ChatGPTopia
Juan Manuel Camargo G.
A finales de marzo de este año, un grupo de analistas de Goldman Sachs publicó un artículo titulado Los efectos potencialmente importantes de la inteligencia artificial en el crecimiento económico. La conclusión más divulgada del estudio es que aproximadamente dos tercios de los empleos actuales están expuestos a algún grado de automatización y que la inteligencia artificial (IA) podría sustituir hasta una cuarta parte del trabajo actual, es decir, 300 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. Una cifra escalofriante.
El análisis tiene una conclusión más optimista, aunque menos concreta, y es que históricamente el desplazamiento de trabajadores por la automatización ha sido compensado con la creación de nuevos empleos. La IA también podría incrementar la productividad, al punto de que los autores del artículo estiman que el PIB global anual podría crecer en un 7 %.
Como es sabido, Tomás Moro acuñó el término “utopía” en su obra de 1516, en la que llamó así a una isla imaginaria con un sistema político, social y legal supuestamente avanzado y benévolo. Aunque la Utopía de Moro en el siglo XVI podía parecer ideal, si se la lee hoy (casi nadie lo hace) lo que allí se describe tiene rasgos, sin duda, sombríos y totalitarios. La palabra se volvió más famosa que la obra, y hoy se la usa para enunciar, por un lado, algo casi imposible, pero también, por otro lado, algo muy deseable.
Parece que es muy difícil imaginar mundos mejores y, en cambio, es relativamente fácil imaginar mundos peores. Por eso, en la literatura y en el cine, las utopías escasean y, en cambio, han proliferado las distopías. No sabemos a qué nos llevará la IA, pero las expectativas son tanto utópicas como distópicas. Después de varios meses de probar ChatGPT –apenas un ejemplo de IA–, ya muchos hemos podido determinar sus debilidades y deficiencias: carece de lógica, inventa mucho, es superficial, da rodeos. Pero conversar con el ChatGPT no es solo posible, sino muy gratificante. Si un adolescente de 15 años tuviera esa capacidad de comunicación, haría feliz a sus padres e impresionaría a sus maestros.
No se puede menospreciar el inmenso logro que implica que podamos comunicarnos con una máquina con lenguaje normal y que la máquina nos responda del mismo modo. Seguramente, la IA no igualará el ingenio humano, pero es probable que la civilización avance en sentido opuesto y se adapte a las limitaciones de las IA. La tecnología cambia el modo en el que actuamos. Comparemos una notificación personal con una electrónica. La notificación personal era un acto protocolario, ritualista y demorado. Pero no inventamos una máquina que hiciera rápidamente una notificación personal. Lo que pasó fue que alguien inventó internet y, aprovechando eso, terminamos por cambiar la forma en la que se hace una notificación.
Mi sueño (mi ChatGPTopia) es que la IA se ocupe de ciertos trámites burocráticos, quizás de todos. El registro mercantil en Colombia, por ejemplo. Me parece probable que la IA entienda mis actas mejor que las personas que actualmente las leen en las cámaras de comercio. Aunque no sea así, ChatGPT sería incomparablemente más rápido. Me devolvería las actas en cuestión de segundos y me diría lo que está mal (en su criterio), con un lenguaje claro, comprensible y directo. Y entonces yo pondría a mi ChatGPT a redactar el acta como lo quiere el ChatGPT de la cámara de comercio. ¡Y que las IA se arreglen entre ellas!
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