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Especial Educación Superior


Colombia clama por abogados formados con perspectiva moral y ética

25 de Mayo de 2016

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Julio Andrés Sampedro Arrubla, Ph. D.

Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana

 

El premio Nobel de Literatura Günter Grass escribió que “la raza humana nunca ha estado tan bien informada como ahora, que está abrumada con mensajes. Sin embargo, la injusticia está sucediendo ante nuestros ojos en muchos lugares del mundo”. En especial, a lo largo del siglo pasado y en específico a inicios del siglo XXI, nuestra sociedad ha sido impactada por el terrorismo global: desde los ataques terroristas el 11 de septiembre de 2001 hasta los recientes magnicidios en Europa reflejan una sociedad informada, vulnerable, despavorida e indiferente.

 

Vivimos en un mundo en el que las noticias a diario nos impactan con realidades violentas, y que a pesar de que cada vez la humanidad se concientiza más sobre la existencia y el contenido de los derechos humanos (DD HH), muchas veces se ignoran e, incluso, se violentan con más flagrancia.

 

En el caso colombiano, a lo largo de las últimas décadas, hemos sido testigos de las más graves violaciones a los DD HH y al derecho internacional humanitario, del incremento del número de víctimas del conflicto armado interno y de un sinsabor de impunidad que ha dejado en el olvido a las personas más violentadas y vulnerables. No obstante, muchas facultades de Derecho han dejado de largo la premisa de que a mayor conocimiento, mayor es la responsabilidad.

 

El país necesita de un reordenamiento sustancial de la conciencia moral de los nuevos abogados; gran reto que se ha olvidado aplicar durante la formación de los estudiantes de Derecho en muchas universidades. En consecuencia, es de vital importancia volver a recordar que los principios éticos muy conocidos por todos han sido archivados y, así, los planes de estudio adolecen de su fortalecimiento y de su inclusión permanente en la formación integral de los futuros profesionales.

 

En esa línea, es de suma importancia resaltar los siguientes principios éticos que no solo dan un valor agregado a la profesión, sino que le dan sentido verdadero:  la responsabilidad, que implica ser capaces de responder con veracidad y fidelidad por los otros; la beneficencia, que busca el actuar haciendo el bien, salvaguardando los derechos de los ciudadanos y exaltando el cumplimiento de sus deberes; la no maleficencia, cuyo fin es evitar hacer el mal a otros; la justicia, que es el actuar aplicando todos los conocimientos de manera equitativa e igualitaria, con el reconocimiento de las diferencias; la autonomía, que implica actuar respetando la capacidad de autodeterminación de nuestro consultante; la integridad, cuyos elementos actuantes son la probidad, rectitud, honestidad, veracidad y lealtad, y la regulación, que aplica conocimientos y las leyes que sistematizan la práctica del Derecho.

 

Estos principios fortalecen el conocimiento y la conciencia moral de los estudiantes y los preparan para un futuro desempeño profesional con calidad y eficiencia.

 

Sentido humano

 

Hoy, la responsabilidad ética de las facultades de Derecho es de la mayor exigencia: es su deber preparar a sus estudiantes para que protejan y defiendan con justa medida los derechos de las personas más necesitadas e indefensas, con veracidad, transparencia y equidad; con el rechazo de la desigualdad, la inequidad, la discriminación y toda práctica injusta en los procesos y procedimientos jurídicos, llevando muy en alto el baluarte y el galardón de un líder social que siempre busca hacer el bien.

 

También, en esa misma perspectiva de preparar abogados con sentido humano y principios éticos subyace la formación en el aula de futuros profesionales con sentimientos morales, capaces de vivir el sufrimiento, de expresar indignación y remordimiento cuando los hechos violentos azotan la vida, la paz, el bienestar y la salud de la sociedad.

 

Los latigazos frecuentes de violencia no nos deben convertir en seres insensibles. Por el contrario, sentir misericordia implica actuar como profesionales comprometidos con la defensa y la búsqueda de la paz que no hemos logrado y reconocemos que su camino es aún estrecho, confuso y pedregoso.

 

El filósofo Ernst Tugendhat resaltó estos sentimientos morales como el poderío del ser humano para que sienta y actúe con la compasión universal que nos deben conmover los hechos violentos que afectan de manera inmisericorde en nuestras familias colombianas y, así mismo, trascienden a toda la sociedad.

 

En síntesis, se deben formar abogados informados, pero, a su vez, capaces de ser servidores honestos, luchadores por el bien común, con rectitud de conciencia y al servicio de las causas justas, en busca de la paz, el desarrollo y, sobre todo, la sanación de nuevas y antiguas heridas que por más de medio siglo han desangrado a nuestro país y han desolado y aniquilado su próspero desarrollo.     

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