Designados y resignados
Óscar Alarcón Núñez
En materia de suplencias presidenciales, la designatura fue una expectativa, hoy la vicepresidencia no lo es. Quien poseía aquella dignidad no tenía ninguna clase de funciones y, por supuesto, no contaba con oficina en el Palacio de Nariño. En caso de falta absoluta o temporal del presidente era llamado a asumir el cargo. Por eso era una expectativa.
Con la creación de la Vicepresidencia de la República, en la Constitución de 1991, al suplente del presidente se le dieron funciones y hoy cuenta con casa vecina a Palacio. En la segunda presidencia de Alfonso López Pumarejo el designado fue Darío Echandía, pero como se elegía por dos años, para los segundos dos años se pensó en Gabriel Turbay, quien lo había sido en el primer gobierno de López. Se especulaba que su elección era un hecho, pero como solo faltaban dos años para concluir el periodo, Turbay, que tenía ambiciones, prefirió declinar para aspirar a su elección para un periodo completo de cuatro años, como presidente titular. El elegido fue Alberto Lleras, quien ejerció el último año de López ante la renuncia del titular.
Gabriel Turbay se lanzó para el siguiente periodo presidencial, que comenzaba en 1946, con tan mala suerte que el liberalismo se dividió y, a pesar de que sacó más votación que el otro aspirante, Jorge Eliécer Gaitán, el ganador fue el conservador Mariano Ospina Pérez. Luego, no fue presidente ni por uno ni por cuatro años.
Otro aspirante a designado que no llegó fue Gilberto Alzate Avendaño. Se daba por hecho su elección, porque tenía las mayorías en el Congreso, pero, poco antes de que se produjera la votación, apareció en el capitolio Álvaro Gómez Hurtado, hijo del presidente Laureano Gómez, quien manifestó que era voluntad de su padre, casi póstuma, porque estaba muy delicado de salud, que se eligiera a Roberto Urdaneta Arbelaez, quien fue encargado del poder. A Alzate lo conformaron con elegirlo presidente del Senado y le ofrecieron ser candidato para el periodo que comenzaba en 1954. Pero no fue posible porque se produjo el golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla.
Vino en 1982 el gobierno de Belisario Betancur y eligieron designado a Álvaro Gómez Hurtado, quien rechazó cualquier “paloma” presidencial para no inhabilitarse y poder aspirar a la Presidencia, confiado en que contaba con las mayorías. Pero resultó ser muy de malas, porque el liberalismo se lanzó con el trapo rojo de Virgilio Barco, ganándole por más de millón y medio de votos de diferencia.
Luego, por la designatura no fueron presidentes ninguno de los tres mencionados. Juan Manuel Santos, por el contrario, fue el último designado elegido por el Congreso con la vigencia de la Constitución de 1886 y sí llegó después a la Presidencia elegido por votación popular.
En esto de la designatura hubo designados y resignados.
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