24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 20 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

‘En agosto nos vemos’

181011

Juan Manuel Camargo G.

Gabriel García Márquez fue (o es, porque los escritores perduran en sus obras) un portento de la literatura. Dicho eso, aclaro (y aquí preveo que me lloverán rayos y centellas) que, en mi opinión, no fue un portento de la literatura toda su vida. La última obra de él que considero genial fue El otoño del patriarca. De ahí en adelante, lo que escribió me parece literatura de consumo, hasta llegar a Memoria de mis putas tristes, novela que me gustó y con la que sentí que García Márquez por fin había reencontrado un personaje y una historia que podía tratar con autenticidad.

García Márquez tuvo la fortuna de ganar el premio Nobel relativamente pronto, a los 52 años de edad. Ganar el Nobel en sí no significa mucho –porque ese premio se lo dan tanto a escritores buenos como a malos–, pero en ese entonces daba mucho prestigio (ahora, quién sabe) y era justo que se diera un reconocimiento mundial a un escritor que superaba con creces, no solo a sus contemporáneos, sino a la mayoría de sus antecesores. Tan genial era García Márquez que inventó un estilo literario que han intentado copiar algunos, pero no muchos, porque es tan único que es fácil advertir que se trata de una copia cuando lo usan otros. Nótese que no escatimo los elogios al García Márquez anterior a 1982 (año en que ganó el Nobel), porque se los merece todos y ninguno sería exagerado. En una época de gigantes (Borges, Sábato, Cortázar, Onetti, para mencionar solo algunos latinoamericanos), Gabo se elevó a alturas inalcanzables. En mi criterio, solo Borges se le equiparó en calidad con algunas de sus obras (porque tampoco Borges fue siempre genial).

Ahora se publica de García Márquez una obra póstuma, En agosto nos vemos, escrita más o menos hacia el 2004 y que tiene como trasfondo la tragedia de que el escritor enfrentaba al final de su vida la pérdida de la memoria, su “materia prima y herramienta”, como les dijo a sus hijos, según recuerdan estos en el prólogo. Es una buena novela, humana, simpática, bien narrada, con un grato manejo del idioma y giros inesperados.

Yo tuve el honor de conocer a García Márquez y hablar con él (en compañía de varias personas más) en dos ocasiones, en México, en el 2003. Éramos un grupo de candidatos a escritores que habíamos ganado en alguna categoría los premios de literatura ciudad de Bogotá y creo que ninguno de nosotros publicó nada después. Pero García Márquez nos saludó con gran gentileza: “vengo a conocer la competencia”, nos dijo. Lo que más recuerdo de él es eso: su extrema amabilidad, sobre todo siendo quien era, porque García Márquez despertaba un fervor unánime. Entre muchas otras cosas, nos comentó que la novela de él que más le gustaba era El amor en los tiempos del cólera. “No hay una coma en esa novela que no me guste”, explicó.

A 10 años de su muerte, es buen momento para recomendar que lo lean. Sugiero enfrascarse en sus cuentos y novelas, desde La hojarasca (1955) hasta el Otoño del patriarca (1975), para conocer las obras fundacionales que lo hicieron famoso. Pero también considero que vale la pena leer Memoria de mis putas tristes y En agosto nos vemos, para conocer al buen escritor que empezaba a ser cuando se le estaba olvidando quién fue.

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