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Alfonso Patiño Roselli, mártir de la juridicidad

05 de Noviembre de 2013

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Artículo publicado en la edición N° 189 de ÁMBITO JURÍDICO, que circuló del 7 al 20 de noviembre del 2005. 

 

“En 1947, Alfonso Patiño, que hacía 24 años había sido privilegiado por Dios, empieza a hacerse acreedor de los honores y las dignidades que dan los hombres”

 

Por Pedro Antonio Molina Sierra

 

“Los honores y las dignidades los dan los hombres, pero ser sogamoseño es un privilegio concedido por Dios”.

Alfonso Patiño Roselli

 

¡Ay Sogamoso!, ciudad del sol y del acero. “Ciudad noble de cielo dorado/Con las llamas del Templo del Sol/Pueblo libre de honor coronado/Por el muisca y el bravo español/”, cantan a todo pulmón sus habitantes, cada vez que entonan el himno de... el sol y el acero.

 

Alfonso Patiño Roselli fue privilegiado por Dios: nació en Sogamoso. Boyacense de pura cepa, el hogar formado por Salvador Patiño Camargo y Berta Rosselli lo recibió el 9 de marzo de 1923.

 

En sus primeros años, Alfonso, que ocupó el tercer puesto entre cinco hijos, cursó la primaria y algunos años de bachillerato en el Colegio de Sugamuxi. Despunta la adolescencia, y se traslada a Bogotá para terminar los estudios secundarios, en el Colegio San Bartolomé La Merced.

 

Guiado por dos pasiones: la Economía y el Derecho, ingresa a la Pontificia Universidad Javeriana a cursar Ciencias Jurídicas y Económicas. Gracias a su tesis titulada Introducción a la historia económica de Colombia. Ensayo sobre la revolución colombiana, recibe, por aclamación, su grado de Doctor en Ciencias Jurídicas y Socioeconómicas.

 

En 1947, Alfonso Patiño, que hacía 24 años había sido privilegiado por Dios, empieza a hacerse acreedor de los honores y las dignidades que dan los hombres.

 

La Economía

Inicialmente incursionó en la Economía. Su primer cargo lo desempeñó en el Departamento Económico del Ministerio de Relaciones Exteriores. En ejercicio de ese trabajo, un día, el canciller Eduardo Zuleta Ángel preguntó a sus colaboradores: “¿Quién conoce de negociaciones de libre comercio? Hay un joven Patiño”, respondieron al unísono.

 

Zuleta llamó a su oficina a su futuro yerno: un joven tímido llamado Alfonso Patiño Roselli. A partir de ese instante, Patiño y Zuleta inician una indescriptible complicidad profesional.

 

Fue adscrito a la Delegación de Colombia a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Empleo, en La Habana (Cuba), y, más adelante, es nombrado Consejero de la Delegación de Colombia a la Conferencia de Annecy (Suiza), para la negociación del Acuerdo General de Tarifas y Comercio.

 

En una de las tantas visitas que realizaba a la casa del diplomático Eduardo Zuleta, conoció a María Cristina, su hija adolescente, con quien, años después, puso fin a su soltería.

 

Una sonrisa se dibuja en el rostro de María Cristina: “Entre más años pasan, más aprecio la inteligencia de Alfonso. Era un hombre sumamente educado y de una inteligencia superior. Quienes lo conocieron comparten esa descripción”. 

 

María Cristina y Alfonso compartieron su amor, admiración y matrimonio durante 17 años. Aunque no tuvieron hijos, los sobrinos de Alfonso, Hernando e Inés Elvira Cuéllar Patiño, huérfanos de padre y madre desde su infancia, fueron muy cercanos a la pareja.

 

Alfonso Patiño, encarnando a un destacado economista, también se desempeñó en esta área del saber como Secretario Económico de la Presidencia de la República, miembro del primer Consejo Nacional de Planeación y Ministro de Hacienda.

