24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

A Capela

Camas gemelas

166107

Juan Martín Fierro

Escritor y abogado

www.juanmartinfierro.com

Paola Caballero Daza, escritora y gestora cultural cartagenera, a quien conocí durante una reciente presentación de mi novela Madre Sierra, en Santa Marta, es autora de la crónica autobiográfica Voy y vengo, y de la novela Camas gemelas, que fue finalista del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura el año pasado.

Camas gemelas es un libro bellísimo, escurridizo y triste, como los que me gustan, un libro de lectura exigente y forma compleja que me dejó “marcando ocupado”, como dicen por ahí. Un libro que incluye discografía con código QR al final y que seduce a primera vista gracias a Toxicómano, genial artista urbano a quien se le encargó la portada.

La novela nos adentra en las vidas de Nena (narradora principal) y Negro, dos hermanos que se mueven entre los recuerdos de infancia en el Caribe, y las ganas de abrirse paso en la fría Bogotá, a donde llegan desplazados por amenazas. Desde que era un bebé, Negro fue un ser indescifrable que lloraba a diario y sin consuelo entre las cinco y seis de la tarde. La puntualidad de ese llanto desesperado fastidiaba y preocupaba a su familia, que empezó a tratarlo como bicho raro. Conforme iba creciendo, Negro no parecía resolverse ni para los demás ni para sí mismo. El vínculo con su hermana, que por momentos podía confundirse con algo más, era un lugar seguro y a la vez contradictorio.

Para hacerle el quite al spoiler, diré que Camas gemelas es el ejercicio honesto de alguien que intenta desmembrar su duelo, no solo hablando de él, sino desde él, no en una forma ordenada o secuencial como se acostumbra (negación, ira, aceptación, etc.), sino desafiando esa visión lineal que también suele aplicarse al desarrollo temporal de la estructura narrativa. Paola lo llama “presente perpetuo”, y en él se entrelazan los saltos de modo, tiempo y lugar que dan forma a la historia. El duelo no es unidireccional, es intrincado y pendular como la depresión, otro tema que se aborda en la novela.

Nena parece narrar desde los sobresaltos de una mente enferma, el vértigo nos lanza hacia su prosa cinemática. Al terminar este libro me queda la sensación de que solo hay zonas grises entre lo que consideramos lucidez o locura. ¿Quién puede presumir de estar ciento por ciento cuerdo cuando encara el relato de su propia vida?, me pregunto. La trama va despejándose en una musicalidad rampante que tiene fuerza de pregón y por momentos de plegaria. No es torrente o flujo de consciencia delirante. Hay destreza y oficio en la escritura. La suma de estos elementos, además de la ironía y el humor, hacen fascinante el mundo en el que nos sumerge esta novela.

Al presentarla, Piedad Bonnett dijo que se trata de una novela rítmica que siembra en el lector una sensación caleidoscópica. Todo encaja, pero de una forma móvil, cambiante. Para mí, es un libro que desnuda la irreverencia de ser eso que no se espera de nosotros, de serlo hasta las últimas consecuencias, dejándonos ir por las tuberías de una canción que nos explota cual crispeta en la cabeza, entregándonos a esa especie de trauma feliz, de traspatio mental en el que nadie nos comprende, pero tampoco nos juzga.

Todos hemos estado ahí. Alguna vez tuvimos miedo en la noche y le pedimos a alguien que pegara su cama o su piel a la nuestra para no temer a la oscuridad, para simplemente acompañarnos.

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