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Actualizado hace 5 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis


La voz de las abogadas en tiempos de pandemia

02 de Julio de 2020

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María Adelaida Ceballos Bedoya

Candidata a Doctora en Derecho de la Universidad de McGill (Canadá)

@mceball3

 

Howard Taubman, un reputado crítico musical norteamericano, aseguraba que los hombres al piano sonaban distinto y mejor que las mujeres. Por eso lo retaron a adivinar el sexo de algunos pianistas que tocaron ocultos por un telón, pero Taubman falló estrepitosamente. Siguiendo la lógica de este experimento y con el fin de promover la inclusión de más mujeres, muchas orquestas implementaron estas audiciones a ciegas. Pero el telón fue insuficiente: las mujeres tuvieron además que aprender a tocar descalzas, pues el más ligero sonido de sus tacones las ponía en evidencia ante los jurados y afectaba negativamente su puntaje. Pues bien, algo similar parece estar ocurriendo en el mundo jurídico colombiano durante esta pandemia. Potentes sesgos de género están llevando a que las abogadas seamos desproporcionadamente excluidas de los escenarios académicos, aun cuando no hay razones cuantitativas o cualitativas que justifiquen esta exclusión.

 

Me di a la tarea de recolectar información sobre las conferencias de Derecho dictadas entre el 11 de marzo y el 16 de mayo, que hubieran tenido al menos dos panelistas y hubieran sido organizadas por instituciones colombianas. De las 246 conferencias encontradas, en el 43 % las mujeres representaron menos de una cuarta parte de los panelistas y en el 33 % (es decir, en 81 conferencias) no hubo ninguna mujer. Más aún, solamente el 15 % de las conferencias tuvieron mayoría femenina.

 

Estas cifras generales tienen significativas variaciones temáticas y territoriales. Por un lado, la participación promedio de las mujeres fue del 31 %, pero fue más baja en las conferencias sobre Derecho Deportivo (14 %), Administrativo (15 %), Civil (16 %), Procesal (19 %) y Penal (23 %). Las mujeres solo tuvimos un promedio mayoritario en dos temas tradicionalmente percibidos como femeninos: la violencia intrafamiliar (70 %) y el enfoque de género en el Derecho (80 %). Por otro lado, más del 70 % de las conferencistas colombianas estaban radicadas en Bogotá, con una presencia marginal de las mujeres de otras regiones.

 

Estos niveles de participación femenina son problemáticos, pues no son representativos de la composición de la profesión jurídica colombiana. En 1988, las abogadas éramos ya titulares de más del 30 % de las tarjetas profesionales y hoy somos titulares de la mitad. Así mismo, las mujeres representamos el 54 % de los matriculados en Derecho y desde hace más de 15 años somos más del 65 % de los graduados de algunas de las mejores facultades de Derecho del país, la mayoría de ellas ubicadas fuera de Bogotá. En este caudal de abogados hay suficientes mujeres competentes (en muchos temas y de muchas regiones) para desterrar de nuestra profesión el predominio de los paneles masculinos.

 

La baja participación femenina es problemática también por sus profundas repercusiones materiales y simbólicas. Las conferencias excluyentes impiden que las abogadas accedan a plataformas efectivas para impulsar sus carreras y privan a la comunidad de conocer perspectivas diversas sobre un mismo tema. Además, esas conferencias reafirman la idea de que las discusiones académicas y los debates públicos son espacios masculinos. Esta idea es particularmente nociva para las nacientes generaciones de abogadas, las cuales necesitan tener más y mejores referentes profesionales exitosos de su mismo sexo. Vale decir que estos problemas son predicables de los paneles poco diversos en general, sea en términos de género o de otras categorías como la raza y la orientación sexual.

 

Aunque no he encontrado cifras sobre la composición de las conferencias anteriores a la pandemia, la información presentada aquí es en sí misma elocuente. El formato virtual de las conferencias abrió la posibilidad de invitar a mujeres del mundo entero, y aun así han predominado los paneles masculinos. Por eso es razonable pensar que en la profesión jurídica colombiana operan fuertes desigualdades de género. Desigualdades que se manifiestan en la preferencia de los organizadores por los panelistas hombres o en las razones que posiblemente están llevando a que las abogadas declinen las invitaciones a las conferencias (una de esas razones sería, por ejemplo, el aumento desproporcionado de sus cargas de cuidado durante la pandemia). En ambos casos, se trata de desigualdades de género profundamente institucionalizadas que anteceden y exceden las particularidades de esta crisis sanitaria. 

 

El Derecho y la música tienen en común las desigualdades que impiden a las mujeres compartir escenario con sus colegas hombres, pero ambos mundos se diferencian en las estrategias necesarias para combatir esas desigualdades. Las audiciones a ciegas buscan que las mujeres permanezcan ocultas y silenciosas, mientras que en este caso las abogadas debemos ser visibles y ruidosas en la divulgación de nuestras cualificaciones y en nuestro reclamo (ojalá apoyado por los hombres) por una representación paritaria en el debate público. Esta es la estrategia que ha funcionado en otros contextos y que debemos implementar pronto en Colombia si queremos destronar a los “taubmans” que abundan en nuestra profesión.

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