24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

De ‘Cinema Paradiso’ a ‘La luz difícil’: nostalgia, melancolía y Derecho

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Jorge González Jácome
Profesor asociado de la Facultad de Derecho Universidad de los Andes

Llevo un año meditando un diálogo de la gran película Cinema Paradiso (1989) que analizamos con Nicolás Parra en nuestro pódcast sobre Derecho y humanidades (El derecho por fuera del derecho). Es una escena corta en la que Alfredo, en una estación de tren, despide a un Toto de 18 años. Alfredo le enseñó a Toto, desde niño, el oficio de proyeccionista en un pequeño pueblo de Sicilia y lo hizo amar el cine. A los 18 años, y luego de una decepción amorosa, Toto decide que es hora de dejar el pueblo por un tiempo. Y antes de ese viaje, su mentor le dice: “Vete de acá, vuelve a Roma. Eres joven y el mundo es tuyo. Yo estoy viejo. No quiero que me digas nada. Quiero oír a otros hablar de ti. No vuelvas. No pienses en nosotros. No mires atrás. No escribas. No te dejes vencer por la nostalgia. Olvídanos a todos”.

Y Toto nunca vuelve a mirar atrás. Pero ¿qué es la nostalgia? Hay varias definiciones, por supuesto, pero en este caso Alfredo se refiere a un sentimiento paralizante, asociado con una añoranza excesiva de volver a un pasado o a una condición que ya no puede volver a producirse. La nostalgia nos deja atrapados: con el impulso de la añoranza, quizás de la tristeza, terminamos deseando algo que no puede volver a existir. Alfredo quiere salvar a Toto de este laberinto de la nostalgia.

A veces me pregunto qué tanto el Derecho tiene un pie en la nostalgia, cómo la justicia que ofrece, en algunas ocasiones, nos arroja a este laberinto de la añoranza por un pasado que no se puede recobrar. Y lo pienso desde esa idea de que las reparaciones pretenden devolver las cosas a un estado anterior a la producción del daño, la noción de una justicia correctiva. Puede uno pensar también en las interpretaciones originalistas de la Constitución que pretenden imponer lecturas monumentales de los textos que redactaron los padres fundadores en EE UU, como si se quisiera vivir para siempre en un pasado imaginario de grandeza que ya no puede volver.

Al mismo tiempo, la nostalgia parece estar enterrada en uno de los sentimientos más obvios del ser humano: la tristeza. Hay una tendencia en cierta literatura de autoayuda, que se ha convertido en sabiduría popular, que nos invita a ver lo positivo en las experiencias negativas. Tengo mis reservas sobre estos mensajes, porque siento que minimizan la tristeza y la añoranza, y, en consecuencia, intentan reprimir sentimientos esenciales a nuestra condición humana. Quizás Alfredo está invitando a Toto a reprimir esa añoranza y, al inicio de la película, sabemos que Toto no volvió al pueblo, pero que esa decisión no le hizo vivir plenamente.

Por ello, quizás no caer en la trampa de la nostalgia no quiere decir no mirar atrás, reprimiendo así la tristeza y la añoranza. En La luz difícil de Tomás González, un hombre de casi 80 años cuenta la dura historia del suicidio asistido de su hijo y la soledad luego de esta muerte y la de su pareja. Y en sus reflexiones, casi 20 años después, nos dice que no está triste: “Cuando tengo hambre como, bebo cuando tengo sed y cuando estoy triste me pongo melancólico”. La melancolía, como la nostalgia, tiene múltiples definiciones, pero me quedo con aquella que parece surgir de esta novela: un tipo saludable de tristeza que reconocemos al dimensionar la dificultad de la vida, de sus sufrimientos y decepciones que están en el centro de la experiencia humana y que compartimos con todos nuestros semejantes. Esa dificultad, como lo menciona el narrador de la novela, recae también en el reconocimiento del desorden inherente a nuestra existencia humana, la incertidumbre sobre “qué es lo pequeño, que es lo grande…. Nadie sabe si las cosas tienen algún orden o son arbitrarias”.

Es en esta valoración de la melancolía como dificultad e incertidumbre, y como lazo que nos ata a los demás, donde podemos pensar también el Derecho y su justicia de una forma diferente a la que emerge de la trampa de la nostalgia, sin caer en la represión de la tristeza. La pretensión de la justicia, desde la melancolía, no nos arroja a la recuperación de un pasado irrepetible, sino que nos ayuda a reconocer que en la arbitrariedad de la vida todos vamos perdiendo cosas que son imposibles de recuperar, que no siempre podemos ganar y que esa es una experiencia humana fundamental. Por eso, quizás en el estudio del Derecho, puede ser valioso preguntarnos no solo por los triunfos, por los abogados que más ganan sus casos, sino también por las derrotas y las razones de ellas. Porque es probable que la distribución de triunfos y derrotas en la vida no sea más que una arbitrariedad a la que estamos expuestos.

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