23 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Aprender a tener desacuerdos

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Nicolás Parra Herrera
X: @nicolasparrah

Hace un par de semanas terminé de dictar un curso sobre negociación, mediación y liderazgo en la Escuela Internacional de Verano de la Universidad de los Andes. El curso tenía por objeto enseñar procedimientos no adversariales y estrategias colaborativas para resolver, administrar, prevenir y transformar conflictos. Llevo dictando este curso desde hace cinco años. Esta vez introduje una sesión sobre cómo los mecanismos alternativos de solución de conflictos (ADR, alternative dispute resolution) pueden ayudarnos a tener conversaciones difíciles o simplemente a tener desacuerdos productivos. Al terminar la sesión quedaron en el aire varias preguntas sobre las que no tengo una respuesta definitiva, pero que sigo rumiando: ¿qué significa aprender a estar en desacuerdo?, ¿qué habilidades debemos cultivar para tener desacuerdos productivos? y ¿cuáles son las consecuencias de no saber cómo llevar discusiones en las que chocamos ideológicamente y afianzamos nuestras mentalidades tribalistas?

Estas preguntas están siendo abordadas por abogados, psicólogos sociales y teóricos de la negociación. Así mismo, las universidades estadounidenses están invirtiendo recursos para promover la investigación en cómo tener conversaciones difíciles o promover iniciativas para enseñar una dosis de civilidad y capacidad de diálogo a sus estudiantes. Por ejemplo, John Inazu, profesor de Derecho y Religión de la Universidad de Washington en St. Louis, publicó recientemente un libro, Learning to Disagree: The Surprising Path to Navigating Differences with Empathy and Respect (Aprender a estar en desacuerdo: el camino sorprendente para navegar diferencias con empatía y respeto), que aborda exactamente esas preguntas.

Inazu diagnostica que vivimos en una época en la que no entendemos las posibilidades y límites de la empatía, en la que desconfiamos de las instituciones que median nuestros desacuerdos y en la que vemos a nuestros adversarios como enemigos que no solo están equivocados, sino que, en ocasiones, encarnan el mal mismo. Los remedios que propone Inazu son, entre otros, reflexionar sobre el alcance de la empatía, cuestionar la neutralidad y aprender a tener conversaciones difíciles (tema al que me referiré en una próxima columna).

La empatía significa, para Inazu, adoptar la perspectiva de nuestros adversarios. Significa entender qué los motiva, examinar sus argumentos y cuestionarnos por qué lo que para uno es evidente para ellos es evidentemente equivocado. Comprender los límites de nuestra experiencia debería cuestionar nuestros juicios sobre los demás y llevarnos a imaginar la distancia, a veces infranqueable, que separa nuestras experiencias. Se trata de darles a las otras personas, especialmente a nuestros adversarios, el beneficio de la duda, porque al ser nuestra experiencia del mundo limitada, no sabemos qué caminos ni batallas han recorrido quienes juzgamos. La suspensión del juicio momentánea nos abre el espacio de hacer ejercicios imaginativos para pensar el mundo desde otro lugar, con otras historias de vida y aspiraciones.

El tema de la neutralidad es menos intuitivo. A pesar de que, generalmente, damos por sentado que la neutralidad es algo alcanzable, Inazu cuestiona esta premisa. El hecho de que no existan decisiones neutrales no significa que debemos renunciar a los matices y límites en los desacuerdos. Decidir qué incluir en una clase y con qué metodología pedagógica hacerlo, por ejemplo, tendrá efectos en el aprendizaje de los estudiantes y en sus valoraciones. Sin embargo, para Inazu, esto no implica que debamos renunciar a ir a la realidad de las cosas ni que no existan límites a los diálogos que colectiva e históricamente hemos establecido y reconsiderado para gradualmente expandir nuestras diferencias y protegernos del relativismo radical donde dejamos de vivir en un mundo compartido para residir en nuestra mente.

Darse cuenta de que no hay tal cosa como la neutralidad, desde luego nos impulsa a querer promover o imponer nuestra visión moral a otros. Nadie quiere ser gobernado por cosmovisiones que detesta o no comparte. Y ese impulso nos incita, claro, a persuadir a los demás. Pero para ser efectivos en la persuasión, tenemos que empezar por comprender que nuestra cosmovisión y argumentos no son neutrales. Tenemos que aprender a identificar los matices y puntos ciegos de nuestra perspectiva. Y debemos interpretar con caridad y generosidad los argumentos de otros. Ni ellos ni nosotros sabemos lo suficiente. Los límites de mi experiencia son los límites de mi discurso. Este aprendizaje aumenta los chances de persuadir a los demás y de tener mejores desacuerdos.

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