Derecho, literatura y tiempo
Jorge González Jácome
Profesor asociado de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes
En el 2020, la Deutsche Welle (DW) publicó una entrevista con Bernhard Schlink, uno de los más célebres novelistas alemanes contemporáneos, en especial por su novela El lector (1995), que inspiró una película del mismo nombre protagonizada por Kate Winslet. En una de las preguntas de la entrevista, la DW preguntó por la diferencia entre escribir desde el Derecho y desde la ficción literaria. La pregunta era previsible para alguien que, como Schlink, no solo tuvo formación de abogado, sino que además fue profesor de Derecho y juez constitucional. En su vida profesional, la literatura había empezado como un pasatiempo en 1987, a sus 43 años de edad.
“Incluso un buen abogado necesita imaginación”, dijo Schlink. “Un abogado que solo repite lo que sus antecesores han dicho y decidido por él y no encuentra nuevas respuestas a las preguntas sobre el Derecho y la justicia inspiraría lástima”, sentenció. Como él mismo lo reconoce, el Derecho siempre ha sido central en su vida y por ello en la literatura no huye de abordar conceptos que se usan en la disciplina jurídica, por ejemplo, la culpa. Al contrario, Schlink usa la ficción para, en ocasiones, entender mejor el mundo del Derecho. La relación del Derecho y la literatura en su obra, entonces, no puede ser interpretada solo como la migración hacia la ficción para encontrar algo que hace falta en el Derecho –una interpretación muy común en los estudios de Derecho y literatura más difundidos en nuestro medio–.
El lector es quizás uno de los ejemplos más bellos de lo que indica Schlink en la entrevista, pues en esa historia el protagonista se enamora de una mujer mayor que él, quien luego será juzgada por haber sido miembro de las SS. La culpa y la validez formal del Derecho durante el nazismo son parte central de la trama de esta novela. Más allá del argumento del libro que no quisiera estropear para quienes no lo han leído, es interesante lo lento que se formó la idea de la historia en la mente del autor. Schlink señaló que los juicios de Auschwitz, en Frankfurt, entre 1963 y 1965, que él vio cuando tenía cerca de 20 años, le hicieron reflexionar sobre cómo el holocausto iba abriéndose un lugar en la historia y en los afectos de Alemania. Pero tendrían que pasar más de 30 años para que llegara El lector, novela donde estos juicios son centrales. El lector es una prueba de que quizás tiene que pasar una buena cantidad de tiempo, tal vez décadas, para que logremos masticar, comprender y enfrentar los pasados vergonzosos y el rol del Derecho en ellos.
El mes pasado, la Comisión de la Verdad en Colombia publicó su Informe Final, un testimonio de muchas vergüenzas. La disputa política colombiana del presente influirá en las discusiones sobre su contenido. Algunos hablarán de sus sesgos, otros de sus silencios y otros lo defenderán, porque consigna una verdad que las víctimas del conflicto armado necesitaban y que la sociedad debe enfrentar. Habrá muchos análisis académicos, discusiones en clases y contrainformes que lo van a desafiar. Pero muchos de sus dilemas, sus contenidos, sus cuestionamientos solo se irán decantando con los años y las décadas, cuando la niebla política de hoy se vaya disipando y aparezca una sensibilidad diferente. Y así como El lector es una obra para comprender los dilemas 30 años después de los Juicios de Auschwitz, quizás el Informe será el punto de partida para una generación de juristas creativos que querrán pensarse los dilemas humanos por fuera de las sentencias y las leyes, pero no del Derecho.
El 31 de julio de este año, The New York Times reportó sobre una justicia que llegó cientos de años después. Gracias a un proyecto con sus alumnos de octavo grado de una escuela media en Massachusetts, la profesora Carrie LaPierre logró que se expidiera una ley en dicho estado para limpiar oficialmente el nombre de Elizabeth Johnson Jr. 329 años después de que fuera condenada por brujería en los juicios de Salem. Johnson era el único nombre de dichos juicios que faltaba por limpiar. Mirando por el espejo retrovisor, los juicios de Salem son una aberración, así como el holocausto, así como nuestra violencia. Pero las luchas por comprenderlos y ubicarlos en su significado social, emociones y afectos son lentas y requieren de muchas perspectivas, de muchas dudas. Así como lo intuye Schlink, quizás para entender el papel del Derecho en la producción y la solución de estas tramas aberrantes de los juicios de Salem, del Holocausto o del conflicto colombiano necesitaremos algo más que su comprensión desde sus fuentes formales. Necesitaremos comprenderlo desde la ficción.
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