Apuestas económicas
Juan Manuel Camargo G.
La reciente visita del presidente de El Salvador al presidente de Turquía es, al mismo tiempo, paradójica y simbólica.
Bukele es un heraldo del bitcóin y Erdogan es un enemigo declarado de las tasas de interés elevadas. Ambos se tienen confianza para manejar la economía de sus países y, prácticamente, no tienen contrapesos para hacerlo.
Además, Bukele (o el Congreso controlado por él) acogió al bitcóin, lo que significa que, en El Salvador, se pueden y se deben recibir bitcoines como medio de pago. Había una razón digna de mención: el país recibe una cantidad apreciable de remesas y los costos de girar bitcoines son mucho menores. Pero la medida implica un serio riesgo macroeconómico, porque el bitcóin es un activo sumamente volátil. Aunque ahorren en costos de transferencia, los receptores de las remesas están expuestos a sufrir fuertes pérdidas en cuestión de minutos.
De acuerdo con Bloomberg[1], “Nayib Bukele es probablemente el único jefe de Estado en el mundo que utiliza fondos públicos para comerciar Bitcoin con su teléfono”. Decir que esto es una inversión es discutible; más bien se trata de una apuesta. No sería aceptable que un mandatario apostara las reservas de un país y yo diría que el mismo razonamiento aplica para la compra de bitcoines. Bloomberg informa que El Salvador empezó a comprar bitcoines en septiembre del 2021, a un costo total de 71 millones de dólares, y, al 12 de enero del 2022, su valor había bajado un 14 %.
Sin embargo, Bukele nunca queda mal. Si el valor del bitcóin sube, proclamará que él tenía razón. Si el precio baja, lo recibe como una buena noticia, porque, según él, así puede comprar bitcoines más baratos. Que el dinero no sea suyo, sino de El Salvador, no parece preocuparle.
La forma en que Erdogan maneja la economía no es tan exótica, pero es igualmente omnímoda. La inflación anual en Turquía llegó al 36,08 % en el 2021, aunque muchos afirman que la cifra real es mayor. La receta normal de los economistas para un escenario de inflación es subir las tasas de interés, con el fin de retirar circulante del mercado, pero Erdogan es enemigo de esa medida, al parecer por razones religiosas. Lo malo es que tiene el poder para imponer sus ideas y no acepta que nadie lo contradiga. Desde el 2019, ha despedido a tres gobernadores del banco central y el último (comprensiblemente) hace lo que Erdogan le ordena.
Los turcos desde hace tiempo se refugian en el oro y, más recientemente, también en los criptoactivos. A Bukele le encantaría que un país como Turquía acogiera el bitcóin, porque eso haría subir su precio (aunque quién sabe por cuánto tiempo). Pero eso no parece probable, porque los gobernantes temen perder el control sobre la política monetaria y por eso miran con recelo los criptactivos. Bukele es una excepción, pero es porque El Salvador tiene una economía dolarizada. Bukele no controla el dólar. Tampoco controla los bitcoines, pero, por alguna razón, se siente más cómodo con estos.
En todo caso, aunque los mandatarios sean inmunes a las críticas, la economía se comporta de manera autónoma. Los presidentes de los bancos centrales se pueden doblegar ante el poder, pero la economía no lo hará. Y son los pueblos los que sufren las consecuencias.
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