José Eduardo Gnecco, un magistrado con sentido social
05 de Noviembre de 2013
Artículo publicado en la edición N° 189 de ÁMBITO JURÍDICO, que circuló del 7 al 20 de noviembre del 2005.
“Uno tras otro, los cargos llegaron. Sus dotes de eximio laboralista echaban raíces y su tronco empezaba a crecer”
Por Pedro Antonio Molina Sierra
¿Qué perdió el país con la muerte de José Eduardo Gnecco Correa? “Al juez integérrimo y justo; al jurista integral, estudioso y profundo; al profesor emérito y bonachón; al gran liberal sin sectarismo; al esposo amantísimo y padre de ocho hijos; al gran costeño y bailarín; al ciudadano solidario y modesto; al amigo sabio de todas las horas; a un gran hincha de fútbol y al hombre ejemplar”.
Un rápido vistazo al pasado y florecen en la memoria del ex magistrado José Roberto Herrera Vergara los recuerdos y la admiración que sentía por su amigo y colega José Eduardo Gnecco: “La vida de los grandes hombres es una permanente e inolvidable lección de humildad. Pepe Gnecco fue el maestro irremplazable en esa cátedra inmortal”, dice.
Del hogar formado por Gustavo Gnecco y Carmen Correa, y que dio a luz a tres hijos, nació, el 1º de abril de 1923, José Eduardo, en la que califican la bahía más linda de América: Santa Marta. Inquieto y sobresaliente estudiante, este adolescente samario, conocido por sus amigos como Pepe, empacó maletas y dejó a sus compañeros de primaria del Gimnasio de Santa Marta, para continuar sus estudios secundarios en Bogotá, en el Externado Nacional Camilo Torres.
Bajo la tutela de su tío José Gnecco, reconocido abogado rosarista, Pepe adelantó la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, de la que se graduó en 1946. Ya desde su tesis de grado, titulada El contrato individual de trabajo, se notaba su inclinación por el Derecho Laboral.
Su sentido de justicia social siempre lo acompañó en su vida profesional, desde sus inicios como Inspector Auxiliar de la Sección del Trabajo de Cundinamarca. Uno tras otro, los cargos llegaban. Sus dotes de eximio laboralista echaban raíces y su tronco empezaba a crecer.
En El Plato (Magdalena), fue nombrado Inspector Auxiliar del Trabajo, en enero de 1946. Luego, ejerció ese mismo cargo en Santa Marta. Al juez integérrimo y justo le llegó su primera prueba: Juez del Circuito Civil de Santa Marta. De ahí pasó a la magistratura del Tribunal Superior de Santa Marta.
El jurista integral
El presidente Alberto Lleras Camargo lo nombró, en 1962, Secretario General del Ministerio del Trabajo, con la mirada vigilante del ministro del ramo, Juan Benavides Patrón. La gerencia general de Caprecom y la magistratura de la Corte Suprema de Justicia lo esperaban. Este último cargo lo ocupó, en propiedad, desde el 22 de enero de 1971, hasta los luctuosos hechos del 6 de noviembre de 1985. Fue el Presidente del máximo tribunal ordinario en 1983, siguiendo los pasos de su abuelo José Gnecco Laborde, que ocupó el mismo cargo en 1915.
¿Jurista integral, estudioso y profundo? No solo el Derecho Laboral marcó su vida profesional, pues, incluso, cuando se presentó una vacante en la Sala Constitucional de la Corte Suprema, le fue ofrecida. Pepe no la aceptó, prefirió seguir floreciendo su tronco de laboralista.
Al profesor emérito y bonachón lo recuerda su propio hijo Gustavo Gnecco Mendoza, quien, por las inexplicables coincidencias de la vida, hoy ocupa la misma plaza de su padre como magistrado de la Sala de Casación Laboral de la Corte Suprema de Justicia: “A partir de sus enseñanzas, entendí la importancia de la relación humana con el trabajo”.
Las aulas del Externado, el Rosario, la Gran Colombia, la Nacional y la Santo Tomás vieron desfilar al... ¿profesor cuchilla? “No, era justo. Estaba lejos de ser demasiado estricto en la calificación. Sentía un gran respeto por sus alumnos”, aclara con prontitud Gustavo, uno de sus cientos de discípulos.
Casado con Carmen Elisa Mendoza Diruyero, una matrona de Santa Marta, Pepe tuvo ocho hijos: Carmen Elisa, Ana María, Margarita, Gustavo, Elsa, Laura, Claudia y Alexandra. Carmen Elisa, Ana María, Alexandra y Gustavo son abogados. La primera, al igual que Gustavo, ocupa una magistratura, pero de la Sala Laboral del Tribunal Superior de Bogotá.
Un hombre caribe; buen bailarín; adorador de la Costa Atlántica y, claro, de su bahía de Santa Marta; ciudadano solidario y humilde; padre ejemplar; colombiano honorífico, dicen sus amigos.
Su sabiduría jurídica se mezcló con una de sus pasiones: el fútbol. Era indescriptible la emoción que sentía cuando las redes adversarias eran infladas por un balón pateado por un jugador de camiseta de rayas azules y rojas.
Su padre, Gustavo Gnecco, organizó el primer equipo de fútbol de Santa Marta. Pepe no se quedó atrás y, junto con Eduardo Dávila Riascos, fundó un equipo profesional, conformado por jugadores de la región y provenientes de Hungría. Lo llamaron, en 1950, el Deportivo Samario. Años más tarde, se convirtió en el Unión Magdalena.
Domingo a domingo, un par de losas frías de los estadios Nemesio Camacho “El Campín”, en Bogotá, o del Eduardo Santos, en Santa Marta, eran ocupadas por Pepe, hincha oficial del equipo samario. “Prácticamente no se perdía un partido de la Selección Colombia ni del Unión Magdalena”, recuerda Gustavo.
Fue dirigente del equipo oficial de su tierra chica, directivo de la Dimayor y de la Federación Colombiana de Fútbol. ¿Hoy, qué pensaría Pepe al ver a la Selección Colombia eliminada del Mundial de Fútbol y a su equipo del alma caer a la Segunda División?
Pepe Gnecco sentía un gran aprecio por sus maestros de la judicatura y del ejercicio profesional oriundos del Magdalena, como Carlos Bermúdez, Rodrigo Linero, José María Serrano Zúñiga y Félix y Antonio José Ospina.
Siempre se preguntaba: “¿Por qué coincidencia se destacaban tanto, si eran juzgadores o si ejercían la profesión de abogados. Eran estos sabios y honestos, porque lo eran los jueces, o a la inversa?”. Y llegaba a una conclusión: “Era recíproca la influencia de unos y otros, y se producía así una maravillosa interacción de conocimientos y honestidad”.
La carrera de Pepe también fue una mezcla perfecta entre conocimientos y honestidad. Por eso, al lado de los maestros desaparecidos que admiraba, hoy se encuentra Pepe, otro de los baluartes del Magdalena, un jurista con sentido social y erudito laboral y constitucional.
“Sabía que su vida era muy valiosa para su esposa y sus pequeños hijos, pero tenía la certidumbre de que era más valiosa la vida de las instituciones y de la patria. Su sacrificio heroico y estoico es irrefutable testimonio de ello”. Así lo recuerda José Roberto Herrera.
El asalto guerrillero del 6 de noviembre de 1985 se llevó la vida de Pepe. Pero la imagen del “profe” bonachón y el hombre caribe, hincha del Unión Magdalena, está presente en los recuerdos de su familia, amigos y discípulos.
Opina, Comenta