Ketanji Brown Jackson: ser y juzgar
Nicolás Parra Herrera
@nicolasparrah
El pasado 25 de febrero, 152 años después de que Hiram R. Revels prestara juramento como primer miembro afroamericano del Congreso de los Estados Unidos, el presidente Biden nominó a Ketanji Brown Jackson para suceder al magistrado Stephen Breyer en la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. De ser confirmada por el Senado, ella se convertiría en la 116º magistrada de la Corte y la primera mujer negra en ocupar el cargo.
Aunque los abogados, y a veces los ciudadanos, construyen una muralla entre lo jurídico y lo moral o entre el Derecho y la política, esa muralla tambalea con algunas preguntas sobre potenciales jueces o magistrados: quién es, qué ha hecho y en qué cree. Estas tres preguntas no necesariamente serán un oráculo de cómo fallará los casos, aunque desde luego tendrán una mayor o menor incidencia dependiendo de su carácter, las presiones institucionales y otros factores biográficos. Sin embargo, estas preguntas sí retoman una verdad que hemos olvidado o que no queremos desvelar: nuestra personalidad, experiencias y educación se cuelan y terminan coloreando nuestros juicios (jurídicos, morales, políticos o estéticos) como el polvo del café se cuela y colorea el agua que tomamos todas las mañanas.
Ketanji Brown Jackson es una mujer creyente, o por lo menos así pareció en su discurso de aceptación en el que agradeció a Dios por llevarla a ese punto en su carrera profesional. Nació en Washington, D. C. en 1970, pero creció en Florida, donde su madre trabajó como rectora de un colegio público y su padre como principal abogado de las escuelas públicas de Miami. Fue una estrella en el colegio y desde muy temprano cultivó el amor por el debate y los discursos, al punto de que ganó el segundo concurso de debate más grande de EE UU. De los debates pasó a estudiar gobierno en la Universidad de Harvard, en donde, según New York Magazine, desarrolló su pasión por el teatro y el stand up comedy. Se graduó con honores y, según Wikipedia, con una tesis que anticiparía su futuro profesional: La mano de la opresión en los procesos de preacuerdo (plea bargaining) y la coerción a los acusados penales.
Pasó del debate al teatro, del teatro a la comedia y de la comedia al periodismo (fue reportera e investigadora de Time Magazine) para después regresar a Harvard, esta vez a la Facultad de Derecho. Inició su carrera de abogada en 1996 como asistente judicial en distintos tribunales (incluso, fue asistente de Breyer en la Corte Suprema), y luego de pasar por la práctica privada y algunas entidades públicas vinculadas con la Rama Judicial, fue nominada como jueza federal por Obama. Desde el 2013, hasta mediados del año pasado, Brown Jackson ocupó el cargo de jueza de United States District Court para el District of Columbia, quizás la segunda corte más importante de EE UU. Hasta aquí no he podido distinguir quién es de quién hace.
Pero, tal vez, para cavar más hondo y avistar su ideología, tendríamos que hacer un poco de arqueología documental. Por ejemplo, podríamos detenernos a observar que el último libro que reseñó fue ¿Cuándo debe perdonar el Derecho? de Martha Minow, exdecana de la Facultad de Derecho de Harvard. O quizás tendríamos que hurgar en La filosofía de la zanahoria y el garrote, un artículo que escribió sobre la historia y ética de las directrices sancionatorias, para ver si encontramos algún atisbo de sus posturas frente a la justicia punitiva y los problemas del encarcelamiento masivo en EE UU, para luego destilar su noción de justicia. O, incluso, los más obsesivos quieran revisar sus entregas a Time Magazine en los noventa para ver si hallan algún elemento predictivo sobre su eventual postura en los casos que recibirá en la Corte.
Lo cierto es que será imposible evitar la paradoja de la elección judicial: queremos saber a quién estamos invistiendo de poder para tomar decisiones que tendrán consecuencias en nuestras vidas y, para ello, queremos establecer quiénes son, qué han hecho y en qué creen los futuros magistrados. Queremos garantías –imposibles claro– de que lo que dijeron será lo que dirán. Pero al hacerlo olvidamos el peligro de tener personas dogmáticas en las cortes, incapaces de cambiar su opinión. Olvidamos, por ejemplo, que el segundo afroamericano en llegar a la Corte Suprema de Justicia, Clarence Thomas, fue un activista que gravitaba alrededor de las ideas del nacionalismo negro y la nueva izquierda, y hoy es uno de los jueces más conservadores y desencantados con la igualdad racial por vía del Estado y el Derecho. Nunca saldremos de esa paradoja hasta que no aceptemos dos verdades aparentemente irreconciliables: juzgamos a partir de lo que somos, lo que creemos, lo que hemos hecho, el rol que adoptamos y las presiones y expectativas institucionales que vienen de la mano de los cargos que aceptamos, pero también transformamos nuestras identidades, creencias y experiencias en el acto de juzgar y jugando el rol institucional que hemos aceptado. Ketanji Brown Jackson será confirmada y ese día será histórico. Seguir su pluma será una nueva oportunidad para explorar ese diálogo difícil entre ser y juzgar.
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