31 de Enero de 2025 /
Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Chaverra: un negro que fue presidente de la Corte Suprema

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Alejandro Sánchez

Abogado penalista, doctor en Derecho y conjuez de la Corte Suprema de Justicia

X: @alfesac

Cumplió su periodo Gerson Chaverra Castro, el primer afrodescendiente –o negro, como él prefiere definirse– que desempeña la presidencia de la Corte Suprema de Justicia en sus más de 200 años de historia. Chaverra vio la luz en lo más impenetrable de las verdes entrañas de un Chocó indomable. El lugar más recóndito adonde sus ancestros africanos se aventuraron en una operación suicida de escape y libertad. Se escondieron con tal desespero que aún el Estado no los encuentra.

Allí donde no se han visto togas, batas o corbatas, una comadrona vio nacer al que años más tarde sería el primer juez de esa tierra. Sucedió en San José de Querá, un caserío donde todavía no hay energía, juez, médico, ni internet, y donde el hollín cubre las paredes de tabla de las acrobáticas casas levantadas en las riveras del río Baudó.

Y es que algunas veces –enigmáticas veces– el azar o fuerzas extrañas rescatan a unas pocas luces de su destino infausto para volverlas lumbre, llama, hoguera; un salvador espontáneo, un buen samaritano repentino, les ayuda a ser estrellas protagónicas de una historia en la que un autor siniestro había dictaminado que solo serían paisaje. Así aparece doña Rita y presagia en los ojos de su pequeño hijo una cornucopia de letras, togas y balanzas que se vuelven tinta, sentencias y justicia.

Doña Rita, de presupuesto escaso, pero de amor abundante, no permitió que esa luz se desvaneciera sin dejar huella; vio en su hijo un diamante, un diamante negro, con la potencia precisa para romper el techo de cristal que lo atrapaba. Lo envió a la capital, a la distante Bogotá, allá donde tantos son migrantes en su propia patria, donde la soledad, el frío y la escasez pulieron sus bordes de carbono.

Se hizo abogado, muy pronto juez, y retornó a esos laberintos de espesas salvas y ríos eternos que lo vieron crecer. Lo imagino en sus primeros años de servicio, navegando nueve horas por los cauces del río Atrato, con el calor asfixiante que le arropaba el cuerpo, rodeado de árboles inmortales que han visto pasar tantos sueños de fuga y de dolor. Lo imagino llegando a improvisar un despacho desde el cual impartir justicia.

¿Ser el guardián de leyes humanas de un Estado que todavía no lleva escuelas ni hospitales? Gran dilema que el novato juez tuvo que afrontar. Comprendió que nada es casualidad; que esas tierras precisaban un juez que conociera sus entrañas y que palpitara con su ritmo de chirimías y nostalgias; que no viera expedientes y partes enfrentadas, sino historias vibrantes y hermanos olvidados; que no hiciera de su oficina un búnker ni de su toga un látigo; que sintiera la angustia del campesino que contaba con zozobra los resultados de la cosecha mientras aquel joven juez decidía si su pequeño tendría las medicinas que aquel no podía comprar.

¿Cuántos Chaverras nacen en este archipiélago disperso de tierras extrañas? Los he visto con centellas en los ojos, de mentes vivaces, de sonrisas perpetuas, listos para ser ingenieros, médicos, músicos, escritores; los he visto esperando el milagro y claudicar temprano, cambiando su sueño de togas y batas por fusiles y camuflados; molidos por el engranaje del destino, convertidos en personajes de telenovela barata, con el cuerpo de polvo tirado en tierra ensangrentada, preguntando por qué perversa providencia sus sueños yacen, como ellos, desmembrados.

La toga del magistrado Chaverra está hecha de luces; las luces de los que no escaparon, las de madres que se levantan a servir platos exóticos y abundantes para otros, después de dejarles a sus hijos café y pan para el desayuno; la de los hijos que no conocen sus padres, la del campesino sin tierra, la del obrero maltratado, la del estudiante en sus noches de mesero, la del heladero y su carretilla que reúne monedas para comprar los zapatos que a su niña le piden en el colegio; es la toga de tantos otros Chaverras que no fueron, la de tantas Ritas que no lo lograron.  

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