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Doxa y Logos


El perdón y su genealogía religiosa

El perdón se trata de perdonar lo imperdonable, de perdonar aquello que no se puede perdonar, porque no se puede olvidar.
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07 de Julio de 2015

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NICOLÁS PARRA

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah 

 

En el contexto de los diálogos de paz en la Habana, mucho se ha hablado sobre el perdón: en ocasiones se asimila el perdón a un olvido —que es inaceptable desde un punto de vista ético y jurídico—, o en otras se resalta la importancia que tendrá el perdón en un eventual posconflicto y en los procesos de reconciliación. Poco se ha dicho en esas oportunidades de la genealogía del perdón y cómo la tradición cristiana ha naturalizado una noción del concepto poco acertada para pensar procesos de justicia transicional como el colombiano.

 

El filósofo Jacques Derrida sostuvo atinadamente que el concepto del perdón que hemos heredado de la tradición “abrahámica” —o llamémosla judeocristiana— tiene una naturaleza bicéfala que dificulta su ejercicio, pues oscila entre un perdón que solo merece aquel que ha transformado su conciencia a partir del arrepentimiento y un perdón incondicionado, una especie de regalo divino que olvida, un borrón de lo ocurrido en el pasado o una posibilidad de comienzo sin memoria. 

 

Esta naturaleza dual del perdón se manifiesta en el contexto católico actual de manera muy acentuada. En la Bula de convocación del jubileo extraordinario del pasado 11 de abril (Misericordiae Vultus), el Papa Francisco comunicó a la comunidad religiosa que la Iglesia Católica iba a abrir las puertas de la misericordia permitiendo que los fieles fueran perdonados por pecados que, como el aborto, implicaban la excomulgación. Su discurso era una espada de doble filo: exigía el arrepentimiento y un cambio de conciencia por parte del pecador, pero también promulgaba que el perdón de Dios no tenía límites ni condiciones.

 

Esta ventana de misericordia de la iglesia ejemplifica cuál es la noción de perdón que utilizamos en nuestro discurso político y moral: es un perdón que exige, por una parte, asumir un verdadero arrepentimiento, una transformación de la conciencia y una aceptación de Dios, como lo señaló en una entrevista monseñor Héctor Gutiérrez Pabón[1] y, por otro, aparenta ser un regalo con el cual Dios responde al pecado con la plenitud del perdón, sin condicionamientos, con un ilimitado amor divino como si fuera un verdadero don.

 

Esta noción de perdón no solo es problemática, porque supone la idea de que únicamente será perdonado aquel que se transforme para ser alguien distinto del que pide la absolución, sino también porque parte de que el perdón es algo que se da de manera condicionada: “Serás perdonado si te conviertes” o “Solo si te arrepientes y trabajas tu conciencia, serás perdonado”. En pocas palabras, esta comprensión del perdón exige una metamorfosis del perdonado para reconstruir una nueva noción de comunidad con aquel que perdona.

 

Por otra parte, en el dogma religioso y en la mencionada Bula papal, se ha sostenido que la misericordia de Dios no tiene límites, que el perdón es incondicionado, como en ciertas interpretaciones de la parábola bíblica (Lucas 15, 11-32), en la cual el hijo pródigo es recibido como si no hubiera hecho nada, como si el padre hubiera olvidado los actos transgresores. En este sentido, el perdón es algo que se da sin obtener nada a cambio y evoca una suerte de olvido del acto transgresor.

 

La comprensión judeocristiana del perdón desafortunadamente se ha sedimentado en nuestra manera de cómo lo concebimos y cómo nos referimos a él en procesos de transición. No se trata de creer que perdonar es olvidar aquella acción del otro que ha vulnerado el tejido social o mi identidad, ni de condicionar el acto del perdón a la transformación del que pide el perdón.

 

El perdón se trata de perdonar lo imperdonable, de perdonar aquello que no se puede perdonar, porque no se puede olvidar. Como lo anotó Derrida, perdonar consiste en “hacer lo imposible”. Desde el punto de vista del que perdona, se trata de dar el perdón sin que se condicione a una transformación del carácter y de la conciencia del perdonado. Y desde el punto de vista del perdonado, se trata de reconocer y recordar la víctima a quien se despojó de su dignidad, pero que al reconocerla se la percibe de otra manera: como alguien digno.

 

Antes de descartar la pertinencia del perdón en los diálogos de paz y desecharlo como una categoría estéril, podemos más bien desandar los caminos que nos indican cómo esa categoría se ha naturalizado en nuestra visión del mundo y cómo esa naturalización nos ha llevado a entender el perdón, tal vez equivocadamente, como algo que le demanda al que perdona un olvido del crimen y al perdonado una metamorfosis que conlleva a una renuncia de sí mismo.

 

 

[1] Entrevista en RCN la Radio el 11 de mayo del 2015.

 

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