23 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 15 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Acabar los políticos

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Juan Manuel Camargo G.

Los políticos están desprestigiados en el mundo entero, por tantos motivos que solo es cuestión de ponerse a pensar en ellos: porque son banales, porque son venales, porque son hipócritas, veletas, oportunistas, descuidados, muchas veces faltos de principios y, a menudo, desfachatados. En lo personal, una de las cosas que más me sorprende es su escasa competencia para hacer su trabajo. Pensemos, por ejemplo, en los congresistas. La función que se les encarga es redactar las leyes y, por consiguiente, deberían conocer las materias que van a regular, tener nociones de Derecho, leer y escribir muy bien, saber razonar, estudiar a fondo las problemáticas y sopesar con cuidado cada regla que vayan a proponer o aprobar.

En la práctica, lo sabemos, es todo lo contrario. En lo que son muy buenos los políticos es en ser políticos. Eso significa que son muy buenos en hacerse elegir para las precisas tareas que no saben desempeñar. Es como si alguien que no es ingeniero fuera muy bueno en conseguir trabajos de ingeniero. Pero a los congresistas nadie los castiga por su pobre desempeño. Pueden dormirse en las sesiones, no tener ideas, no leer los proyectos, no participar en los debates y decir barrabasadas. Tampoco es que se les exijan muchas calidades para ser congresistas. No hace mucho, en Colombia, una variopinta colección de políticos radicó un proyecto de ley para modificar el artículo 177 de la Constitución y reducir a 18 años la edad para ser representante a la Cámara. Eso es como decir: cualquiera puede ser congresista.

Y, bueno, si cualquiera puede ser congresista, hay gente en el mundo que se ha puesto a pensar que, en realidad, no se necesita elegirlos. En el 2021, una encuesta del Centro para la Gobernanza del Cambio de IE University mostró que el 51 % de los europeos dijo estar a favor de reemplazar a los parlamentarios con inteligencia artificial. Otra idea, quizás incluso más revolucionaria, es sustituir los políticos elegidos con ciudadanos escogidos al azar. Para mayor asombro, es una idea que ya se ha puesto a prueba. En Irlanda existe, desde hace años, la Asamblea de Ciudadanos, que, según su página web, debate y considera cuestiones legales y políticas importantes, para luego hacer recomendaciones al Oireachtas (el parlamento irlandés). El método de selección de los asambleístas empieza con invitaciones enviadas al azar. Antes del 2022, la invitación se mandaba solo a personas inscritas en el registro electoral; después del 2022, la invitación también puede llegar a personas no inscritas en el mismo registro e, incluso, a residentes que no son ciudadanos irlandeses. Entre los que aceptan participar, se hace una criba para que la conformación final de la asamblea refleje la composición total de la sociedad en términos de edad, género y clase social.

Por curioso que sea, no es el único caso. Es posible que mencione otros ejemplos en futuras columnas, pero el punto central es que la política conlleva muchos elementos nocivos y se pueden concebir democracias representativas que no dependan de partidos, elecciones, votaciones y contubernios. Todo proceso de selección es manipulable y la capacidad de los políticos para sobrevivir es asombrosa. Pero hay alternativas y, sin duda, acabar con la política como la conocemos nos libraría a los ciudadanos conscientes de varios de los permanentes enojos que padecemos día a día.

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