Mirada Global
El ‘brexit’ paga dividendos
Daniel Raisbeck
“Paz” es una de las palabras más manipuladas de la historia. Según Tácito, los romanos frecuentemente devastaban un lugar con sus armas, para luego decir que lo habían pacificado. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética creó el Consejo Mundial de la Paz, una organización fachada que intentaba desestabilizar internamente a los países occidentales. Recientemente, la Unión Europea (UE), otro imperio según algunos de sus altos funcionarios (José Manuel Barroso y Guy Verhofstadt), usó la paz en Irlanda como comodín para sabotear el brexit.
Concretamente, el equipo negociador de la UE sostuvo que el brexit amenazaba el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, el cual prohíbe una frontera formal entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Gran Bretaña, sin embargo, nunca tuvo la intención de erigir una frontera física. Pero la UE, una unión arancelaria muy proclive al proteccionismo, exigió controlar la calidad de los productos provenientes de Inglaterra, Gales o Escocia.
A raíz de esta crisis fabricada, un protocolo creó una frontera de regulación entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido. Tras el brexit, ciertos comestibles que arriban a los puertos de Belfast o Larne deben ser inspeccionados. La burocracia y el papeleo adicional que esto involucra son un fastidio considerable, pero la asamblea norirlandesa votará en cuatro años para determinar si le interesa mantener el acuerdo. Además, el artículo 16 del “Protocolo de Irlanda del Norte” le permite a cualquiera de las partes -Gran Bretaña o la UE- “actuar de manera inmediata” y unilateral si la implementación del acuerdo trae consecuencias negativas.
Sorprendentemente, los primeros en disparar no fueron los británicos, sino la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE. Esta invocó, el pasado 29 de enero, el artículo 16 sin consultar a la República de Irlanda, una decisión que el ministro irlandés de Relaciones Exteriores, Simon Coveney, llamó “extraordinaria”. Tras prohibir la exportación de vacunas contra el covid-19 a cualquier país externo, la Comisión argumentó que las inspecciones en la frontera terrestre en Irlanda eran indispensables para impedir el contrabando de inyecciones.
Bajo presión irlandesa, Ursula von der Leyen, presidente de la Comisión Europea, debió retroceder poco después del anuncio original, pero su faux pas sacó a relucir un desastroso manejo de la vacunación. En vez de permitir que cada país europeo se encargara de vacunar a su propia población, los países miembros decidieron centralizar el proceso bajo la Comisión. “La solidaridad” primó sobre la practicidad, y el resultado fue una ejecución burocrática, torpe y extremadamente lenta.
Reino Unido, libre de la burocracia de Bruselas gracias al brexit, aventaja ampliamente al resto de Europa en la administración de las vacunas. Según France24, Gran Bretaña había vacunado a más de 10 millones de personas el pasado 6 de febrero, logrando la tercera tasa de vacunación más rápida del mundo después de Israel y los Emiratos Árabes. Mientras tanto, la tasa de vacunación de la UE apenas alcanzaba el 20 % de la efectividad británica.
En medio de las críticas por su mala gestión, la Comisión Europea decidió cazar una disputa pública con la empresa farmacéutica británica AstraZeneca, la cual atrasó la entrega de 49 millones de dosis. La causa, sin embargo, fue la tardanza de la UE en comprometerse a un acuerdo de suministro. Aun así, la UE exigió que AstraZeneca le entregara vacunas que la compañía ya le había asignado al Reino Unido según su acuerdo previo con ese país. La escasez de vacunas de la UE también condujo a su prohibición de las exportaciones, una medida claramente desesperada.
El fiasco de las vacunas no solo ha confirmado la sensatez de los británicos que votaron para independizarse de la eurocracia, sino que también ha abierto los ojos de sus antiguos contrincantes. En palabras de Die Zeit, una prestigiosa publicación alemana de fuerte tendencia eurófila, el fracaso de la Comisión Europea es “la mejor publicidad posible para el brexit”.
Pero el éxito de la nueva Gran Bretaña no se limita a su célebre programa de vacunación. Liz Truss, la ministra de Comercio Internacional, ha firmado acuerdos comerciales con 63 países, sin contar el acuerdo de libre comercio con la UE que anunció el Primer Ministro Boris Johnson el pasado diciembre.
Aunque muchos de estos acuerdos dan continuidad a tratados existentes bajo la estructura de la UE, la intención del gobierno británico es liberalizarlos mucho más de lo que permitiría Bruselas. Crucialmente, Truss logró un acuerdo nuevo con Japón, mientras negocia con Australia, Nueva Zelanda y EE UU, países estratégicos que no comercian libremente con la UE. Además, Reino Unido anunció su intención de ingresar al Acuerdo Transpacífico de Colaboración Económica, que incluye a Chile, Canadá, México y Perú.
Contrario a lo que se lee con frecuencia en la prensa colombiana, el brexit es una apuesta global que ya está pagando dividendos.
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