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Manuel Gaona: la sencillez de la genialidad

05 de Noviembre de 2013

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Artículo publicado en la edición N° 189 de ÁMBITO JURÍDICO, que circuló del 7 al 20 de noviembre del 2005. 

 

Vivió con la filosofía de que a los mejores les corresponde lo mejor. Su historia no deja duda de que jamás traicionó su convicción

 

Por Diana Saray Giraldo Mesa

 

Manuel Gaona Cruz tenía 26 años cuando conoció el mar. Ese día, la inmensidad del océano se abría paso frente a él en el puerto de Cartagena. Apenas graduado de abogado, después de haber vendido libros y enciclopedias y de tener que ganarse una beca todos los años para costearse los estudios, Gaona zarpó en el barco que lo llevaría a París, a estudiar un doctorado en Derecho Constitucional y Ciencias Políticas, en la Universidad Sorbona, París I.

 

Así emprendió un viaje de dos meses. El avión le hubiera podido ahorrar este tiempo, pero el hijo de Manuel Gaona y Virgina Cruz, una familia humilde de Boyacá, no tenía los medios para viajar en avión, aunque sí la grandeza para volar.

 

Manuel Gaona Cruz fue el mayor de 10 hermanos. Nació el 15 de mayo de 1941, en Tunja, aunque las raíces de su familia están en Villa de Leyva. Su vida fue de empuje, de vencer obstáculos y necesidades, bajo la filosofía de que “a los mejores siempre les corresponde lo mejor”.

 

Con este norte claro, llegó a Bogotá, estudió en el Colegio Camilo Torres y escogió el Derecho como futuro profesional. Se matriculó en la Universidad Externado de Colombia, donde ocupó el primer lugar. Sabía que ser el mejor y lograr una beca era la única manera de ser profesional. Y lo logró. Estuvo becado todos los años de su carrera.  Su brillantez académica hizo que el Gobierno francés se fijara en él y le otorgara una beca para adelantar estudios de doctorado en Derecho Constitucional.

 

Marina, su vecina desde niños, vio partir a Manuel, que antes de irse le propuso matrimonio. Era apenas una estudiante de bachillerato, pero la edad y la distancia poco importaron. Manuel recibió en París un sí como respuesta. La diferencia de edades y los años que tenía Marina cuando aceptó casarse serán secretos que, según sus hijos, no se sabrán jamás.

 

Y se casaron “por poder, por no poder”. Manuel en París, Marina en Bogotá y una familia de la novia que exigía vestido blanco, bendición de Dios y ponqué para repartir en una fiesta. Así que el jurista, conocedor de la facultad de representación, le otorgó poder a su hermano Santiago, para que se casara con Marina. Así fue: hubo fiesta, vestido blanco, ponqué y fotos, en las que aparecen Marina y su cuñado en representación de Manuel. Esto, cuenta Marina, hizo que los hijos, cuando estaban pequeños, preguntaran si ella se había casado con su papá o con su tío Santiago. 

 

Marina partió a París el 4 de febrero de 1963, y estuvo junto a Manuel viéndolo estudiar incansablemente para lograr su doctorado.

 

Rousseau, Voltaire y Gaona

El día llegó una mañana de 1968. Antes de entrar a presentar el examen final, Manuel Gaona Cruz llamó a su papá. Le dijo que estaba muy nervioso. Su papá le respondió: “Mijo se hizo con lo mejor que ha dado esta tierra. Una vez más, demuéstrelo. Quién iba a pensar que una persona venida del campo, que tuvo que trabajar para estudiar, iba a estar a punto de presentar un examen para ser Doctor en Derecho. Así que ya hizo lo más difícil. Ahora vaya y termine con lo más fácil. Luego regrese y ahí veremos qué sigue”.

 

La tesis de Manuel Gaona Cruz fue laureada por la Universidad Sorbona de París y el Estado francés. Su trabajo sobre el presidencialismo latinoamericano, guiado por el tratadista Maurice Duverger, reposa, con sus 3.500 páginas, en la biblioteca de la Universidad Sorbona, en un espacio reservado para los trabajos que ostentan esta distinción. Su nombre está inscrito en el muro del jardín de los estudiantes ilustres, un lugar en el que están grabados los nombres de los estudiantes más brillantes que ha tenido la Sorbona. Al lado de Rousseau, de Voltaire y de otros grandes pensadores, se encuentra el nombre de Manuel Gaona Cruz, Colombia, 1968.

