16 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

La gerencia académica en declive

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John Zuluaga
Doctor en Derecho y LL. M. de la Georg-August-Universität Göttingen (Alemania)
Profesor asociado de la Universidad Sergio Arboleda

La ingobernabilidad y la desorientación en medio de la crisis universitaria colombiana puede ser leída y explicada de múltiples maneras. Entre todas ellas hay una que no ha resultado suficientemente atendida y está relacionada con la decadencia de la gerencia universitaria en nuestro país. De esto se viene dejando constancia en cada abucheo a los rectores por parte de las comunidades universitarias, con las elecciones puestas en duda por su déficit de legitimidad y legalidad, a partir de los dirigentes puestos en evidencia ante la malversación de fondos, de la mano de directores que apenas alcanzan a sostener comunicación con sus aduladores, con los pagos impuntuales de los salarios a los funcionarios universitarios y por medio de la cada vez más frecuente intervención del Ministerio de Educación en las instituciones de educación superior (IES).

Entre otras cosas, esto es revelador de un factor detonante del actual y trágico estado de cosas: la incapacidad para gerenciar un paradigma organizacional tan particular como lo es la universidad y sus dependencias académicas.

Si hay algún campo en el que se requiere a un genuino universitario es en la gerencia de las IES. El gerente en cualquiera de sus escalafones (rector, decano, director, etc.) es quien ayuda a los funcionarios universitarios a visualizar cómo su trabajo se conecta con todo el conjunto. Esta función de conexión no la puede suplir quien no tiene claridad sobre la vida universitaria, ya por sus sesgos ideológicos, confesionales o de clase. Tampoco quien no ha conocido el rigor de la investigación científica, por lo menos a nivel doctoral. Ni qué decir de quien no tiene una plural experiencia docente, pues la ausencia de esta inhabilita para corresponder a una función social tan exigente como es la educación. En otras palabras, es una función que no se puede cumplir con adaptaciones tecnocráticas traídas de campos propios de la administración pública, de la empresa privada o de las firmas de abogados litigantes. El gerente universitario debe tener un perfil muy distinto al que se pueda poseer en otro campo organizacional.

Esta concepción de dirigente universitario se ha deteriorado por múltiples factores, tanto exógenos como endógenos, pero de los que destacaría los siguientes para el caso colombiano. Los perfiles de gerencia académica se han delineado como el reflejo de quienes los poseen y, en muchos casos, pasan a ser apuestas más personales que institucionales. Esto resulta mucho más notorio cuando se trata de cargos vitalicios o de aquellos a los que no se exige ninguna rendición de cuentas de cara a la comunidad universitaria. Los puestos directivos se hacen funcionales al capricho de quienes los detentan ante la ausencia de democracias internas, ya por la inactividad de los estamentos universitarios en la discusión de los asuntos públicos o por el empoderamiento de aristocracias institucionales que inocuizan los ejercicios de verificación crítica de las prácticas administrativas, investigativas o docentes.

Frente a estas discusiones debe dejar de huirse a una mirada autocrítica y comprensiva. Una de las cuestiones más perjudiciales en la conducción de cualquier paradigma institucional, especialmente en la universidad, es renunciar a escuchar a sus miembros y embriagarse de soberbias frente a las miradas críticas.

Uno de los mejores instrumentos para solventar las crisis institucionales es la comunicación amplia y asertiva. En esa medida, no deben dejar de escucharse los múltiples llamados para que muchos de los procesos universitarios sean claros y transparentes, empezando por los concursos de méritos o las definiciones de ascenso en el escalafón universitario. Los cargos directivos no pueden tener duraciones indeterminadas, esto solo alienta la megalomanía y el caudillismo. Los dirigentes universitarios deben poseer las mayores cualificaciones académicas y científicas, para que tengan la capacidad de conectar a cada uno de los participantes del modelo con el sistema universitario de forma integral.

Se deben reforzar los estamentos docentes y estudiantiles, quienes tienen la virtud de ser observadores cotidianos del quehacer universitario y con quienes la comunicación debería ser más amplia y profunda. La movilidad internacional es clave para la ruptura de aquellas cadenas que amarran la libertad de pensamiento e investigación a los egos de los dirigentes. En fin, de lo que se debe tratar es de no renunciar de ninguna manera a una mejor vida universitaria.

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