Regreso al proteccionismo
Juan Manuel Camargo G.
En 1930, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley (conocida como arancel Smoot-Hawley) que aumentó en un promedio del 20 % los gravámenes aduaneros a más de 20.000 productos importados. Entre los economistas e historiadores hay consenso en que esa ley contribuyó a exacerbar La Gran Depresión.
Los acuerdos del GATT –firmados en 1947 y hoy administrados por la Organización Mundial del Comercio (OMC)– contienen varias previsiones tendientes a evitar que los países tomen medidas unilaterales semejantes. Los acuerdos buscaban evitar guerras comerciales, como las que precedieron y en buena medida contribuyeron al estallido de las grandes guerras militares del siglo pasado: la primera y segunda guerras mundiales.
Desde entonces, el libre comercio ha creado prosperidad en el mundo entero. Sin embargo, como sucede con todas las verdades complejas, es fácil atacarlo con mentiras, verdades a medias, visiones parciales y oratoria. No hace mucho esas técnicas fueron empleadas con éxito en Gran Bretaña para convencer a la población de apoyar el brexit, es decir, el retiro de la Unión Europea. Hoy los británicos sufren las consecuencias.
En EE UU, el candidato presidencial Donald Trump ha prometido que, si es reelegido, impondrá un arancel del 10 % sobre todos los bienes que ingresen a EE UU y un arancel del 60 % sobre los productos chinos. Eso violaría flagrantemente los acuerdos del GATT y llevaría, sin duda, a una guerra comercial.
Probablemente, implicaría el retiro de ese país de la OMC, con lo cual esta perdería gran parte de su razón de ser.
¿Cuál es el pretexto de Trump y los que piensan como él? Siempre es el mismo: crear empleo o evitar la destrucción de puestos de trabajo. El razonamiento es bastante simple: si no se importan bienes de otros países, hay que producirlos localmente, lo que genera empleo.
El proteccionismo, en realidad, destruye tanto empleos como oportunidades de negocio. Sobre todo, en el mundo moderno, no es cierto que impedir la importación de bienes lleve forzosamente a producirlos en el país, al menos no en la misma cantidad, precio o calidad. Ni siquiera en EE UU. Por lo demás, la importación y el comercio de productos extranjeros genera numerosas actividades productivas que se ven afectadas. Y, hoy en día, ya no se puede decir que el sueño de los jóvenes sea ser obrero de fábrica. En EE UU, los trabajadores de la industria manufacturera son aproximadamente el 10 % del total de trabajadores, mientras que el 72 % corresponde a empleados asalariados en el sector de servicios.
En noviembre de 2023, la revista The Economist publicó un artículo en el que señaló que los planes de Trump serían “desastrosos para América y para el mundo”. Dentro de los males que anunció están: más costos para el consumidor, interrupción de las cadenas de suministro, inestabilidad económica global y retaliación de los demás países. Todo ello apoyado en las lecciones del pasado.
El problema es que las guerras, así sean comerciales, tienen un efecto y es forzar a los ciudadanos a tomar partido. Los líderes del proteccionismo cuentan con eso para lograr sus otros fines políticos. No les importa si, a corto, mediano o largo plazo, lo que proponen es más perjudicial que favorable a su país. Igual, siempre podrán defender su decisión de la misma forma en que atacan el libre comercio: con mentiras, verdades a medias, visiones parciales y oratoria.
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