26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 8 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Hiperpresidencialismo y partidos políticos en Colombia

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Joaquín Leonardo Casas Ortiz

Doctorando en Estudios Políticos

Universidad Externado de Colombia

 

No hay democracia sin una opinión que ejerce un control efectivo sobre el poder, formula sus críticas y hace valer fundamente sus exigencias y, también, que en los tiempos que corren, así como es imperativo proteger la democracia constitucional, con el mismo ímpetu, hay que protegerse de ella.

 

Esta reflexión gira sobre el hiperpresidencialismo y sus peligros vs. el parlamentarismo, quizás no tanto para tomar partido sobre cuál de esas opciones es más eficaz para conjurar la crisis por la que, se dice, atraviesa la democracia liberal occidental, sino, más bien, para traer de nuevo a la mesa un viejo debate de teoría política y de derecho constitucional: los peligros de un exacerbado hiperpresidencialismo.

 

En tal escenario, esta columna de opinión se ocupa de plantear algunas hipótesis –en todo caso falsable– que tienen origen en lo sucedido en las pasadas elecciones presidenciales: (i) es razonable sostener que la dinámica de la primera y segunda vuelta presidencial evidenció, una vez más, no solo la vieja crisis, sino también el progresivo vaciamiento ideológico de los partidos políticos en Colombia. (ii) A raíz de lo anterior –entre otros factores–, se advierte el indeclinable ascenso del príncipe democrático, que no es otra cosa que el viejo conocido hiperpresidencialismo que nos viene desde nuestro primer dictador, Simón Bolívar, y (iii) ese omnipresente hiperpresidencialismo –o quizás sea más preciso hablar de cesarismo democrático– ha sido siempre y lo es hoy, un enemigo íntimo para la democracia constitucional. Lo anterior habida cuenta de que la concentración de “poderes salvajes” en el presidente de la República trae consigo el riesgo de que, por ejemplo, en nombre del “pueblo”, anule o vuelva ineficaz el sistema de pesos y contrapesos, necesario en una democracia, sino también la posibilidad de pulverizar la esfera de lo “no decidible” y aquello sobre lo que “no se puede no decidir” respecto de la garantía real y efectiva de los derechos fundamentales.

 

Esos potenciales riesgos, que, sin duda, no son nuevos en el contexto de la democracia de América Latina –siempre a la sombra de las dictaduras– cobran relevancia en la medida en que, más allá de la coyuntura política actual, esto es, de un nuevo gobierno y lo que con él suceda en los próximos cuatro años, se hace imperativo que se reflexione sobre la necesidad de pensar y refundar la idea de un necesario vínculo entre democracia de partidos políticos vs. democracia de los ciudadanos como una forma de conjurar y limitar los poderes que, por la vía de un perverso diseño constitucional de vieja data, le son propios al hiperpresidencialismo en América Latina. Y, claro, Colombia no es la excepción, siempre tan proclive –al igual que sus vecinos– a ser gobernada por caudillos autoritarios y caprichosos y que se refleja muy bien en aquella ¿vieja? idea de que “una República debe ser autoritaria para evitar el desorden”, tal como decía Rafael Núñez.

 

En fin, suele decirse que el “sistema democrático es tan bueno o malo como los individuos que lo estén llevando a cabo” y, para el caso colombiano, con un modelo de Estado ¿fallido? gestado entre la guerra y la paz, aun preñado de “regeneración y catástrofe”, las fenecidas elecciones presidenciales y la forma como se está conformando lo que será el nuevo gobierno, indican, no ya la vieja querella respecto de la crisis de los partidos políticos tradicionales, su elitismo y transformación en “meras maquinarias electorales y clientelares”, sino quizás lo que es más grave: su progresiva fragmentación y completa ruina ideológica y ello, a no dudarlo, potencia cada vez más los poderes de ese rancio, pero siempre vigente cesarismo democrático y, con ello, cada cuatro años, “elegimos monarcas a quienes llamamos presidentes”.

 

Tanto en Colombia, como en América Latina, es preciso revertir esa lógica para defender los valores sobre los que descansa la democracia constitucional, pero también, para defendernos de ella. No está claro si el camino correcto sea optar por el modelo parlamentario, pero una cosa es cierta: el hiperpresidencialismo sin controles es una seria amenaza.

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