Designados y resignados
La designatura a la Presidencia dio para todo. Uno de los últimos episodios fue al final del gobierno de Guillermo León Valencia cuando al presidente titular lo invitaron a visitar a Argentina y Uruguay. El ministro de Gobierno de la época, Pedro Gómez Valderrama, hizo la consulta al Consejo de Estado sobre si “al salir del país el presidente de la República en ejercicio de sus funciones, se produce una falta temporal de la Presidencia, que haga necesario la aplicación de disposiciones constitucionales sobre llamamiento a ejercer el poder ejecutivo al designado, o a uno de los demás funcionarios de que trata el artículo 125 del acto legislativo número 1 de 1959”. Es decir, los ministros siempre que fuera conservador.
El organismo respondió que debía llamarse al designado y que no era aconsejable la delegación a un ministro. El designando era José Antonio Montalvo, a pesar de que había sido elegido por dos años (1962-1964), pero la Carta señalaba que “cuando por cualquier causa no hubiere hecho el Congreso elección de designados conservarán el carácter de tales los anteriormente elegidos”.
Montalvo estaba de embajador en el Vaticano, y ya entrado en años, le costaba dificultad un viaje tan largo, sobre todo para hacerse cargo de la Presidencia por dos días, que era el tiempo en que Valencia iba a estar en Suramérica. A quien le correspondía, por el orden jerárquico de ministros, era al de Relaciones Exteriores, Castor Jaramillo Arrubla, quien estaba delicado de salud en EE UU. El que seguía era el de Justicia, Francisco Posada de la Peña, lauroalzatista, que no era del sector de presidente ni del designado, ambos ospinistas. Eso no lo iban a permitir.
Se optó porque viajara Montalvo, para asumir. El 19 de junio de 1966, el embajador tomó el avión en Roma con destino a Bogotá y el presidente Valencia lo recibió en Eldorado. El designado, con definidas huellas de cansancio, luego del largo viaje y su avanzada edad, bajó la escalerilla del avión muy despacio, debiendo ser ayudado por un miembro de la tripulación. Se gastó cinco minutos en descender, en aquella época en que se utilizaba la escalerilla para que los pasajeros llegaran hasta la pista.
Valencia lo abrazó y, camino al automóvil presidencial, le preguntó: “¿Recibió el cable?”, a lo que respondió Montalvo: “No, señor presidente, no recibí nada”.
– Es que ya no voy a viajar –le comentó Valencia.
Montalvo quedó resignado y mucho más cansado.
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