Curiosidades y…
Hijos adoptivos
24 de Agosto de 2012
Antonio Vélez |
A cualquier sitio donde vayas, los padrastros están asociados con abuso sexual, abandono y maltrato, en tasas mucho más altas que las correspondientes a los padres legítimos. Al faltar tantas veces la relación temprana entre padrastros e hijos adoptivos, la consecuencia es fácil de anticipar: no hay tendencia natural a realizar sacrificios filiales, pues los hijastros son competidores directos de los hijos propios. Esto se traduce en falta de sentimientos afectivos por aquellos. Contrasta lo anterior con el tratamiento abnegado y generoso que los padres legítimos dan a sus hijos.
Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, anualmente se atienden varios miles de casos que tienen que ver con la relación conflictiva entre padrastros e hijastros. En su mayoría, tales casos se refieren a maltrato físico o moral, violación o abandono. Recordemos que los niños son traviesos hasta límites insoportables. Por esto un bromista decía: “Para ser feliz, póngase fuera del alcance de los niños”.
Está bien documentado que el infanticidio recae generalmente sobre niños que no le pertenecen al homicida. Y no es un rasgo particular de la especie humana. En el mundo animal son variados los ejemplos: cuando en una manada de leones, el líder es remplazado por un advenedizo, la primera tarea que realiza es el asesinato masivo de los pequeños hijos del líder anterior. Este infanticidio despiadado se explica al saber que los hijos del macho depuesto son competidores directos, así que la mejor política “eugenésica” consiste en eliminarlos y abrir espacio para los hijos propios.
En suma, la adopción de niños, un acto generoso de los padres adoptivos, puede convertirse en un infierno para las dos partes. Por esto, la adopción tiene que ser bien reglamentada, y, ante todo, conviene utilizar los conocimientos que la sicología evolutiva ha revelado sobre la naturaleza humana. La primera regla, y la más esencial, es que la adopción debe hacerse con niños de tierna edad, pues mientras mayores sean estos, mayores serán las probabilidades de tener conflictos severos con los padres adoptivos. Y es que la convivencia temprana crea lazos afectivos definitivos, capaces de superar los inevitables conflictos, y ocurre de manera independiente de los vínculos genéticos, ya que nuestro sistema emocional no sabe de genes, y el hecho de no compartirlos con los padres poco importa: el afecto crece y se desarrolla al crecer el niño, y termina olvidándose el origen. Similar a lo que ocurre con el lenguaje, el afecto mutuo a prueba de roces solo se aprende temprano.
Cabe aquí señalar otras ventajas de adoptar tempranamente: la sonrisa de un bebé es tan cautivante que puede superar el efecto negativo creado por su llanto desesperante; más aún, la cara redondeada y el cuerpo regordete, como ocurre con las muñecas, inspiran ternura y evitan que un padre enfurecido golpee al inocente. Son diseños de natura a prueba de golpes. Además, la convivencia temprana rompe la atracción sexual, lo que se convierte en un seguro natural contra las tentaciones nocturnas hogareñas.
La guía para nuestros sentimientos filiales es el hecho de pertenecer desde niños al mismo hogar, y no los genes, así que aunque un padre llegase a descubrir que su ADN no concuerda con el de su supuesto hijo, la relación afectiva paternal no cambiará. Cuando dos adultos descubren que por error fueron intercambiados en la clínica después de nacer, y tienen la oportunidad de corregir el error (ocurrió recientemente en Bogotá), prefieren seguir conviviendo con sus padres de crianza y no con los legítimos, pues el vínculo emocional ya se ha creado, y es bastante sólido.
Como demostración de lo decisivo que es adoptar a tierna edad, recuérdese que los lazos afectivos se crean también con los perros cuando estos se reciben cachorritos, y que terminan siendo tratados como hermanos de sangre.
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