Elogio de los fiscales escrito por un abogado

Alejandro Sánchez
Abogado penalista, doctor en Derecho y conjuez de la Corte Suprema de Justicia
X: @alfesac

Para los fiscales que, en los umbrales de la geografía patria, sin suntuosas oficinas, consiguen que una viuda encuentre consuelo rescatando los restos de su ser amado; para los que logran que una mujer escape de las garras de un monstruo opresor y violento que le juró amor eterno; o que obtienen el justo castigo para el miserable que profanó la inocencia de un niño; para los que en las noches despiertan angustiados, con la cabeza agitada de tanto rumiar cómo rasgarles a los estragos del tiempo unos partículas de verdad y de justicia.

También para los fiscales que se atreven a luchar contra el poder, blandiendo solitarios una espada y una balanza. Que no se amilanan ante el aroma balsámico de encorbatados abogados defensores que irrumpen en tumulto rodeados de escoltas después de bajar de lujosos vehículos; que no dan cabida a padrinos ni compadres. Que no conocen de conspiraciones ni encargos.

Cómo no admirar a esos fiscales que, cercados por montañas de carpetas polvorientas a punto de colapsar, dan hasta su último aliento para que no todas sucumban a la tristeza de la impunidad. Que arañando en ese cementerio de órdenes pendientes, de cuando en cuando, no siempre, consiguen que la luz de la verdad se cuele entre las apretadas grietas de sus trincheras de papel.

Encomios a ese fiscal que se mantiene firme en sus convicciones, a pesar de las presiones. El que hace del anonimato una vocación. El que sabe que lo importante es el mensaje, no el mensajero.

Cómo no exaltar a aquellos que no se rinden a la civilización del espectáculo. Que rechazan el encantamiento de los medios de comunicación y su voz melódica y seductora que les susurra al oído “eres el salvador”. Que no se obsesionan con la portada de “fiscal de hierro”. Nunca he visto un hierro fundirse más rápido. Ese fiscal que rechaza la danza hipnótica de luces mágicas y micrófonos. El que no llama “estrategia” a la filtración, “técnica” a la contaminación y “táctica” al linchamiento.

Elogio para los fiscales que mantienen la calma en medio de la tormenta. Que no apuntan su dedo acusador a la misma velocidad y dirección que lo hacen las gavillas hechizadas por la sed de likes y tendencias. Que soportan estoicos mientras bribones deforman su causa o los maltratan en público. Que prefieren la palabra serena a los manotazos ruidosos. A cada ataque, una norma; a cada afrenta, un argumento; a cada descalificación, un precedente.

Glorioso ese fiscal que no se regocija con el dolor del acusado; que lo trata con dignidad y nobleza. Que le ofrece el puerto firme de la ley a la tormenta de sus delitos. El que no se ufana ante la sentencia draconiana ni se enaltece con su agonía. Que está presto y dispuesto para la batalla, pero también para la tregua. El que no pierde la firmeza por brindarle un trato digno y justo, mientras con él se toma un tinto.

Elogio al fiscal para el que la pena del banquillo no le es indiferente, que es capaz de emitir un archivo, de retirar una acusación; que tiene la valentía de pedir una absolución o decir “No apelo”, si la paz de su alma así lo dictamina, sin que le importe que las hordas furiosas griten “¡Culpable!”; elogio para el fiscal que no hace de la estadística su amo ni de las escalas de ascensos su desvelo.

A esos fiscales para los que, llegada la noche, las sonrisas de sus hijos son el último y plácido consuelo; para esos fiscales ante los cuales un defensor se inclina en reverencia, a pesar de ser vencido. Porque no solo hay jueces en Berlín, como cuenta la mítica historia; también hay fiscales. Para ellos este sencillo elogio escrito por un abogado.

Coletilla: Calamandrei no tendrá igual.

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