Opinión / Ámbito del lector
Asamblea constituyente: ¿“llave de la paz”?
16 de Abril de 2015
El último punto del acuerdo general para la terminación del conflicto hace referencia a los mecanismos de “refrendación” del documento final que suscriban las partes en La Habana. En medio de la discusión sobre esta refrendación, la guerrilla ha insistido en la convocatoria de una asamblea constituyente que constitucionalice los acuerdos, mientras que el presidente Santos se ha negado a dicha posibilidad y Humberto de la Calle ha hecho un llamado a la “creatividad” y a la “astucia” constitucional, al advertir las dificultades que puede traer una “refrendación” mediante referendo o consulta popular, las opciones más sonadas.
Estas dificultades pueden hacer referencia a la compleja instrumentalización del referendo o a la prohibición legal de realizar una consulta popular que modifique la Constitución. Independientemente de los problemas que enfrenten estos dos mecanismos de participación, cada una de las demás posibilidades (entre las que se tiene el plebiscito, la “séptima papeleta” del santismo e, incluso, el “congresito” del uribismo) tiene sus complicaciones, por lo que sigue sin verse una fórmula ideal. A lo anterior cabe sumarle la incertidumbre sobre el posible resultado de la refrendación. En este contexto es que debe entenderse el llamado a la creatividad que ha hecho Humberto de la Calle. Ahora bien: creo que sea cual sea la solución que halle el Gobierno, es importante que se mantenga firme en su posición de no convocar a una constituyente.
La guerrilla dice que el producto de la constituyente será el verdadero “tratado de paz justo y vinculante, que funde nuestra reconciliación y rija el destino de la nación colombiana”. El “tratado de paz” no será, pues, el documento suscrito en Cuba, sino una Constitución. Esta idea de la Constitución como pacto de paz no es del todo ajena al constitucionalismo colombiano. En el 91, según Julieta Lemaitre, la constituyente se presentó como un “espacio de paz” y la Constitución como su “pacto fundacional”: “quizá la palabra paz y su invocación fueran el sentimiento más reiterado de la Constituyente”, escribe. Era un escenario de “paz política” porque buscaba integrar a los grupos insurgentes: en la Constituyente se “consolidó” la desmovilización del M-19 y fue un “espacio fundamental” para la paz con el Quintín Lame, el EPL y el PRT.
Pese a este sentimiento reiterado, los años que siguieron a la nueva Constitución son de los más violentos que ha vivido el país, mostrándonos que la paz difícilmente vendrá de la mano de una nueva constituyente, como pretenden los guerrilleros. Ya decía Hernando Valencia Villa que el propósito del derecho no es lograr la paz, sino ritualizar los conflictos presentes en el transcurrir social, de manera que los actores enfrentados tengan cómo desplegar y replegar sus armas de ataque y defensa, sin recurrir a formas violentas. El derecho sería legítimo en la medida en que permita que los nuevos actores sociales canalicen su agresividad a través de las formas rituales que este provee.
La Constitución actual, al ser tremendamente garantista, admite y promueve la coexistencia de visiones de mundo diametralmente opuestas. Y el orden jurídico creado a su amparo es legítimo en la medida en que posibilita que diversos actores propongan y ejecuten su visión de mundo. A esto se le puede sumar el riesgo de que la nueva Constitución recorte libertades, al ser la constituyente una “caja de Pandora”, como ya lo han señalado otros.
No hay por qué acabar con la Constitución del 91, que recordemos fue construida de manera democrática, algo que no estaría asegurado hoy, con la exigencia de la guerrilla de entrar a la constituyente con curules fijas. Ya en el 90 exigieron tener la mitad de los puestos en la Constituyente, sin siquiera desmovilizarse. Hoy su propuesta es algo más moderada, y sin embargo, tras las dos se esconde un deseo de hegemonía revolucionaria que resulta inaceptable. Frente a este deseo de las Farc, hay una concepción de la democracia como la corrección diaria del rumbo, con pequeñas batallas rituales que no cierran (sino que más bien abren) la posibilidad de que existan visiones contrapuestas. Creo yo que con una constituyente –la “llave de la paz”, para los guerrilleros– no corregiríamos el rumbo, nos iríamos hacia atrás.
Jorge Alejandro Cárdenas
Estudiante de Derecho Universidad de los Andes
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