23 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Adiós a las corridas de toros: la muerte como espectáculo

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Carlos Andrés Muñoz López
Abogado, filósofo y magíster en Bioética
Profesor de la Universidad Simón Bolívar

Paul McCartney dijo una vez: “Si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos”. Esta reflexión nos invita a cuestionar por qué la muerte como espectáculo es menos tolerable que otros actos crueles a puerta cerrada. ¿Es la exposición pública del sufrimiento lo que la hace más condenable, o hay algo más profundo en juego? La reciente prohibición de las corridas de toros en Colombia nos ofrece una oportunidad para explorar esta cuestión y entender por qué la tortura en público es vista como un agravante, fundamentada en diversas perspectivas. Razones que sumo a mi análisis constitucional hecho ya en mi anterior columna ¿Es constitucional matar a los toros?

Perspectiva histórica

A lo largo de la historia, la percepción de la tortura pública ha cambiado significativamente. Durante la Revolución Francesa, las ejecuciones públicas con guillotina eran vistas como un espectáculo y una forma de justicia popular. Ver rodar cabezas y borbotones de sangre era disfrutado y servía hasta de efecto disuasorio de la pena. Con el tiempo, estas prácticas fueron abolidas por considerarse inhumanas y degradantes, reflejando un cambio en los valores sociales y la percepción del sufrimiento humano. Aunque aún está permitida la pena de muerte en algunos países, cada vez más se realiza sin espectáculo público, rechazando el salvajismo de utilizar el dolor, el sufrimiento y la muerte como entretenimiento.

Perspectiva científica

La ciencia ha demostrado que los animales poseen sistemas nerviosos complejos y experimentan dolor de manera similar a los humanos. La Ley 84 de 1989, conocida como el Estatuto Nacional de Protección de los Animales, ya establecía que infligir dolor a los animales es un acto cruel y debe ser sancionado. La tortura en público, como la observada en las corridas de toros, añade una dimensión de crueldad, debido a su naturaleza exhibicionista, normalizando la violencia y desensibilizando a la sociedad frente al sufrimiento ajeno.

Perspectiva jurídica

Desde el Derecho, la exhibición pública de la tortura se considera un agravante por su impacto adicional sobre la sociedad. En el derecho penal, las circunstancias en las que se cometen ciertos delitos pueden agravar la pena, y la tortura pública es un ejemplo claro de esto debido a:

(i) Normalización del maltrato y legitimación de la violencia: la violencia presentada como entretenimiento puede desensibilizar a la población y aumentar la tolerancia hacia otras formas de violencia.

(ii) Efecto emulador: los espectadores, especialmente los jóvenes, pueden interpretar estas acciones como aceptables o dignas de imitación.

(iii) Dañar la moral pública: la moral y las normas sociales se ven erosionadas cuando el sufrimiento se convierte en espectáculo público.

(iv) Impacto en la infancia: la exposición de los niños a estos actos puede afectar su desarrollo moral y psicológico.

(v) Derecho no antropocentrista: el sufrimiento animal merece ser condenado simplemente por el hecho del respeto a la vida, sea humana o no.

Perspectiva filosófica

Filosóficamente, la tortura pública puede ser analizada a través de varias teorías éticas:

(i) Deontología: la exhibición pública de la crueldad es intrínsecamente incorrecta, violando principios morales fundamentales sobre el respeto y la dignidad.

(ii) Utilitarismo: produce más daño que beneficio, tanto al animal como a los espectadores.

(iii) Ética de la virtud: promueve vicios como la crueldad y la insensibilidad, en lugar de virtudes como la compasión.

Conclusión

La prohibición de las corridas de toros en Colombia no solo es un avance en términos de protección animal, sino que también refleja una comprensión más profunda de los impactos negativos de la tortura pública desde múltiples disciplinas. La paz también pasa por los animales. Al reconocer y abordar estos fundamentos, podemos trabajar hacia la erradicación de todas las formas de crueldad, promoviendo una cultura de respeto y empatía hacia todos los seres vivos.

Queda aún la lucha contra otras prácticas crueles e inaceptables que aún quedan, como las corralejas, las peleas de gallos y el coleo. Empiezan nuevas batallas. La del toreo ha sido histórica, con lágrimas en los ojos, en la que soñé por 10 años escribir esta columna (hay otros que lo han soñado hace 30 años y los toros toda una existencia). Gracias a Colombia Sin Toreo, a Plataforma Alto, a Juan Carlos Losada, a Esmeralda Hernández, a Alejandro García, a Eduardo Peña, a Yani Mateus, a Carlos Crespo… Se cuentan por miles las personas que han puesto su vida en este proyecto que hoy se vuelve realidad.

Perdón a los toros que han muerto y a los que pueden morir durante los tres años de transición cultural y laboral necesarios para que la prohibición entre en plena vigencia. Protestaremos durante estos años.

Por ahora solo resta decir, ¡Lo logramos! ¡Una Colombia sin toreo!

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