos que nada tienen que ver con tan compleja disciplina, Richard Dawkins nos cuenta que ya se pueden comprar multitud de libros de curación cuántica, para no mencionar los de sicología cuántica, responsabilidad cuántica, moralidad cuántica, estética cuántica, inmortalidad cuántica y teología cuántica. Con un agravante, ninguno de los autores sabe un quantum de mecánica cuántica. En su libro Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo, el médico hindú Deepak Chopra escribe: “En este momento tú estás en dos lugares al mismo tiempo. Uno es el mundo visible y sensorial, donde tu cuerpo se ve sujeto a todas las fuerzas de la naturaleza de allí fuera... Pero también ocupas el mundo cuántico, donde todo eso se cambia”. Chopra tampoco sabe un quantum de mecánica cuántica, pero su osadía le revierte en dólares sacados de los bolsillos de los inocentes.
Algunos cristianos consideraron que el museo de Alejandría era un nido de paganos, así que debía ser quemado. Dicho y hecho: en el 391 quemaron el templo de Serapis, que en ese momento albergaba la biblioteca principal del museo. Una pérdida irreparable. Años después, Giordano Bruno defendía ante los teólogos de su tiempo la idea de un universo infinito con la afirmación: “Solo un universo infinito es digno de un Dios infinito”. “Morirá en la hoguera por sus ideas locas sobre las magnitudes”, le contestaron. Y al fuego con él.
Martín Lutero, Biblia en mano, protestaba contra el trabajo de Copérnico: “Este necio está tratando de desbaratar todo el arte de la astronomía”. Además, alegaba que las Sagradas Escrituras eran muy claras cuando afirmaban que Josué ordenó al Sol que se detuviera, no a la Tierra. Dicho y hecho: el necio de Copérnico terminó desbaratando la versión parroquial de la Biblia.
Buffon, un hombre de inteligencia práctica, como ya sabía que en 1589 el hugonote Bernard Palissy había sido acusado de herejía y luego quemado en la hoguera por haber escrito que los fósiles eran residuos cristalizados de criaturas vivas, se retractó sin demasiada presión, aunque hoy se ponga en duda su sinceridad: “Abandono en mi libro todo lo que respecta a la formación de la Tierra y, en general, todo lo que pueda ser contrario a la narración de Moisés”. Caben aquí las palabras del biólogo François Jacob: “De hecho, la historia de la ciencia es de algún modo la historia de la lucha de la razón contra las verdades reveladas”.
Se puede leer en el Osservatore Romano, edición de junio 22 de 1633, el siguiente texto: “Ahora que el señor Galileo ha renunciado, aunque no sin sutil incentivo, en sus heréticas creencias acerca del movimiento de la Tierra, quizá los estudiantes de física retomen los problemas prácticos de armamentos y navegación, y dejen la solución de los problemas cosmológicos a los enterados en los infalibles textos sagrados”. Hoy sabemos, aunque tarde, que el “hereje” tenía toda la razón, y los textos sagrados, infalibles, estaban totalmente equivocados.
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