07 de Febrero de 2025 /
Actualizado hace 13 minutes | ISSN: 2805-6396

Openx ID [25](728x110)

1/ 5

Noticias gratuitas restantes. Suscríbete y consulta actualidad jurídica al instante.

Opinión / Columnista Online

Los animales de El Catatumbo: víctimas del conflicto

223506

Carlos Andrés Muñoz López

Abogado y filósofo, magíster en Bioética y autor del libro ‘Los animales desde el derecho’

El amanecer del 30 de junio del año pasado trajo una escena desoladora en las veredas de El Tarra, Teorama y Convención, en El Catatumbo: más de 80 perros aparecieron muertos, envenenados. Este crimen atroz, lejos de ser un hecho aislado, responde a una cruel estrategia de los actores armados en la región. Asesinar a los perros rurales se ha convertido en un presagio de la violencia que se avecina contra la población humana.

Estos caninos, más que simples compañeros, son centinelas de la seguridad rural. Su ladrido alerta a los pobladores sobre la presencia de extraños en la zona, lo que los convierte en obstáculos para los grupos armados. La historia de El Catatumbo lo confirma: en 1999, meses antes de la masacre paramilitar en La Gabarra, Salvatore Mancuso ordenó un envenenamiento masivo de perros, anticipando la masacre de, al menos, 35 a 43 personas. Hoy, la estrategia se repite con la misma brutalidad e impunidad. Y si hubiese castigo legal para quienes mataron los animales, no hay un delito de “Matanza de animales” en nuestro Código Penal. Quien envenena a un animal “pagaría” lo mismo a quien lo haga de forma sistemática y masiva. No hay herramientas jurídicas para enfrentar este hecho de forma coherente.

Por otro lado, el conflicto armado colombiano ha dejado millones de víctimas humanas, pero también innumerables víctimas animales, cuya tragedia rara vez es documentada de forma oficial. Se estima que más de 50.000 personas han sido desplazadas en El Catatumbo, pero no hay registros oficiales sobre cuántos animales no humanos han muerto, han sido desplazados o han quedado abandonados a su suerte, a la soledad y a la muerte. La asistencia que reciben proviene casi exclusivamente de la solidaridad de voluntarios y organizaciones animalistas que, con limitados recursos, intentan paliar una crisis invisible para el Estado. La protección animal debe ser un imperativo estatal y debe dejar de depender exclusivamente de la solidaridad de particulares.

Algunas personas han optado por resistir. Isabel Rincón, habitante de La Gabarra, decidió no abandonar su hogar para proteger a sus 45 perros y 17 gatos, a pesar de que cientos de sus vecinos huyeron. Su historia (que se volvió viral) es un testimonio del vínculo entre animales humanos y animales de compañía, y de la deuda que el país tiene con estas víctimas silenciosas de la guerra.

La instrumentalización de los animales en el conflicto armado colombiano ha sido una de sus facetas más aberrantes. En Chalán (Sucre), el 12 de marzo de 1996, un burro cargado con explosivos fue conducido hasta una estación de Policía y detonado de manera remota, matando a 11 agentes y destruyendo varios edificios públicos. Un hecho similar ocurrió en Chita (Boyacá), donde otro burro fue usado como arma de guerra, una práctica cruel que refleja la deshumanización propia del conflicto. Se pueden datear fácilmente desde los años noventa hasta la fecha, la instrumentalización de los animales en el conflicto.

Las imágenes de animales marcados con las siglas de grupos armados también han circulado en redes sociales, como el caso de un caballo con las iniciales del ELN. Aunque algunas de estas imágenes corresponden a crisis de años anteriores, evidencian la forma en que los grupos ilegales han utilizado a los animales como herramientas de intimidación y propaganda.

Por todo esto, y algunas cosas que por lo limitado de la columna se me escapan deliberadamente, es urgente que el Estado reconozca expresamente a los animales como víctimas del conflicto armado. La propuesta de la senadora Esmeralda Hernández de presentar un proyecto de ley en este sentido es un paso fundamental. Este reconocimiento permitiría desarrollar herramientas para atender crisis como la de El Catatumbo y las que, lamentablemente, seguirán ocurriendo.

Esta columna está dedicada a Lina Reyes, animalista de Cúcuta que falleció recientemente. Lina dedicó su vida a la defensa de los animales y su última gran acción estuvo enfocada en ayudar a los animales víctimas del conflicto en El Catatumbo. Su legado nos recuerda que la justicia no puede ser selectiva: también debe incluir a aquellos seres sintientes que han sufrido el horror de la guerra en el silencio del olvido.  

Gracias por leernos. Si le gusta estar informado, suscríbase y acceda a todas nuestras noticias y documentos sin límites

Paute en Ámbito Jurídico.

Siga nuestro canal en WhatsApp.

Opina, Comenta

Openx inferior flotante [28](728x90)

Openx entre contenido [29](728x110)

Openx entre contenido [72](300x250)