‘Antitrust’ espacial: monopolios en órbita, concentración desde el cielo
Como ocurrió con la revolución digital, corremos el riesgo de llegar tarde. El ‘antitrust’ espacial es la nueva frontera para pensar soberanía tecnológica.
04 de Abril de 2025
Mauricio Velandia
Profesor de la universidades Externado y Nacional de Colombia
Mientras seguimos discutiendo el poder de las plataformas digitales, lo cual nunca fue investigado en Colombia no obstante denuncias presentadas, una nueva forma de concentración se consolida por encima de nuestras cabezas. El espacio ya no es una promesa tecnológica, es un mercado en expansión. No cabe duda que quien domine ese mercado, dominará la infraestructura de poder del siglo XXI. Allá se combinará tecnología, comunicaciones, robótica e inteligencia artificial (IA). Se requiere un derecho que defina reglas de libre mercado en el espacio.
La historia se repite, pero ahora a mayor altitud. Como ocurrió con la colonización terrestre, la conquista espacial está desarrollándose mediante alianzas entre gobiernos poderosos y élites privadas con capital acumulado. Actualmente hablamos de una estructura de mercado en curso, encabezada por tres millonarios con proyectos espaciales: Elon Musk (SpaceX y Starlink), Jeff Bezos (Blue Origin y Project Kuiper), Richard Branson (Virgin Galactic). Estos actores han logrado desplazar a las agencias espaciales como protagonistas únicos, y establecer modelos mixtos público-privados para acceder, poblar y explotar la órbita terrestre baja. Sin embargo, China, India, Rusia, Japón y un bloque europeo tienen planes para el 2025 a fin de avanzar. Hace unos días, Trump indicó que le gustaría mucho que Musk pusiera un estadounidense en Marte durante su mandato. Actualmente, Musk lanza tres viajes semanales al espacio. China dice que aterrizará en la luna en 2030.
Monopolios, oligopolios y concentración desde el cielo
En el espacio ya se abren silenciosamente nuevos mercados relevantes: (i) infraestructura de conectividad en órbita; (ii) constelaciones de satélites para proveer internet (Starlink, Kuiper, OneWeb); (iii) transporte espacial: cohetes, lanzadores, y logística orbital; (iv) geolocalización y servicios de datos: observación terrestre, recolección y comercialización de información satelital; (iv) servicios futuros: turismo espacial, minería lunar, estaciones privadas.
En todos estos mercados, la tendencia es altas barreras de entrada, integración vertical, y economías de escala aplastantes. Una empresa que ya tiene infraestructura en órbita puede excluir a nuevas entrantes no solo por precios, sino por control del acceso físico a la órbita, a las frecuencias y a las licencias internacionales. Por lo menos tienen posición de dominio en los términos que se conocen en la Tierra.
¿Puede una empresa lanzar satélites, prestar internet, recolectar datos, venderlos y además controlar el tráfico orbital? Hoy, no solo puede. Lo está haciendo. Sin perjuicio de que Musk hace unos días fue y rescató a unos astronautas que estaban embolatados.
Lo que está en juego no es solo quién va al espacio, sino quién regula, quién excluye y quién factura desde allá. Los primeros en llegar no solo obtienen ventaja tecnológica, sino derechos orbitales, acceso prioritario al espectro radioeléctrico y reconocimiento internacional como operadores de referencia.
Los costos marginales decrecen con cada lanzamiento, y las economías de escala convierten el monopolio en eficiencia aparente. La concentración se justifica como innovación. Pero, en la práctica, se consolidan oligopolios globales invisibles a la regulación local. Ya no basta con evaluar cuotas de mercado sobre la Tierra: el derecho de la competencia debe repensar su medición cuando el mercado está en órbita. Comienzan a aparecer preguntas: ¿cómo definir dominancia si el territorio de operación no está bajo soberanía nacional?, ¿cómo garantizar acceso equitativo si la infraestructura está en el cielo, y es privada? ¿cada planeta será un mercado relevante en consecuencia de un régimen autoritario en cada territorio espacial?
El antitrust del futuro ya empezó (‘Antitrust 4.0’)
No podemos seguir aplicando esquemas del siglo XX a problemas del siglo XXI. El control de los cielos no es solo una cuestión de cohetes: es de acceso, exclusión, interoperabilidad, estándares y transparencia. Y ese control se está consolidando a través de estructuras privadas con poder de mercado global, sin fiscalización real.
El derecho de la competencia debe avanzar: (i) incorporar la dimensión espacial como nueva categoría de análisis; (ii) exigir interoperabilidad en infraestructuras satelitales; (iii) establecer normas de acceso justo al espacio y a los datos orbitales; (iv) coordinar con agencias internacionales para frenar la consolidación de monopolios cósmicos; (v) moneda (cripto); (vi) segmentación de mercados relevantes y (vii) autoridad de competencia mundial.
¿Y América Latina?
En este nuevo orden orbital, América Latina no aparece ni como jugador, ni como regulador, ni como observador calificado. Y lo más grave: no están participando del debate jurídico internacional sobre las reglas del juego en el espacio.
Como ocurrió con la revolución digital, corremos el riesgo de llegar tarde. El antitrust espacial es la nueva frontera para pensar soberanía tecnológica, y al lado estará la protección del consumidor orbital, propiedad intelectual en el espacio, acceso abierto al conocimiento y neutralidad de infraestructura.
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