18 de Septiembre de 2024 /
Actualizado hace 6 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

El poder de fomentar la hostilidad

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Juan Manuel Camargo G.

En su obra The Fire Next Time, James Baldwin escribió: “En una sociedad que es completamente hostil y, por su naturaleza, parece decidida a matarte (que ha matado a tantos en el pasado y mata a tantos todos los días), empieza a resultar casi imposible distinguir una injuria real de una imaginaria. Uno puede dejar de intentar hacer esta distinción muy rápidamente y, lo que es peor, normalmente deja de intentarlo sin darse cuenta de que lo ha hecho. Todos los porteros, por ejemplo, y todos los policías se han vuelto, para mí, exactamente iguales, y mi comportamiento con ellos está diseñado simplemente para intimidarlos antes de que ellos puedan intimidarme a mí. Sin duda soy culpable de alguna injusticia en este punto, pero es irreductible, ya que no puedo arriesgarme a suponer que la humanidad de estas personas es más real para ellos que sus uniformes”.

Es un párrafo poderoso. Encierra mucha verdad y es muy sincero. Baldwin era negro, estadounidense, nacido en 1924 (murió en 1987), novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y activista de los derechos civiles. Por supuesto, vivió en una sociedad hostil hacia su raza.

Cuando hay un pasado o un trasfondo de hostilidad, esta justifica la reacción agresiva de las víctimas, solo que también puede ser aprovechada por quienes buscan la violencia independientemente de sus causas. Detrás de eso, al menos en parte, hay un fenómeno subversivo. La subversión, hablando con frialdad, quiere erradicar un orden establecido, y eso puede ser bueno y hasta necesario, en muchos casos. En otros casos, la subversión solo apunta a cambiar los detentadores del poder.

Mucha gente hoy, en todos los países del mundo, quiere hacer irrefutable la idea de que vivimos en una sociedad “enteramente hostil”, como escribió Baldwin. Porque, si la sociedad es enteramente hostil, la reacción que expone Baldwin se justifica: hay que intimidarlos a “ellos” antes de que “ellos” me intimiden a mí. Por eso hay que enfatizar las diferencias, alentar los conflictos, inventarlos, si es necesario. La idea de que la sociedad es “enteramente hostil” (a cualquier factor: una raza, una clase, un partido, una condición sexual, un pueblo, una identidad, un nivel económico) debe ser mantenida, para que las personas de estos grupos queden justificadas cuando a su vez intimidan. Además, la idea de que la sociedad es “enteramente hostil” debe ser mantenida, para que la intimidación a esa sociedad hostil no sea mirada como intimidación, sino como defensa (incluso cuando se vale de ataques; incluso cuando se vale de ataques no provocados).

En el discurso de una sociedad “enteramente hostil”, la policía ocupa el lugar central del acusado. Porque la policía, en el contexto de ese discurso, es el instrumento de represión por excelencia. No es un cuerpo que ayuda a los ciudadanos a conservar sus vidas y sus bienes, sino un cuerpo que reprime las declaraciones y actos de los oprimidos. Lo consecuente, por tanto, es acabar la policía. ¿Y reemplazarla con qué? En EE UU, en años recientes, se popularizó la iniciativa de quitar fondos a la policía y reasignarlos a formas alternativas de seguridad pública y apoyo comunitario, como servicios sociales, programas para jóvenes y asistencia en salud mental.

Pero, si la policía no existe, ¿qué queda? En ausencia de la policía, incluso pequeños grupos pueden alcanzar un poder notable, si están suficientemente organizados. Eso lo atestigua el mundo todos los días, cuando unas cuantas personas bloquean autopistas, carreteras o el ingreso a zonas públicas. Hoy en día, la policía no reprime esos actos. Son actos no propiamente violentos, pero sí de provocación. Si generan violencia (de la policía o de los bloqueados), se refuerza el discurso de la opresión. Por eso, la policía y los bloqueados deben mantenerse al margen y soportar las molestias.

Es, por supuesto, una cuestión de poder. Lo admitan o no, mucha gente ha encontrado en esta mecánica una forma de sentir que tienen poder. Es el poder el que les llama la atención, más que la causa. Pero ambas cosas son tan indistinguibles que ni ellos mismos se dan cuenta de la diferencia.

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