 

Por encargo del Banco de la República, escribió, en 1981, una obra clásica de la Economía: La prosperidad a debe y la Gran Crisis 1925-1935. Fue comisionado por el mismo organismo para redactar la biografía de Esteban Jaramillo, el más grande hacendista colombiano. La obra estaba casi concluida, pero fue consumida por las mismas llamas que terminaron con la vida de Alfonso Patiño.

 

La política y la diplomacia

Otras dos ocupaciones tuvieron la fortuna de disfrutar de la inteligencia de este sogamoseño: la política y la vida diplomática. Fue Gobernador del Departamento de Boyacá, Representante a la Cámara y Senador de la República.

 

El listado de cargos diplomáticos que ocupó es extenso, entre ellos, Ministro Plenipotenciario de la Embajada de Colombia en Washington, Embajador Alterno y posteriormente jefe de la Misión Permanente de Colombia ante la ONU, Presidente del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y Embajador de Colombia ante el Gobierno del Uruguay.

 

Eso explica, en parte, la pasión que sintió por los viajes. “Le encantaba pasear, no importaba el sitio: podía ser a la vuelta de la esquina”, asegura María Cristina, al tiempo que recuerda unos elementos imprescindibles en su equipaje: varios libros, que alternaba entre sí. “En los veraneos, causaba admiración ver a Alfonso sentado al lado de una piscina disfrutando de un buen libro”. Leía durante varias horas y luego se integraba a la vida social.

 

Leía y escribía. Fue colaborador de los diarios La República y El Siglo. Entre 1976 y 1983, ejerció como miembro del Consejo de Redacción de la Revista Guión y columnista permanente. “Como periodista, el recuerdo de Alfonso Patiño es el del compañero y colaborador ideal, puntual como ninguno en los cierres para dejar sus cuartillas precisas en extensión, incisivas en el análisis y matizadas siempre por el humor que caracterizaba su fino espíritu”. Así lo recordó Juan Carlos Pastrana, el entonces Presidente del Consejo Editorial de esa publicación, días después de su muerte.

 

Dejó una huella bibliográfica de gran calidad intelectual: Comentarios sobre el libro ‘Prosperity without inflation’, Memoria de Hacienda 1971, La prosperidad a debe y la Gran Crisis 1925-1935 y Augusto Ramírez Moreno, Obras selectas, entre otros.

 

Su llegada a la Corte Suprema

Su impecable hoja de vida fue la llave que le abrió las puertas del Palacio de Justicia. No había ocupado cargos en la Rama Judicial, pero su reconocida trayectoria fue suficiente para ser elegido magistrado de la Sala Constitucional, el 24 de noviembre de 1983.

 

Como buen escritor, era un estudioso de la exquisitez de la lengua. Admirador de sus colegas de la Corte Suprema, habitualmente le comentaba a María Cristina la excelencia académica, profesional y personal de sus compañeros: “Recuerdo que destacaba especialmente a los doctores José Eduardo Gnecco y Manuel Enrique Daza. Decía que era un deleite leer sus ponencias, porque el manejo del idioma era tan puro, que no dejaba dudas”.

 

“A medida que pasan los años, va creciendo en uno el orgullo de ser de Sogamoso, de haber nacido en esta ciudad altiva y generosa”. Patiño adoraba a Boyacá, y Boyacá adoraba a Patiño. La principal biblioteca de Tunja, la del Banco de la República, así como un barrio y el coliseo deportivo de Sogamoso llevan el nombre Alfonso y el apellido Patiño. Un retrato suyo adorna uno de los despachos del Ministerio de Hacienda, al lado de los principales hacendistas del país.

 

En vida y después de ella, los hombres le dieron a Alfonso Patiño los honores y las dignidades. Pero otro puñado de ellos le quitó, el 6 de noviembre de 1985, la posibilidad de seguir disfrutando el privilegio que Dios le dio durante 62 años: ser sogamoseño.

 

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