 

Manuel Gaona aprendió a hablar francés, inglés y alemán por su propio método: aprenderse los verbos, los sujetos y los sustantivos en todos los idiomas, al mismo tiempo. Igualmente, con un sistema de lectura en diagonal, abarcaba libros de cientos de páginas en algunos minutos, con una comprensión de casi el 100%.

 

Al llegar a Colombia, Gaona se vinculó como profesor de la Universidad Externado, en las cátedras de Derecho Constitucional y Teoría del Estado, así como en otras 10 universidades en las que formó varias generaciones. Nunca llevó sus clases ni conferencias en algún escrito. Su cátedra era la exposición de su constante investigación y en ella acudía a paralelos de Derecho Comparado, algo que no era común en la época. Esto le valía aplausos al final de la clase. Gaona decía, al estudiar sus conferencias, que quien llevaba apuntes para leerlos era porque no estaba suficientemente preparado. 

 

En su andar profesional, Manuel se fue consolidando como un eminente jurista, que contrastaba una juventud evidente con el rigor intelectual de quien ha construido su conocimiento a través de los años. Fue director del Departamento de Derecho Público del Externado, Secretario General de la Procuraduría, Rector de la Universidad Distrital, Viceministro de Justicia, Ministro de Justicia encargado y, a sus 37 años, magistrado de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.  

Como magistrado, estaba consagrado al trabajo y a su eterna pasión por estudiar e investigar. Su biblioteca tenía 1.500 títulos de Derecho, que devoraba de lunes a sábado.

 

Pero el domingo era para su familia. Solía reunirse con sus hermanos y salir a pasear con su esposa y con sus hijos: Manuel, Mauricio, César Gabriel y Juliana. Todas las noches, la familia se acostaba con el traquetear constante de la máquina de escribir Olivetti y se levantaba con la misma música. Manuel Gaona escribía su Manual de Derecho Constitucional, al que había dedicado tanto tiempo, que sus amigos bromeaban preguntándole cómo iba el “Manuel”.

 

Reiteraba que entre más se sabía, más sencillo se tenía que ser. “La modestia es directamente proporcional a la inteligencia”, decía. Le molestaban los protocolos y las reverencias que algunos profesores, abogados y funcionarios exigían. 

 

Su compromiso con la justicia, con el trabajo y con la cátedra nunca desfalleció, ni siquiera cuando, en 1984, empezaron a llegar las cartas y los sufragios de Pablo Escobar amenazándolo de muerte. La constitucionalidad del tratado de extradición con EE UU estaba en manos de la Sala Constitucional. Aun bajo la amenaza de la muerte, Manuel Gaona pidió ser el ponente de la sentencia.  

 

El domingo antes de la toma del Palacio de Justicia, Manuel salió con su familia a recorrer Bogotá. Estaba silencioso y nostálgico. Al llegar a casa, empezó a jugar con Juliana, que entonces tenía 10 meses, y repitió, como lo había hecho antes, que tenía dolor de no ver crecer a la niña. Entonces sentó a sus hijos y les habló: “A mí me van a matar. Quieren obligarme a hacer algo indebido, pero no lo voy a hacer”. Y después les dijo: “Recuerden siempre que la llave para llegar al éxito está en cada uno. El límite para llegar a donde quieran está en ustedes. Quién iba a pensar que yo, un niño de pueblo, iba a ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia”.

 

Manuel Gaona Cruz fue asesinado el 7 de noviembre de 1985, a sus 42 años. En la toma del Palacio de Justicia, se quemó parte de su trabajo y de sus investigaciones. Con él murió el padre del sistema de control integral de constitucionalidad y, para muchos, el mayor conocedor del Derecho Público en el país. Quedaron sus sentencias sobre la libertad de prensa, el poder de policía y la independencia y la autonomía del juez. Apenas comenzaban a cosecharse los frutos de su genialidad.

 

De las tres fuentes de la vida que tanto lo obsesionaron, Manuel Gaona cumplió todas: “Escribir un libro, para dejar escuela; sembrar un árbol, para dejar raíces, y tener un hijo, para no desaparecer jamás”.

 

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