Personaje
El imperio jurídico de Marco Gerardo Monroy Cabra
13 de Junio de 2011
Roberto Gordillo
Redactor Ámbito Jurídico
Japón. El Imperio del Sol Naciente. El país insignia de la disciplina. De las imbatibles infraestructuras antisísmicas. En una ocasión, el embajador del Japón en Colombia le dijo a Marco Gerardo Monroy Cabra que él era un bogotano con alma y cultura japonesa. Se refería a que la luz imperial de su vida era la disciplina.
Sismorresistente. El edificio en el que vive debe estar construido con los más altos estándares de la sismo resistencia japonesa, para que pueda resistir el peso del centenar de condecoraciones que cuelgan de las paredes de su apartamento, entre diplomas, medallas, cruces y distinciones de distintas partes del mundo, todas muy bien enmarcadas o resguardadas en estantes de madera y vidrio, sin contar las que tiene archivadas por falta de espacio en las paredes.
Biblioteca. Vecinos de sus galardones son sus miles de libros. La dedicación de Monroy Cabra se ha cultivado en uno de sus templos favoritos: la biblioteca. En el mundo de sus libros personales hay de todo: Historia, Ciencia Política, Literatura, aunque los mayores habitantes son los textos jurídicos, de todas las dinastías en las que se ha ramificado el Derecho contemporáneo.
Destino. En su templo, 39 de esos libros son de su autoría. Parte de su estricto método de vida ha estado enfocado en la formación jurídica. Prolífico autor de textos jurídicos, Monroy Cabra demuestra con su obra ser parte de una generación de abogados que se especializaba en todo el Derecho. Ha escrito libros de Derecho de Familia, Internacional Público, Internacional Privado, Penal Internacional, Constitucional, Procesal, derechos humanos, introducción al Derecho, arbitraje, y la lista sigue. ¿Hay otro abogado colombiano que lo supere? Sus amigos dudan que exista. Si hay algo por lo que a Monroy Cabra se le reconozca en el país y en el extranjero es por ser el compañero de viaje de miles de estudiantes de Derecho a lo largo de sus carreras.
Origen. Él le atribuye tanto juicio académico a la genética. Así nació, hace 70 años, en Bogotá. Así de dedicado al estudio fue, desde su primaria, en el colegio Agustiniano. Como también lo fue en sus estudios de jurisprudencia en la Universidad del Rosario y en sus especializaciones posteriores. Fue el primero, el de las notas más sobresalientes. Siempre. Por algo, su alma mater le hizo el mayor reconocimiento a uno de sus alumnos: lo distinguió como colegial mayor y, años después, como Decano de la Facultad de Jurisprudencia.
Vocación. Es probable que las vocaciones también sean genéticas y que vocación y constancia sean parientes cercanas. Y han sido estas las que lo encumbraron en los cargos más altos a los que puede aspirar cualquier abogado: ministro plenipotenciario ante la OEA, consultor de gobiernos internacionales, docente de varias universidades en pregrado y posgrado, presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, magistrado del Tribunal Andino de Justicia, del Tribunal Disciplinario y de la Corte Constitucional y, como ocurre con su catálogo bibliográfico, la lista continúa.
Paréntesis. Monroy Cabra es fanático del fútbol y furibundo hincha de Millonarios.
El poder. En el santuario de su biblioteca, junto a sus habitantes principales, los libros y las condecoraciones, muestra orgulloso unas fotos de él al lado de los presidentes de Colombia de las últimas décadas. Uribe, Pastrana, Samper, Barco, Betancur y Turbay. En cócteles. En posesiones. ¿Amante del poder? No. ¿Un entusiasta de la política? Tampoco. La considera sucia. Entonces, ¿qué hace tan cerca del poder? Él nunca lo buscó. Han sido los políticos los que lo buscaban a él, para ofrecerle cargos y honores. El poder necesita del conocimiento, la sabiduría y la experiencia, y eso era lo que buscaban en Monroy. Y siempre encontraron eso, sin ningún compromiso político de su parte. Toda la vida se la ha llevado bien con liberales, conservadores y militantes de izquierda.
Ideología. Al disciplinado le achacan fama de conservador. Y es verdad: le gusta ser conservador, porque cree en el orden y la autoridad. Su disciplina también tiene un fundamento ideológico. Es católico fervoroso. Por algo, la mención que más lo enorgullece es la que le otorgó la Santa Sede, de manos de Juan Pablo II: la Orden de Caballero Comendador de San Gregorio Magno, que le concede el derecho a usar unas insignias especiales dentro del Vaticano. Pero no es un conservador militante ni fanático. Tiene su vena liberal y social. Por su paso como magistrado de la Corte Constitucional se revela bien su punto de equilibrio: así como siempre se opuso a la despenalización del aborto, muchas de sus sentencias fueron favorables a los derechos de las uniones gay y de un corte social y progresista. La gente que lo conoció en la Corte lo ratifica: es un jurista del centro, y muy tolerante.
Experiencia. Fue su trabajo en el campo de los derechos humanos, en la época de las dictaduras latinoamericanas, la que le ratificó su creencia en la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas. Conoció de cerca las tragedias de dictaduras como la chilena, la argentina, la haitiana y la nicaragüense, y de ellas aprendió el respeto absoluto a la vida humana y a las diferencias. Es uno de los pocos de su generación que alaba y defiende la Constitución de 1991, por haber abierto al país a la diversidad y a la tolerancia.
Amor. Hasta para la máxima de las pasiones ha sido un hombre de disciplina. Su esposa, hace 42 años, lo conoció en una fiesta y se enamoró de él a primera vista, no por su baile, sino por su seriedad y rectitud. Luego fue su alumna, y entre más “corchador” era su profesor Monroy, más se enamoraba. Él dice que siempre ha estado profundamente enamorado de ella. Hasta para la preservación del amor se requiere del tesón marca Monroy Cabra.
Tecnología. Reconoce su admiración y cercanía con la cultura japonesa. Se la lleva bien con la tecnología. Lee libros de filosofía y economía en su Kindle. Anda “engomado” con el iPad que le trajo su hijo de EE UU. Con moderación, disfruta del celular. Maneja a la perfección los programas de su computador y su correo personal.
Hoy. Conserva la timidez y seriedad de siempre, que lo hace un hombre de pocas palabras y respuestas cortas. Continúa lejano de las cámaras, los flashes, las pantallas y la figuración mediática que siempre esquivó. Y sigue cultivando su vocación jurídica y sintiéndose un disciplinado bogotano al que un día le dijeron que parecía japonés.
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