15 de Agosto de 2024 /
Actualizado hace 42 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

¿Renunciar para litigar? Apuntes de un sobreviviente

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Alejandro F. Sánchez C.

Abogado penalista. Doctor en Derecho

Twitter: @alfesac

Con frecuencia me preguntan por mi experiencia luego de renunciar a la Rama Judicial para dedicarme al litigio. Han pasado casi nueve años desde que di el paso, y creo que es tiempo prudencial para contar experiencias y una primera opinión.

Poco conocemos sobre cómo se mueve el mercado de servicios jurídicos. Los potenciales clientes no están preparados para escoger defensor, como tampoco lo están para elegir al médico que los opere de emergencia. Esa improvisación no distingue clases sociales u ocupación: el empresario, el profesional más preparado o el narcotraficante del pueblo, a la hora urgente de seleccionar defensor, no tienen parámetros claros de decisión. Se pensaría que criterios como la experiencia, la formación o los casos anteriores son factores por considerar, pero en la vida real no es así.

Los clientes se mueven por dos pautas generales: la fama del abogado o las referencias personales.

Vamos con el primero, que podría amoldarse a la regla de oro: “cría fama y acuéstate a dormir”. Ahora con las redes sociales es más sencillo: intervenir en un caso mediático, crear contenido amarillista o alimentar titulares pueden catapultar al “éxito”. Tal vez, el defensor no haya ganado un caso en su vida –o perdido, porque también en la derrota se conoce al buen profesional–, pero para medios de comunicación, colegas, estudiantes y potenciales clientes, se vuelve autoridad y referente –no falta quien lo postula como magistrado o fiscal general–. El mercado no indaga sobre pergaminos, comportamiento procesal, el nivel técnico de las postulaciones o qué casos ha trabajado más allá de lo dicho en las redes.

Una ventaja adicional: como solo se difunde lo bueno, los resultados negativos pasan de agache o se esquivan con fórmulas como la teoría conspiracionista: había una conspiración entre fiscales, jueces y víctimas. O la tan socorrida y multiversionada del “incomprendido”: “los jueces son ignorantes” o “poco estudiosos”. El cliente termina por odiar al sistema y así pasa inadvertida la gestión del defensor.

El otro camino, el de las referencias, es más largo y empedrado. Poco vistoso. Primero, porque un caso en nuestro sistema puede tardar entre dos a tres años, si se tiene suerte. Tiempo bastante largo para que un abogado muestre su pericia. Resultados cortos ayudan: lograr que no se impongan medidas, libertades concedidas, intervenciones en audiencias, suelen labrar un nombre, que difunden la “voz a voz” o los mismos medios.

En esta escuela, a veces hay sorpresas agradables. En mi caso, ser recomendado por fiscales a quienes enfrenté en juicio, por periodistas que cubren judiciales –sin darles nunca una “chiva”– o por otros colegas, bien para hacer equipo o atender asuntos que ellos, con ética y sinceridad intelectual, reconocen que no pueden abarcar.

Tampoco en esta opción el cliente revisa hojas de vida. Son referencias que se siguen sin esfuerzo, casi espontáneas, como el paciente que supera una cirugía de corazón abierto y recomienda al cirujano que lo operó a su mejor amigo. Este no se detendrá a ver con el promedio académico o en qué universidad se graduó el galeno.

El litigante se preocupa más por los resultados, pues solo así mantendrá el buen nombre y la difusión. Tarea ardua y constante, en la cual, nuevamente, juega en contra la tardanza en el trámite de los procesos.

¿Dónde quedan los ex? Me refiero a los exmagistrados, los exfiscales. Están en un punto intermedio. Los clientes son enganchados por la fuerza centrípeta de los cargos que ostentaron, pero, a medida que el tiempo pasa, se pierde esa atracción. Los afecta también el factor pensión: frente a momentos de crisis y convulsiones, que son infaltables, se refugian en el sosiego del retiro.

Quien viene de la Rama, como en mi caso, tiende a la segunda corriente, por eso su incorporación al litigio es más compleja. Mis dos primeros años como defensor fueron duros. Y fue un retiro programado. Había ahorrado, era soltero, no tenía hijos ni deudas, pero hubo momentos en los que casi tiro la toalla.

¿Aconsejaría a otros, entonces, a seguir el mismo camino? Diría: analicen su situación. Soportar los altos y bajos del litigio hasta hacerse un nombre y una estabilidad financiera, que puede tardar como mínimo unos tres años, ligado al grado personal de aversión al riesgo –tema que un asesor financiero le ayudará a medir técnicamente–, son factores por considerar.

De mi parte, si me preguntan si nueve años después valió la pena, contesto sin dudar: ha valido cada segundo.

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