Las presiones por la calidad en la educación superior
07 de Junio de 2022
La calidad en la educación es un concepto móvil, que tiene un largo debate en el que se incluyen desde las posiciones aristotélicas del qualitas –lo que es en sí mismo–, que alude a la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, hasta las nociones de la calidad que emergen en la literatura de la administración y negocios enfocadas en la producción de resultados con cero defectos y satisfacción del cliente –o stakeholders– con el cumplimiento de una promesa de valor. Así mismo, tiene un marco jurídico en el que existe un sistema nacional de acreditación y una entidad –el Icfes– que tiene como misión evaluar la educación e investigar los factores que inciden en su calidad.
Como propone Jeimy Aristizábal, ex subdirectora de Estadísticas del Icfes y estudiante del Doctorado en Administración de la Universidad Externado de Colombia, la calidad es una función compleja de combinación de muchos recursos con los que se crean capacidades que agreguen valor, para que un estudiante que entre a la universidad con unos resultados bajos o medios en las pruebas Saber 11 salga con unos resultados superiores o muy superiores en las pruebas Saber Pro. Esto requiere interacción y creación de comunidades.
Recientemente, el columnista Germán Contreras argumentaba acertadamente cómo la experiencia cognitiva que se logra con la presencialidad genera un mejor aprendizaje y eso hace parte de nuestra idea de calidad. También está la calidad asociada al cumplimiento de las misiones –docencia, investigación y extensión–, en donde se puede constatar el grado en el que la universidad alcanza sus objetivos a través de diversas valoraciones que hacen diferentes grupos de interés.
Finalmente, creo que la calidad reside en que las personas sean capaces de hacer cosas, de resolver problemas, de aprovechar el fuego de Prometeo para tomar decisiones informadas, de tener posiciones críticas o de procurarse mejores condiciones. En este sentido, la calidad la asocio con la capacidad que ganan los estudiantes y los profesores para ser ciudadanos íntegros, con competencias para hacerles frente a los retos que significa construir un mejor futuro, con oportunidades para llevar una vida digna.
El problema que tenemos con la idea de calidad viene de la presión que ejercen los ranking y entidades como el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación que buscan que las universidades se acoplen y funcionen de acuerdo con su modelo de medición. Desde hace un tiempo, he visto cómo proliferan los anuncios publicitarios que dicen: “Construye tu perfil como investigador con tus artículos publicados en revistas indexadas y bases de datos como Scopus, Redalyc y Web of Science”. No solo se oferta la elaboración de trabajos y tesis a los estudiantes (que, para el grado de doctor, oscila en 10 millones), sino que, adicional al riesgo de las revistas depredadoras y a los carteles del plagio, aparece un mercado negro en el que profesores pagan para que les hagan sus artículos.
Estamos entrando en una ciencia posfáustica, donde se le vende el alma al diablo por obtener, ya no conocimiento, sino indicadores para inflar hojas de vida, llenar requisitos para subir salarios y ascender en los ranking. Es urgente una cruzada por la ética de la ciencia, donde tengamos como sociedad la capacidad de mitigar los riesgos que afectan la calidad de la educación superior.
Luis Antonio Orozco, Ph. D., profesor titular de la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad Externado de Colombia
Opina, Comenta