11 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 7 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Dejar un vacío

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Nicolás Parra-Herrera
Harvard Law School Doctoral Candidate
X: @nicolasparrah

Ayer pensé que hoy sería un día como cualquiera: suena el despertador a la misma hora, mi hijo levanta los brazos para que lo saque de la cuna, su pequeña prisión, y mi esposa me pide cinco minutos más de sueño, como si yo tuviera el poder de concederlo. En cambio, me encuentro en un vuelo de Boston a Bogotá. Voy a ver a mi mamá, que está enferma desde hace meses y muy débil desde hace días. Ayer la rutina con ella se interrumpió: fue el primer día en que no escuché su voz.

A miles de pies de altura pienso en la lámina de acero que me separa de la eternidad y en la distancia espacial y temporal, cada más corta, que me aleja de mi madre. Somos plumas en el aire.

Leo Los Argonautas de Maggie Nelson. El título evoca la idea de que el amor y en un sentido importante de la vida, como el barco de los argonautas, se va transformando pieza por pieza a medida que navega hasta convertirse en otro. Me detengo en la anécdota en la que Nelson asiste a una charla de Anne Carson en Nueva York en la que esta última introduce el concepto de “dejar un espacio vacío para que Dios pueda meterse rápidamente [rush in]”. Para Nelson, es un concepto literario: escribe de tal forma que no haya necesidad de un centro. Supongo que hace referencia a escribir sin dirección, pero con recepción, sin punto de llegada, pero con múltiples puntos de entrada como su texto de Los Argonautas, un libro que le promete al lector la idea que viene del filósofo austríaco, Ludwig Wittgenstein, que lo que no se puede expresar está contenido –inexpresablemente– en lo expresado. A mí, más que un concepto literario, me parece un concepto ético: actúa y responde de tal forma que no haya centro ni fin, dejando espacios para lo infinito. ¿Qué significa hoy para mí actuar sin un centro?, ¿qué espacio tengo que abrir para que entre dios en apuros en el vacío?

Llamo a mi hijo. Apenas logro verlo. Me saluda (o se despide) ondeando su mano como si dijera “ven” o “adiós”: aún no distingue entre saludar y despedirse. Me dice baah bai, baah bai.

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