Curiosidades y…
El ‘collage’ en ‘El otoño del Patriarca’
Antonio Vélez
La crítica literaria colombiana recibió El otoño del Patriarca, novela de Gabriel García Márquez, con desconcierto. Para muchos resultó insoportable y pesada; para otros, extraña y difícil. Era previsible que una obra tan cerebral, innovadora y moderna fuese controvertida. Críticos y lectores no tuvieron tiempo para acomodar sus mentes a las novedades narrativas de Gabo.
García Márquez construyó su dictador tomando trozos de los sátrapas latinoamericanos más destacados. El resultado fue el Patriarca, que se quedó sin nombre, pues no podría llamarse de ninguna manera, y sin primer apellido, pues era “hombre sin padre como los déspotas más ilustres de la Tierra”. Para comenzar, tomó como substrato una pieza de Juan Vicente Gómez, la bajó de su páramo natal sin aún saber leer ni escribir, y la incorporó en la novela con sus pies de campesino, calibre 46, con su memoria de elefante y con su mente premonitoria que le valió el apelativo de “brujo de los Andes”. Trasladó a la novela su catre de campaña, la recua de vacas y la fila interminable de concubinas, y así lo instaló en forma vitalicia en el poder, pues él se moriría, por propio designio, “un 17 de diciembre, como el libertador Simón Bolívar, del año que le diera la gana”.
Sobre esa base adosó un gran pedazo del Supremo, doctor Gaspar Rodríguez de Francia, que incluía los bienes confiscados a las comunidades religiosas y los textos escolares en los que se aprendía todo lo grande que era, su vida austera y su inveterada costumbre de trancar las puertas por si acaso. Luego añadió pedacitos de la crueldad de Rafael Leonidas Trujillo, con sus fosos de tiburones metamorfoseados en caimanes. De Melgarejo, el boliviano, añadió su locura de adolescente por Juana Sánchez, restaurada con el nombre de Manuela Sánchez, su ignorancia absoluta, su entrega del mar a los chilenos, y algunos jirones espeluznantes de su crueldad sin límites. A lo anterior agregó las colegialas de Perón, la incapacidad crónica de sonreír del ecuatoriano Gabriel García Moreno y multitud de piezas de los Somozas, Batistas, Papá Docs...
Este complejo collage, ensamblado con pedazos grandes de los mejores exponentes de la fauna latinoamericana, y pedazos pequeños de los déspotas de segundo orden, fue apenas la primera parte del trabajo. Luego, sobre un trozo grande de tiempo, situado alrededor del primer paso del cometa, fue armando periodos de otros tiempos, pues las dictaduras han sido de siempre. Para el espacio, Gabo escogió el “reguero de islas alucinadas de las Antillas”. Y sobre ese fondo azul fue superponiendo páramos, afluentes ecuatoriales y ciudades de virreyes y bucaneros, para albergar allí a los déspotas depuestos. El rompecabezas fue ambientado con percebes y lebranches y olor a camarones.
La última dificultad de Gabo fue el montaje de este múltiple collage. La solución le exigió inventar un lenguaje que, a manera de aglutinante, retuviese las piezas en su lugar y llenase las numerosas grietas. Con gran intuición, el autor mezcló el realismo mágico con un lenguaje poético y unos toques de humor cruel. La mezcla quedó triplemente potenciada: el realismo mágico, que todo lo puede, le dio al conjunto la realidad imposible que necesitaba; el lenguaje poético, que tolera toda clase de licencias, desvaneció las discordancias que trozos tan dispares presentaban, y con el humor, que permite que las contradicciones no se contradigan, y si se contradicen no importa, como en aquella inolvidable ocasión en que el Patriarca nombró a Saturno Santos guardaespaldas “con la única condición de que no te pongas por detrás”, la obra adquirió amenidad y una textura espesa y deliciosa.
Para dar el toque final, el autor experimentó con un nuevo tipo de narración, haciendo que el narrador se desplazase silenciosamente, por cada uno de los personajes. El diálogo se transformó en un curioso multimonólogo, tal como lo ilustra el siguiente fragmento: “Y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice sino (...) dicho sea sin el menor respeto mi general, pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y le di lo que nadie le ha dado (...), aunque mejor no hablemos de eso mi general”. El resultado final fue una novela de avanzada, dada su revolucionaria técnica literaria. Una obra maestra.
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