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Actualizado hace 5 horas | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


Temor al celular y a las tabletas

28 de Septiembre de 2016

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Antonio Vélez M.

 

Somos conservadores a ultranza. Unas veces por temor a lo nuevo, o por la pereza que nos produce desaprender lo viejo y aprender lo nuevo; otras veces por envidia o celos de aquellos que dominan el nuevo campo. O nos avergonzamos cuando un niño, que poco sabe de la vida, nos supera ampliamente cuando de operar una tableta digitalizadora (tablet) se trata. En fin, esas debilidades son parte del amplio conjunto de defectos que nos acompaña.

 

Lo nuevo siempre ha sido recibido con rechazo, especialmente por los mayores. Hace más de 2500 años, Sócrates, dotado de una inteligencia superior, se opuso a la difusión de la escritura: alegaba que era un instrumento que socavaría la sabiduría y la memoria. Por eso nunca escribió. Unos 4000 años después, Johannes Gutenberg construyó la primera imprenta, un momento estelar de la cultura humana, pero… producía libros, “objetos peligrosos” y, ante todo, les dañaba a muchos monjes el negocio de la copia manual de los escasos libros de la época. Así se quejaron: “Las imprentas reproducen sin ningún pudor, y a costes ínfimos, materiales que, ¡ay!, podrían enardecer a los jóvenes más impresionables”. Y… profecía cumplida, hoy los jóvenes, enardecidos, lo agradecen.

 

Se oyeron voces temerosas a raíz de la llegada de la radio, acusada de distraer a los niños de sus tareas escolares. En 1906, en Massachusetts se transmitió la primera señal de audio de la historia. Se trató de la canción O Holy Night y de un pasaje de la Biblia. Más adelante, cuando la radio era ya común en los hogares, una revista especializada denunciaba que la juventud había “tomado por costumbre dividir su atención entre la ejecución rutinaria de sus deberes escolares y el acuciante estímulo del altavoz”. Y cuando se montó un receptor de radio por primera vez en un automóvil, más de uno se opuso alegando que era un peligro, pues ¿cómo un chofer podía atender a dos señores a la vez: concentrase en lo que la radio dice y en los detalles que encuentra en su ruta?

 

Pocas tecnologías han logrado penetrar en la sociedad humana como lo han hecho los teléfonos celulares, las tabletas y los computadores portátiles. El tamaño de estos dispositivos permite que los pequeños los manipulen sin problemas. Además, aprenden con una velocidad sorprendente. Y el atractivo es grande y variado: juegos, videos, fotografías, amén de la simple comunicación.

 

El teléfono celular es la obsesión de la juventud. Con ellos juegan cuando están desocupados, miran fotografías, y con los amigos chatean, tuitean, wasapean. La comunicación puede ser el imán mayor de ese pequeño aparato. Quizás estemos descubriendo una característica bien humana: estar intercomunicados es una necesidad imperiosa.

 

Las consecuencias del uso prolongado de los dispositivos electrónicos no están todavía claras. La Asociación Americana de Pediatría recomienda que no se permita su uso a niños menores de dos años y, para los demás, recomienda restringir su uso. Existe preocupación, pero hay mucha gente en el mundo que no le teme al pequeño enemigo electrónico. Alegan estos, por ejemplo, que los niños de ahora dan un coeficiente intelectual mucho mayor que los de antaño. Tampoco los temerosos tienen en cuenta algunos beneficios que se derivan de escribir con frecuencia, de ver y oír cosas que están ocurriendo en el planeta y que los niños sin tecnología no tenían la oportunidad de experimentar. La verdad es que la electrónica ha enriquecido el mundo que habitamos.

 

Los jóvenes ahora van a tener menos conocimiento que los de antes, solo lo esencial, lo demás lo consultan al instante en la red; pero actualizado día a día, más seguro. La tendencia es que solo portaremos el conocimiento esencial, pues los infinitos detalles, lo secundario, lo encontramos al instante y a la distancia de un clic. El sabio de antaño tenía muchos conocimientos, pero incompletos, perecederos, sin actualización permanente, que necesariamente se envejecían.

 

Esperemos: solo el tiempo, juez inexorable, nos dirá, sin equivocarnos, si vamos o no por el camino indicado. Tal vez descubramos que la juventud está mezclando la inteligencia natural con la artificial y tendremos una raza humana más inteligente y creativa, que combina simbióticamente el cerebro natural con el artificial.

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