Britney y los cautiverios de las mujeres
María Camila Correa Flórez
Profesora principal de carrera y coordinadora del área de Derecho Penal de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
@MKamilaC
“Hacía tiempo que no me sentía verdaderamente presente en mi propia vida, en mi propio poder, en mi condición de mujer. Pero, ahora, aquí estoy”. Britney Spears – La mujer que soy
Recientemente, fue publicada en varios idiomas la autobiografía de Britney Spears La mujer que soy. Como la gran mayoría de mujeres, cuya adolescencia tuvo lugar a principios de los confusos 2000, Britney fue una de las estrellas del pop que seguí y admiré. Seguí su carrera, me aprendí sus canciones, sus coreografías y envidié su cuerpo perfecto. Quizás por esto, y también por la curiosidad morbosa que genera el chisme, compré su libro y lo leí en menos de dos días.
El recorrido por su infancia, trastocada por una carrera meteórica en la música, su adolescencia, en la que fue hipersexualizada y reducida a una “rubia tonta” que cantaba bien y las relaciones complejas y tóxicas con novios, amigos y, sobre todo, con un padre alcohólico y maltratador, me llevaron a pensar en eso que, hace años ya, escribió Marcela Lagarde en su libro Los cautiverios de las mujeres: “las mujeres están cautivas porque han sido privadas de autonomía (…). El cautiverio caracteriza a las mujeres en cuanto al poder de la dependencia vital, el gobierno de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin opciones”.
Britney fue cautiva del acoso de una prensa a la que solo le interesaba saber si su busto era real. De un novio embelesado por la fama que le fue infiel reiteradamente y la llevó a tomar una decisión de abortar, de la que, al parecer, no estaba tan segura. Fue cautiva de la sociedad que la criticó cuando decidió casarse, decidió raparse, decidió pesar más de esos 50 inviables kilos. Y como si no fuera suficiente, de un padre alcohólico y quebrado que, ya siendo una adulta, le quitó la capacidad de decidir sobre su vida, de manejar sus bienes, de criar a sus hijos. Un padre que, según sus propias palabras, la obligaba a hacer dietas y ejercicio y le decía permanentemente que estaba gorda. El mismo hombre que le dijo “Ahora yo soy Britney Spears” cuando logró que la declararan interdicta y se hizo con el control de todo.
Tal vez como Britney, la gran mayoría de las mujeres hemos sido presas de distintos cautiverios: el cuerpo perfecto que toda adolescente dosmilera consideraba que era el de la propia Britney, la familia, la opinión de los demás, los difícilmente quebrantables techos de cristal, la violencia traducida en acoso, en violación, en golpes, los roles estereotipados que nos han impuesto desde niñas, el cautiverio que genera cuando se asimila la vehemencia al responder con neurosis o histeria, o el alzar la voz con la locura.
Leer el valiente testimonio de esta mujer, quien recientemente acaba de recuperar su voz, me llevó a pensar que debemos seguir trabajando y alzando nuestras voces, para salir de nuestros propios cautiverios, pero sobre todo para que las mujeres y niñas que vienen detrás no los vivan nunca. Para que finalmente venga una generación de mujeres que no sean cautivas porque otros deciden por ellas, porque otros opinan como deben verse/actuar/responder/vestirse/comportarse o porque el Estado, en ocasiones a través del propio Derecho, les impone formas de actuar.
Y eso, en parte, es el libro de Britney Spears, una historia verídica que nos ayuda a entender que es necesario trabajar, desde todos nuestros lugares para que las que vienen detrás no sean cautivas de “una vida estereotipada, sin opciones”.
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