19 de Agosto de 2024 /
Actualizado hace 2 días | ISSN: 2805-6396

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Crítica literaria


Lucia Berlin: ‘Manual para mujeres de la Limpieza’

17 de Agosto de 2016

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

Las fotos muestran a Lucia Berlin como una mujer bella de ojos azules. Era una gringa, como la llamaron en Chile y México, donde vivió. Muy alta, tenía una desviación de la columna, una escoliosis: una verdadera joroba; se casó tres veces, tuvo cuatro hijos, fue alcohólica y ha escrito algunos de los cuentos más intensos, perturbadores y llenos de humor e ingenio.

 

Nació en 1936 y falleció en el 2004, el día de su cumpleaños. Al final, paseaba con su tanque de oxígeno como si fuera un caniche y las cosas que recuerda son de este estilo: llama a su abuela a decirle que llevan al abuelo en ambulancia al hospital. ¿Podrías parar por el camino y comprarme unos plátanos? Es su respuesta.

 

Expulsada de colegios católicos por ser protestante, compartió con su padre el mundo de las minas y luego en Chile, donde sugiere que era miembro de la CIA, pasó de las fiestas en sociedad con gente de la embajada norteamericana, a visitar el vertedero de la ciudad y un orfanato donde leyó toscos afiches contra el imperialismo y padeció confrontaciones contra su maestra progresista, profesora gringa que enseñaba historia de EE UU y quien confiaba que un almuerzo los sábados, a los desharrapados, contribuiría a su redención.

 

Pero los más certeros relatos tienen que ver con su autobiografía: telefonista en consultorios médicos con toda la complejidad de relaciones con el doctor y los pacientes; curas de desintoxicación; estudiante en la Universidad de Nuevo México y escritora residente en la Universidad de Boulder, Colorado; estadías en la cárcel, donde participó en talleres literarios y mantuvo en forma activa su vocación literaria; y esos matrimonios con artistas y músicos destacados que la llevarán a Nueva York, donde conoce a la célebre poeta Denise Levertov.

 

Pero lo que quizás le permite explorar su juventud, traumas y conflictos es cuando debe acompañar a su hermana enferma y salen a flote tanto las envidias como la complicidad en la camaradería: el repasar viejas historias, como su encuentro erótico en el mar con un pescador mexicano.

 

Vida en estado puro y la inagotable fila de botellas, al hacer cola en las licorerías al comenzar el día, temblorosa y temerosa de un delirium tremens.

 

Su tono está presente en forma demoledora. Así recuerda a su madre: “Hagas lo que hagas, no procrees. Y que si era tan idiota para casarme alguna vez, me asegurara de elegir un hombre rico que me adorara. ‘Nunca jamás te cases por amor. Si amas a un hombre, querrás estar siempre a su lado, complacerlo, hacer cosas por él. Le preguntarás: ‘¿Dónde has estado?’ o ‘¿En qué has estado pensando?’ o ‘¿Me quieres?’. Así que acabará pegándote. O saldrá a por cigarrillos y no volverá” (p. 327).

 

Una revelación sorprendente, con la intensidad y el coraje de un escalpelo, que no solo atraviesa la carne, sino también el espíritu. Ha recorrido así todo el espectro social de EE UU, sus paisajes, el choque con la cultura mexicana desde lo precolombino hasta hoy y pulió sus diálogos y la vida de las pequeñas poblaciones con todo el espesor de sus dramas humanos y de gentes venidas de todo el planeta.

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