Se volvió viral: reflexión sobre el uso del lenguaje
23 de Abril de 2020
“Viral” es un adjetivo que viene del vocablo “virus”, para significar que algo se propaga como un virus. En efecto, una cámara fotográfica y de video incrustados en celular es suficiente para captar imágenes en cualquier momento y lugar. Y cuando al autor de esas imágenes le parecen graciosas o le producen morbo, con fervor y ansiedad, las sube a las redes y allí empieza un proceso de expansión orbital que le produce una inusitada sensación de felicidad. Es allí cuando los medios hacen lo suyo: se encargan de difundir aún más esos contenidos bajo el lema de que tal o cual imagen fija o en movimiento “se volvió viral”, y lo hacen con un tono emocionado.
Y entre más visitas tengan esas imágenes en las redes sociales es mayor el grado sensacionalista de quien las produce y reproduce. Todo esto ha conducido a una ansiedad colectiva por emitir mensajes con ambición mediática, quizá para conseguir fama, o quién sabe qué otra sensación, no importa que la imagen sea la de la mascota graciosa, o la del bebé que hace una pilatuna, o de fenómenos horrendos como un atraco a una persona o establecimiento comercial, o de un accidente automovilístico, ya de incendios criminales y cuanto siniestro pueda acontecer en el mundo fenomenológico.
Así que nosotros mismos somos y seguimos siendo infortunados al ser los encargados de hacer todo “viral”, hasta que llegó el verdadero “virus” global que tiene sumido en una nueva realidad al reino animal al que llamamos “hombre”. La expresión “se volvió viral” ha tenido tanto poder que se convirtió en lo que verdaderamente significa “virus”: un microorganismo muy simple que infecta células y puede causar enfermedades. En otras palabras, tantos trillones de veces se habrán replicado en el planeta esa frase, que terminó atrayendo la nanométrica partícula de la que ahora nos dolemos.
Lo que quiero destacar es el poder de la palabra. Esa palabrita de cinco letras que hicimos circular de manera repetitiva y quizá alegre por el universo produjo el efecto subliminal que se transmite cuando proferimos una expresión hablada o escrita. Es lo que se denomina “el poder de la palabra”. La palabra es atracción y genera el efecto que se persigue con ella bajo el significado que el mismo hombre le ha asignado. Por eso no debemos pronunciar o escribir mensajes que contengan tropos como el oxímoron, porque podríamos estar atrayendo el fenómeno negativo que él encierra y que nuestra intencionalidad no quiere transmitir o que lo hace de manera ingenua.
“La palabra es una forma de energía vital”, según enseña el científico madrileño Mario Alonso Puig y agrega: “Cuando nuestro cerebro da un significado a algo, nosotros lo vivimos como la absoluta realidad, sin ser conscientes de que solo es una interpretación de la realidad”. Esa realidad planetaria de hoy es la que hemos atraído con la palabra, con su poder. Por eso él pide cambiar de “hábitos de pensamiento” y entrenar “su integridad honrando su propia palabra...”
Así, por ejemplo, “siento envidia de la buena”, “el amor debe volverse viral”, “como te quiero te aporreo” y muchas más de ese estilo, lo que buscan es que se realice la acción negativa que conforma el mensaje. Nunca o casi nunca se obtiene el mensaje positivo, siempre o casi siempre es el negativo. Así que debemos erradicar de nuestro lenguaje ese tipo de expresiones y no atraer fenómenos no queridos. Y es que ninguna “envidia” puede ser buena; o el amor no debe ser un virus o el amar no puede ser a través de maltrato; deben reconducirse esas locuciones diciendo, por ejemplo: “¡Te admiro!”, “el amor debe multiplicarse”, o “como te quiero te acaricio”, etc.
Este es un amable llamado a los medios de comunicación para que no vuelvan a emitir mensajes que aparejen connotaciones negativas, porque, a decir verdad, están atrayendo, sin pretenderlo, la adversidad que ellos encierran y que los receptores no queremos ni estamos dispuestos a sufrir. De allí que ojalá esta rogativa sea transmitida de manera exponencial y no de la forma aquí reprochada con la que empecé estas líneas y que no debo volver a pronunciar.
Miguel Alfredo Ledesma Chavarro, abogado y especialista en Derecho Penal y Criminología, docente universitario
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