El eterno retorno de los mitos políticos
Juan Manuel Camargo
“El mito del Estado” es un libro sobresaliente, aunque ya olvidado, como tantos otros. El filósofo alemán Ernst Cassirer lo escribió para intentar explicar el advenimiento del nazismo en Alemania y es un repaso de la estructura del mito, para tratar de analizar la extraña fascinación que ciertas personas e ideas excitan en las masas.
El ser humano, por lo general, dice Cassirer, no acude a la magia, a los mitos, a la religión. Incluso los más primitivos cuando necesitan un utensilio lo fabrican, no se ponen a rezar para que los dioses se lo regalen. Pero en situaciones precarias, peligrosas e inciertas, el ser humano “recurre siempre a medidas desesperadas — y nuestros mitos políticos han sido estas medidas desesperadas”.
Incluso en épocas de aparente estabilidad, en las que predomina la razón, el equilibrio es endeble. El mito permanece a la espera de su hora y oportunidad. Y esa hora se presenta cuando la organización racional de la sociedad pierde fuerza, por una razón u otra. “El anhelo de caudillaje aparece tan solo cuando un deseo colectivo ha alcanzado una fuerza abrumadora y, por otra parte, se ha desvanecido toda esperanza de cumplir este deseo por la vía ordinaria y normal”.
Los mitos políticos modernos son elaborados de acuerdo con un plan, que se repite una y otra vez, porque funciona. Repasando cómo se formó el mito político del nazismo, Cassirer opina que el primer paso es un cambio en la función del lenguaje. “La palabra mágica tiene prelación sobre la palabra semántica”. Las palabras dejan de ser meramente descriptivas para ser instrumentos con los que se quieren estimular determinadas emociones y pasiones, generalmente violentas.
El segundo paso es la introducción de nuevos ritos. “Cada acción política tiene su ritual particular”. El efecto de estos nuevos ritos es adormecer el discernimiento crítico y eliminar el sentido de responsabilidad individual. En las sociedades que se rigen y gobiernan por mitos solo hay responsabilidad colectiva. El verdadero sujeto moral es el grupo: el clan, la familia, la tribu.
El tercer paso es la manipulación. Los mitos políticos modernos no parten de imponer o prohibir conductas. Su tarea es cambiar a las personas “para poder así regular y determinar sus actos”. Y las personas “fueron cayendo (…) sin ofrecer ninguna resistencia seria. Estaban vencidas y dominadas antes de percatarse de lo que había ocurrido”.
El paso final es la profecía. “Se hacen las promesas más improbables y hasta las imposibles; se anuncia un nuevo milenio una y otra vez”. Para promocionar sus promesas, los nuevos profetas también deben convencernos de que lo existente está podrido; más aún, que está en un camino que lo lleva inexorablemente a su destrucción. La supuesta podredumbre de lo que “es” resalta las bondades de lo que “puede ser”. Y la segura destrucción del status quo eleva las promesas a la categoría de destino.
Cuando los profetas llegan al poder se acaba la democracia y hasta la libertad, pero eso es anunciado como la verdadera liberación. La libertad, según Kant, es una ardua labor que el ser humano debe proponerse. En tiempos de debilidad y crisis, las personas sucumben al camino fácil de renunciar a tomar sus propias decisiones y eligen depender de la voluntad de otros. “Los nuevos partidos políticos prometen (…) una escapatoria (…). Suprimen y destruyen el sentido mismo de la libertad; pero, al mismo tiempo, eximen al hombre de toda responsabilidad personal.” Cassirer cita como ejemplo el testimonio de un marchante alemán que en el régimen nazi decía ser libre porque ya no tenía que preocuparse por las elecciones ni cargaba con la responsabilidad de decidir por quién votar. Es el mismo sentido de uno de los famosos lemas contrarios de la novela 1984: “La libertad es la esclavitud”.
La gran conclusión es que, a pesar de los avances científicos, el ser humano sigue siendo esencialmente primitivo en lo que se refiere a la política. En ese ámbito, la fe en la magia se mantiene firme. El papel de la filosofía, según Cassirer, es “hacernos comprender al adversario”. Refiriéndose al ascenso del fascismo en el siglo XX escribe: “Todos somos responsables de haber calculado mal estas fuerzas. Cuando oímos hablar por primera vez de los mitos políticos nos parecieron tan absurdos e incongruentes, tan fantásticos y ridículos” que no los tomamos en serio. “No debemos cometer otra vez el mismo error”.
Son palabras sabias. El pensamiento universal nos da viejas soluciones para viejos problemas, pero unos y otros se olvidan y la humanidad recae en estos, siempre como si fuera la primera vez, en lo que Hegel llamó el eterno retorno.
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